Una vez más vuelve al tapete el tema de una nueva reforma fiscal.

La justificación es que el presupuesto del Gobierno ha caído en un déficit que debe ser salvado para poder cubrir los enormes compromisos que tiene.

Sin embargo, cada vez que se habla de esto, los ciudadanos nos sentimos preocupados y hasta asustados.

En honor a la verdad, lo que hemos visto siempre es que la clase media y los pobres del pueblo son los que más pesados cargan con la cuestión esta de los nuevos impuestos.

Los poderosos tienen muchos mecanismos y formas para evadir la situación gracias a la componenda con el sector político.

Los empresarios y productores oligarcas lo único que hacen es traspasar a los consumidores los aumentos en los costos. Y a esto se suma las “facilidades” que les otorgan los gobiernos por diferentes vías.

¿Hasta dónde podrá el pueblo seguir resistiendo estoicamente esta tendencia de encarececimiento de la  existencia?

Los presupuestos son cada vez más grandes y cada vez más ambiciosos, pero los hospitales siguen sin medicinas, las escuelas destartaladas, las carreteras abandonadas y los barrios sin agua, sin luz, sin calles y en un completo abandono.

Las deficiencias fuerzan a los ciudadanos a tener que valerse de servicios alternos que sí funcionan pero a costos abusivos.

Los negocios privados de la medicina, la educación y el agua se hacen cada vez más vigorosos.

A todo esto se suma la gran cantidad de recursos que se gastan de manera caprichosa en renglones que no son de prioridad para el país.

La corrupción, también, es otro saco insaciable por donde se nos van muchos de los recursos que bien deberían ser usados para mejorar la condición de vida de los pobres.

¿Hasta dónde podrá el pueblo seguir resistiendo estoicamente esta tendencia de encarececimiento de la  existencia?