La desigualdad social es uno de los más graves problemas de la humanidad. Aunque la igualdad entre los seres humanos ha sido siempre un preciado ideal, ningún sistema político ha conseguido tal cosa. En nuestra economía de mercado, inclusive, es justo que haya algún grado de desigualdad para motivar el emprendimiento y el dinamismo económico. Pero el grado de desigualdad que hoy aquí registramos nos impide lograr la justicia social. ¿Podrían nuestros ricos corregir esa lacerante deuda?

Statista ha compilado un mapa de la distribución de la desigualdad en el mundo para el 2020 (ver gráfica). “Especialmente en el Sur de África y América Latina abundan los países con una desigualdad extrema, con Sudáfrica como Estado con la riqueza peor distribuida (con coeficiente Gini de 63 sobre 100 puntos), según el Banco Mundial.” Mientras, una página web de Oxfam International fechada en el 2021 reporta que “la Republica Dominicana es un país con grandes desigualdades. Pese a que ha registrado desde cuarenta años un crecimiento sostenido ampliamente superior al promedio regional, este elevado crecimiento económico apenas ha logrado mejorar la situación de la población más desfavorecida. La escasa inversión en gasto social se encuentra entre las más bajas de America Latina y es el tercer país de la región que menos ha aprovechado el crecimiento económico para mejorar la salud y la educación, manteniendo a un 50% de la población bajo el umbral de la pobreza.”

Por supuesto, la desigualdad social refleja la distribución de los ingresos y la riqueza. Esta, a su vez, debe ser la recompensa a la iniciativa individual, el esfuerzo de los individuos y su creatividad para innovar. Pero la mosca en la sopa la proveen las relaciones de poder: aquellos que más ingresos y riqueza acumulan tienden a subyugar a los demás. Esas relaciones crean distorsiones que impiden que en las economías de mercado se logre una competencia perfecta entre sus agentes económicos. Aun con la provisión de educación de calidad para las masas no se consigue una transmisión intergeneracional del estatus socioeconómico que genere una suficiente movilidad social. Parecería entonces un imposible que los ricos asuman como misión ayudar a reducir o erradicar la desigualdad social.

En su famosa obra “El Capital en el Siglo XXI” del 2013, el economista francés Thomas Piketty demuestra que, en tanto factor de producción, la importancia del capital aumenta con el tiempo. Su tasa de rentabilidad excede la tasa de crecimiento económico y la consecuencia necesaria es la concentración de la riqueza en pocas manos y una creciente desigualdad. Esto solo puede evitarse con un fuerte intervencionismo fiscal sobre la propiedad: “si solo los ricos pagasen más impuestos, si solo evitáramos esa concentración insultante de renta y riqueza en unas pocas manos, volveríamos a la Arcadia Feliz.” De ahí que lograr un sistema impositivo justo debe ser una máxima prioridad. Y la Cepal ya ha advertido que la desigualdad genera ineficiencia económica.

El crecimiento de la desigualdad que apunta Piketty puede inferirse del tamaño de las fortunas que en años recientes han acumulado muchos empresarios. De acuerdo con la revista Forbes el mundo tiene 46.8 millones de millonarios con una fortuna combinada de US$158.3 trillones (siendo un trillón mil billones americanos y un billón mil millones). Billonarios solamente hay unos 2,153. Las gráficas muestran los 10 individuos más ricos del mundo según Bloomberg, tal vez el servicio de inteligencia empresarial más reconocido. En el reporte de Forbes se muestra como el tamaño de esas fortunas crece o se reduce con los vaivenes de la Bolsa de Valores de New York, ya que se calcula diariamente en base al precio de las acciones de las empresas que son propiedad de los individuos.

La enormidad de esas fortunas es tan fabulosa que protege a sus propietarios contra contratiempos inesperados. Oxfam reporta, por ejemplo, que las pérdidas que ha ocasionado la pandemia han sido recuperadas por los mas ricos en nueve meses, mientras a los pobres le tomará recuperarse por lo menos una década.  En todo el mundo, la riqueza de los multimillonarios ha aumentado en 3,9 trillones de dólares entre mediados de marzo y finales de diciembre, pero el número de personas que viven en la pobreza a nivel mundial podría haber aumentado hasta en 500 millones el año pasado. Un estudio separado del Banco Mundial en octubre encontró que la pandemia podría empujar a 60 millones de personas a la pobreza extrema.”

