Deben reflexionar y parar por cuenta propia o las autoridades dejar de hacerse los sordos y hacerlos callar. Para empezar con las razones, la primera es el respeto a las buenas costumbres. Tienen que imitar a los vendedores de billetes al pregón que no interrumpen los sermones en las misas católicas o cultos evangélicos. En las iglesias se congregan las personas que oran con la certeza no serán interrumpidos por estridente anuncio de darle al premio gordo. Gordos y flacos se apretujan como sardinas en latas en vagón del Metro abordan para viajar, no para ser ovejas cautivas de predicador viola las normas.
La administración del Metro está vendiendo un boleto en el que se compromete a dar un traslado en paz. Por eso una enorme valla muestra con imágenes que está prohibido que un pasajero ponga a escuchar a todo el mundo lo que decida poner en un radio. Este puede disfrutar con un audífono, para no molestar a los demás, su programa de música o de noticias interactivas preferido. Tampoco es permitido aprovecharse de la cautividad temporal de la clientela para la propaganda comercial, política o religiosa. Es una norma que respetan mercaderes y activistas de los partidos, mostrando más sensatez que predicadores religiosos se creen con derecho a sermonear donde les parezca.
La Oficina para el Reordenamiento del Transporte, OPRET, vía los agentes que tiene en los vagones debe mandarlos a cerrar el pico. No se estaría violando la libertad de cultos o libertad de expresión. Ambos derechos naturales lo que impiden es el uso de la fuerza para impedir alabar o expresar un mensaje en sitios privados tengan bajo su control o en lugares públicos, donde el uso o costumbre imponga el respeto al derecho de los demás.
Los vagones del metro no están para ser apropiados efímeramente como templos y forzar una predica a quien no tiene otra opción que escuchar o taparse los oídos. Por esta razón el pasajero del Metro está en peor situación que los privados de libertad en centros penitenciarios, ya que a éstos se les da la opción de recibir o no instrucción religiosa. La Biblia enseña que para eso están los sitios privados, sinagogas donde la entrada es libre, o los públicos, como la falda de una montaña, donde escuchar o no el mensaje es una decisión del transeúnte.
Estoy seguro que este ministerio ha tocado el corazón de muchas personas. Sin embargo, El Sermón de La Montaña lo dirigió Jesucristo a personas en pleno disfrute de su libertad de movimiento. Sus primeros misioneros tocaban puertas y pedían permiso para hablar del evangelio. El mensaje divino es predicar respetando la libertad.