No existe fuerza más potente, ni acción colectiva más hermosa, que el levantamiento de los más pobres buscando su dignidad y sus derechos. Lo vimos en un hecho de paz como las Olimpiadas, cuando hombres y mujeres, pobres la mayoría, negros, varios descendientes de haitianos, alcanzaron preseas olímpicas para orgullo de nuestro pueblo y vergüenza de los racistas de raigambre trujillista. Frente al potente esfuerzo de los más humildes los poderosos tiemblan y no importa que recurran a bombas o masacres, se saben derrotados. “…derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Comparar las carencias de nuestros medallistas frente a la opulencia de los políticos de pasados gobiernos y los presentes, debería llenarlos a todos de vergüenza…pero no la tienen.
En el siglo XX todos recordamos al pueblo vietnamita que luchó por su soberanía frente a potencias imperialistas como Francia y Estados Unidos, esa guerra le costó millones de muertos a ese pueblo y la destrucción de gran parte de su selva y tierras de cultivo por el uso de químicos destructivos de parte de los agresores. La lucha fue feroz pero al final el pueblo vietnamita logró expulsar a los invasores y sus aliados. Hoy día, bajo la dirección del mismo Partido Comunista que dirigió la guerra de independencia, Vietnam es una de las economías que más inversiones extranjeras atrae y que ha conducido a los últimos presidentes norteamericanos a visitar su capital y tomarse fotos con la imagen de Ho Chi Minh a sus espaldas, buscando que sus capitalistas participen de los beneficios de la pujante economía de ese bravo pueblo.
En nuestra isla, durante el siglo XIX, ocurrieron dos epopeyas semejantes de las que debemos sentirnos orgullosos. Una fue la guerra de independencia y antiesclavista de Haití contra Francia, en ese momento la potencia más poderosa de Occidente, y la otra fue la guerra de Restauración de los dominicanos frente al poderoso Reino español. En ambos casos fueron los más pobres, con más valor que armamento, quienes derrotaron a ejércitos altamente entrenados y con el equipamiento bélico más avanzado de su época. Ambas guerras parieron los fundamentos de los dos Estados que comparten esta isla en medio del arco antillano.
Analizando la guerra haitiana Juan Bosch hace notar que Napoleón no entendía lo que pasaba en la parte occidental de nuestra isla. “Las luchas de Napoleón en Europa eran relativamente simples comparadas con las de Haití. Las de Europa se libraban en dos niveles nada más: el de la burguesía contra los restos políticos del capitalismo primitivo aliados a los restos económico-políticos del feudalismo, y el de las burguesías nacionales que combatían entre sí. Por esa razón en Europa había nada más, a juicio de Napoleón, o gente rebelde al orden político, que provocaba guerras civiles, o naciones enemigas, que provocaban guerras, y en los dos casos había que usar contra ellos la fuerza” (vol. XIII, p. 554). Siglo y medio después los analistas del Pentágono eran igual de ciegos para explicar lo que pasaba en Indochina.
“Pero en el Caribe —cosa de la que él (Napoleón) no se daba cuenta— se luchaba en varios niveles: el social —esclavos contra amos—; el racial —negros contra mulatos y blancos—; el internacional —guerra contra los enemigos de Francia—. La decisión de aplastar a Toussaint y de restablecer la esclavitud en las colonias iba a agregar a la lucha haitiana otro nivel, el de guerra por la independencia, algo que Napoleón no podía prever, y sería entonces cuando estallaría de verdad el volcán de Haití, que hasta ese momento, aunque Napoleón no lo sospechara, sólo había estado echando humo y alguna que otra cantidad de lava… Debido a que no comprendía lo que estaba sucediendo en el Caribe, Napoleón iba a usar en Haití la violencia a toda su capacidad, y sucedería que como en los días de Sonthonax, la escalada de la violencia sería respondida con la escalada de la libertad” (vol. XIII, p. 554-555). El pueblo haitiano supo responder con la misma intensidad que sus agresores y lograr la hazaña histórica de crear la primera república moderna negra del mundo.
Seis décadas después de esa epopeya en la parte oriental de la isla ocurriría un hecho semejante, los sectores más pobres del pueblo dominicano enfrentaría al enemigo de más larga data como dominador y a quien el resto de América Latina había derrotado para alcanzar sus independencias: el Reino de España. Los sectores más reaccionarios de nuestro pueblo, encabezados por los hateros, habían malogrado la posibilidad de nuestra independencia en 1809 y derrocado el liderazgo de los grupos más progresistas en 1844 hasta entregar la soberanía de nuestro pueblo en 1861. La Restauración fue una guerra popular contra uno de los ejércitos más poderosos de su tiempo, que tenía bajo su control a Cuba y Puerto Rico, y a la vez sirvió para enterrar definitivamente al sector hatero. Bosch llegó a afirmar que “…la guerra de la Restauración es la página más notable de la historia dominicana…” (v. X, p. 383). La Restauración, por tanto, en el criterio de Bosch, fue superior a la separación de Haití en 1844, los esfuerzos por sacar a las tropas gringas en nuestro país en 1924 y hasta la guerra patria de Abril de 1965. Por tanto, sigue argumentando Bosch en la misma página. “La casi totalidad de los dominicanos no tienen idea de lo que fue esa guerra como esfuerzo colectivo, gigantesco y heroico, y también lo que fue como hazaña militar”. Y no lo conoce la mayoría de nuestro pueblo porque ha sido engañado por una ideología trujillista que basada en pulsiones racistas ubica con falacias groseras nuestra separación de Haití, entre 1843 y 1856, como el hecho fundacional de la sociedad dominicana.
En el mismo volumen X, pero en la página 384, señala Juan Bosch. “…la guerra de la Restauración tuvo desde el primer momento el apoyo resuelto de las grandes masas del pueblo dominicano porque en ella se reunieron una guerra de liberación nacional y una guerra social, en las cuales participaban a la vez hombres animados de poderosos sentimientos patrióticos y hombres de acción que van a los campos de batalla en busca de ascenso social, y en ocasiones, como pasó en la de la Restauración, hombres en quienes se daban los dos estímulos, el patriótico y la necesidad de ascender socialmente”. En menos de dos años la ferocidad del pueblo dominicano llevó a España a salir presurosa de nuestras tierras. Nuestra victoria sirvió de estímulo a los pueblos cubano y puertorriqueño a levantarse en armas contra el dominio hispano, tres años después, pero no lograron los resultados que consiguieron los más pobres de nuestra sociedad.