Usted se preguntará qué tiene que ver todo un señor Presidente de un país con el fruto de las cucurbitáceas que es como llaman los botánicos a las plantas que producen los melones. Pues que la función de ambos, de los Presidentes y la de los melones, como bienes de consumo destinados a proporcionar una cierta utilidad a los clientes que los adquieren, es la misma.

Claro, que si lo analizamos un poco más a fondo y desde los puntos de vistas comercial y del Marketing Político, veremos cómo tienen curiosas e interesantes diferencias. La primera de ellas es que cuando uno compra un melón puede elegirlo entre miles de ejemplares de diferentes tamaños, variedades, colores y puede hacerlo en diversos establecimientos como fruterías, supermercados, colmados, mercados populares…  pero los Presidentes son ejemplares únicos que los escogemos entre una media docena, mal contada, de candidatos que valgan la pena, y además sólo se encuentran en las lujosas sillas de los palacios nacionales o en las sedes de sus partidos.

Una segunda diferencia es que para conocer el estado y la calidad de los melones usted los mira, los toma en las manos, les da vueltas una y otra vez, los aprieta o les da golpecitos para ver si por dentro están maduros o verdes, pero un ciudadano corriente de a pie no puede examinar los Presidentes de cerca, sino a través de la televisión, o desde lejos cuando pasan los carros de las caravanas electorales, o como puras excepciones, cuando abrazan niños pobres, viejitas desdentadas y viejitos desvalidos para hacer sus anuncios de campañas.

Tampoco se pueden  palpar a los Presidentes, ni pesarlos en las balanzas como a los melones, porque si alguien se atreve a ponerles la mano y mucho menos tocarlos, le caen arriba unos tipos duros con chaquetas negras, gafas oscuras y caras de pocos amigos que lo tumban en el suelo  y lo esposan en menos que dice berenjena enajenada… o mejor dicho en este caso, melón.

Tampoco podemos como en el caso de los melones, regatear los precios porque una vez que se compran los Presientes no se pueden devolver ni cambiarlos por otros más convenientes, ya salgan buenos, malos, nuevos o pasados y, como decía aquel merengue popular, …el tabaco es fuerte, pero hay que fumarlo.

Por otra parte, los melones tienen una duración máxima de dos o tres semanas si se conservan adecuadamente en sitios frescos y secos – no hay que ponerlos en la nevera pues pierden mucho de su sabor original – y en cambio los presidentes tienen una duración mucho mayor, desde cuatro, seis u ocho…o más según lo permitan las constituciones de cada país, salvo que haya algún accidente, una enfermedad, un deceso inesperado, un artero golpe de estado o alguna triquiñuela política que les permita perpetuarse en el deseado poder.

Los melones por otra parte, suelen consumirse como postre, o en situaciones refrescantes, en una tarde calurosa de verano, en una playa o al borde de una piscina, y los presidentes hay que consumirlos día y noche todos los días de la semana, todos los meses del año y todos los años que duran sus mandatos.

Por último, destacamos que los melones son callados y discretos por naturaleza, desde su nacimiento en la mata hasta que son abiertos en canal sin piedad por un afilado cuchillo y descuartizados en sabrosas porciones, sólo se comunican visualmente a través de sus colores verdosos, blancos y amarillos o por sus formas redondas y ovaladas, pero los Presidentes tienen tendencia a hablar en exceso, hasta por los codos, y en demasiadas ocasiones puras retóricas sin apenas sustancia, ni sabor

¡Lástima que no podamos votar por los melones!