En nuestro país la pandemia ha azotado con saña. El Ministerio de Economía ha reportado que “unas 653 mil 534 personas que pertenecían a la clase media pasaron a ser pobres y unos 255 mil 85 a pobreza extrema tras el impacto de la enfermedad. Asimismo, precisa el informe, antes de la pandemia la población de la clase media representaba el 35 por ciento y en estos momentos anda por el 29. En cuanto a la pobreza extrema, aumentó a 2,42 por ciento de la población, mientras la clase con mayor ingreso se redujo en 0,62 y un alto por ciento tiene ingresos inferiores a 10 dólares, considerados vulnerables o sea que se amplía ese universo.”

                                               LOS 8 INDIVIDUOS DOMINICANOS MAS RICOS EN EL 2021 SEGÚN LA REVISTA FORBES 

En consecuencia, es oportuno preguntarse en qué medida podrían los ricos del país colaborar para contrarrestar no solo el negativo impacto de la pandemia sino también la desigualdad social. En una economía de mercado no es solo el sistema impositivo que debe usarse para, mediante un gasto publico bien distribuido, aminorar la desigualdad. Es también la filantropía tanto de las empresas como de los individuos. En la gerencia moderna de las empresas mas progresistas ya se observa una tendencia a incorporar la gestión de la responsabilidad social empresarial, la cual equivale a una inversión social que repercute en los grados de desigualdad. Pero esa tendencia no abarca a todo el tinglado empresarial y aquí se limita mayormente a las grandes empresas.

La filantropía de los individuos ricos es todavía más limitada. En America Latina “el crecimiento económico ha producido también una acumulación considerable de riqueza en manos privadas. Entre 2004 y 2014, la cantidad de personas consideradas muy ricas (con un patrimonio neto de US$ 30 millones) aumentó de menos de 4.000 a casi 10.000, lo cual representa un incremento de 161 por ciento frente al promedio global de 61 por ciento durante el mismo período. Sin embargo, a pesar de la estabilidad política, las mejores condiciones económicas y la generación de riqueza nueva en la región, los desafíos sociales y económicos persisten y los gobiernos latinoamericanos, como los de otras regiones del mundo, no logran satisfacer las necesidades de todos sus ciudadanos. En consecuencia, las personas con un alto nivel patrimonial se han convertido en actores importantes en la búsqueda de soluciones a los problemas de desarrollo económico y social.” De hecho, el “nuevo capitalismo” implica que “las corporaciones deben pensar no solo en los accionistas, sino en “los empleados, los clientes y las comunidades donde operan.”

De todos modos, nuestros ricos clasificarían como “wawawas” en comparación con los “popis” citados como los más ricos del mundo. Las gráficas adjuntas muestran dos diferentes reportes sobre los individuos más ricos del país. Obviamente las fuentes, incluyendo la revista Forbes, no han logrado estimaciones precisas respecto al tamaño de sus fortunas y, en casi todos los casos, es seguro que las habrán subestimado grandemente. Aunque sabemos que casi todos nuestros ricos practican la caridad, tampoco existe un estudio que permita aquilatar la trascendencia de sus contribuciones al bienestar y a la disminución de la desigualdad. La intuición sugiere, sin embargo, que la filantropía de nuestros ricos debería transparentarse mejor y ser mas congruente con los enormes desafíos sociales que confrontamos. Nuestros ricos son los popis del patio y deben solidarizarse más con nuestros wawawas.

La pandemia ha creado la urgente necesidad de que la filantropía local responda con contundencia. Lidereados por los aportes del Banco BHD Leon, algunos de los más grandes grupos económicos han contribuido con US$8 millones de avance para la compra de vacunas. Pero hasta hoy no se ha reportado ninguna contribución importante de los individuos más ricos del país, algo que tanto ellos como las empresas podrían deducir del pago de sus impuestos. Hoy día se impone que se casen con la gloria de la solidaridad.

Un ejemplo a imitar es la iniciativa The Giving Pledge promovida por Bill Gates y Warren Buffet. Esta procura el compromiso de las personas y familias más ricas del mundo de dedicar por lo menos la mitad de su riqueza “a construir una tradición filantrópica que ayudará al mundo a convertirse en un mejor lugar.” Esta iniciativa no solicita apoyo para ninguna fundación, causa u organización filantrópica específica, sino que alienta a los compromisarios “a apoyar temas que los inspiren personalmente y beneficien a la sociedad.” En los EE. UU. el 80% de las donaciones a organizaciones sin fines de lucro proviene de individuos (Giving USA). Aquí es dable suponer que esa proporción es atribuible al Estado y eso debe cambiar.