Si hay algo de mal gusto es hacer leña  del árbol caído cuando antes se ha alabado la tarea de esa persona. En política eso es muy común, porque parece que los que ejercen la profesión de políticos tienen una gran capacidad para devenir de pronto en desmemoriados de sus pasadas acciones y palabras. Eso ronda, cuando no es, puro cinismo.

Ahora bien, ha habido durante los casi ocho años de gobierno de Zapatero un nutrido aunque casi siempre silente, grupo de socialistas, que han discrepado de las acciones de gobierno y de las prácticas del PSOE durante la pasada etapa. La justificación  de no ejercer la crítica, está en el universal refrán de "lavar los trapos sucios en casa", o en no dar "armas al enemigo".

El resultado de todo ello ha sido permitir que se siguieran cometiendo errores graves e injusticias. Que iban poniendo piedra sobre piedra al camino que conduce al desencanto y al desapego con el rumbo de un partido. Y ello termina produciendo una brecha entre los votantes y la organización.

Uno de los motivos que explican la pérdida de unos 4 millones de votos en las pasadas elecciones del 20 de noviembre se encuentra en esa actitud pasotista, pasiva y de impotencia de muchos militantes y dirigentes de diferentes niveles, que no ejercieron la crítica y la presentación de políticas alternativas, por el temor de verse marginados, discriminados o puestos fuera de las famosas listas que confecciona un reducido grupo de la oligarquía partidaria.

El "zapaterismo" ha sido un movimiento que partiendo de haber ganado un congreso por menos de seis votos de diferencia lograron en poco tiempo desembarazarse de muchos viejos y maduros dirigentes y militantes, bajo el lema de la "renovación generacional".

Renovarse es importante pero cuando esto se hace no en base a criterios de mérito y capacidad, sino simplemente por motivos de edad y de género conduce, a la larga, a callejones sin salida.

Un viejo partido como el PSOE ni puede ni debe prescindir de toda su riqueza  de experiencias acumuladas de tantas  mujeres y hombres por el simple hecho de que tengan más edad de quien es elegido secretario general.

Peor aún es que, cuando éste llegue a la presidencia del gobierno, ponga "cláusulas secretas", naturalmente, no escritas, de prescindir de tales personas o de apartarlas, a veces, perjudicándolas, en sus derechos, sin ninguna base legal por no decir sin ningún criterio ético.

Obviamente, en esa táctica no había nada "personal", era la aplicación de un criterio para controlar férreamente la organización y "limpiarla" de quienes fueran plausibles de ciertas acciones de rebeldía o de cuestionamientos de los nuevos dirigentes.

Como el éxito en política es esencial para mantener lealtades, durante casi ocho años esa cúpula gobernantes del PSOE ha sido de hecho incontestable, porque ha ganado dos elecciones generales.

Pero los errores cometidos y el giro radical dado por el presidente Zapatero y no explicado a los españoles, por la presión de los mercados, y el deterioro de la economía, han hundido su credibilidad y la del PSOE con la suya.

Los primeros desilusionados han sido muchos militantes y simpatizantes que no han tenido la fuerza interna ni la convicción íntima para defender y propagar la línea de su partido.

Aunque para muchos dirigentes los militantes y simpatizantes son, de hecho, unos "tontos inútiles", que pueden ser suplantados por el marketing político, las encuestas y la propaganda en los grandes medios y la TV. Ahora bien, sin ninguna duda, sin el fervor de ese núcleo duro de militantes es imposible transmitir a los votantes potenciales que lo hagan por un partido.

Antes aún del giro social de Zapatero –por muy forzado por los mercados y la UE que fuera-, se podía ya percibir,  para un observador entrenado y atento, el alejamiento de sectores de antiguos votantes socialistas de esa "lealtad de voto". Desde meses atrás eran decenas de millares los que miraban hacia otro lado político. Insatisfechos con las acciones de los socialistas.

Lo más grave de la debacle del PSOE no es la alternancia. En democracia no solo es bueno sino que es incluso saludable que un  partido no gobierne varios periodos sucesivos.

Lo grave y más difícil de todo esto es que perder cuatro millones de votos en los típicos graneros socialistas es un giro político que no se puede remontar con logomaquia y ceguera política. Ni con toques de trompeta a cerrar filas y a la censura o auto censura. Mucho menos con la autocomplacencia.

En la travesía del desierto que espera al PSOE en los próximos años no podrá haber recuperación del voto perdido si no se práctica una profunda y lacerante autocrítica, si no se hace una apuesta por una socialdemocracia renovada.

Y sobre todo, que  sea capaz de  hacer un programa para la sociedad actual, y que esté al servicio de los intereses reales de los que deben ser sus votantes potenciales, de ese "trabajador colectivo", que sufre hoy en día una desorientación y una confusión debida a la hegemonía del neoliberalismo en sus mentes y en sus expectativas.

Recuperar la razón de ser del progresismo socialdemócrata a través de un programa para ser cumplido a través de servir al colectivo de los asalariados de todo tipo de nuestras sociedades del conocimiento y  de los autónomos y emprendedores, y no de los grandes capitalistas,  éste debe ser el principio elemental para tener bases reales para ganarse de nuevo la confianza de la gente y después obtener su voto.

Eso no puede lograrse con un partido lleno de carreristas y oportunistas expertos en maniobrar y poner zancadillas, sino  captando a los mejores y más preparados intelectual y éticamente, para una lucha que requiere inteligencia, ética, y sentimientos progresistas arraigados.

Ese  personal político vendrá de las empresas, de las universidades, de la función pública, pero debe ser escogido y formado en base a criterios no de edad y de género sino de capacidad, de constancia en el trabajo, de creatividad y, de lealtad a los valores supremos del progresismo. Si no se hace eso, todo lo demás será arar en el mar.