Por espacio de varias décadas, el capítulo local de la organización internacional  sin fines de lucro Aldeas Infantiles SOS ha venido prestando valiosos servicios humanitarios y de asistencia social en el país, trabajando con niños en condiciones de orfandad o que confrontan conflictos de familia.

Con el endoso de la experiencia acumulada en esta labor de tantos años y los datos facilitados por distintos organismos oficiales y entidades, la institución acaba de dar a la luz pública los resultados de un estudio que refleja varios de los principales males que aquejan en nuestro país a menores de edad, adolescentes y jóvenes. Algunos resultan  estremecedores,  poniendo al desnudo las entrañas de penosas situaciones que encierra nuestra realidad social y contribuyen a dar origen y explicar algunos de los más acuciantes males que padecemos.

Según cifras ofrecidas por el Consejo Nacional de la Niñez (CONANI) para este trabajo de investigación, durante el año 2014 el organismo registró un total de 540 niños y adolescentes de ambos sexos que fueron sometidos a castigo físico.  Ese mismo año  computó 268 casos de abusos sexuales y 837 de abusos psicológicos a menores de edad.   Si de por sí resultan números preocupantes, se quedan muy cortos tomando en cuenta que la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), al compilar los resultados del último Censo de Población, estableció que en 2 de cada 3 hogares dominicanos se practica el abuso físico y psicológico como normas disciplinarias.

El estudio de ENDESA 2013 resulta todavía más preciso e inquietante, al señalar que 5 de cada 100 adolescentes revelaron haber sufrido violencia sexual y 16 de cada 100, violencia física, a partir de los 15 años.  La ONU fija en no menos de cincuenta mil la cantidad de menores de edad, varones y hembras, que son objeto de explotación sexual en el país,  tanto por parte de dominicanos como de extranjeros.    Más de uno de nuestros destinos turísticos resulta una oferta atractiva de comercio carnal para que visitantes extranjeros sacien sus instintos con niños, niñas y adolescentes de ambos sexos.

Si estos elevados porcentajes provocan asombro, no resulta motivo de menor preocupación el hecho de que el estudio de Aldeas Infantiles, presentado y analizado por la socióloga Sara Oviedo, recoge el dato ofrecido por el Consejo Nacional de Drogas de que unos 200 mil estudiantes, en edades entre 13 y 19 años, consumen o han consumido marihuana y cocaína.  Focalizados en enfrentar los carteles de la droga, no hemos prestado la debida  atención a la creciente expansión del consumo, principalmente entre niños, adolescentes y jóvenes.

Súmese a todo lo anterior el no menos preocupante tema de los “Ni-Ni”, ese cada vez mayor contingente de los jóvenes que ni estudian, ni trabajan, cuyo número aumenta de año en año. Los resultados de otra investigación, en este caso patrocinada por el Banco Mundial, contrastan el sostenido crecimiento del siete por ciento de la economía durante los años 2014 y 2015 con el hecho de que durante ese mismo lapso, el 21 por ciento de los jóvenes en edades de 15 a 24 años habían quedado excluidos tanto del sistema educativo como del mercado laboral.

El estudio en cuestión establece  en términos cuantitativos que en tanto un par de décadas atrás el número de los “Ni-Ni” ascendía a 88 mil, ya para el 2013 llegaba a 164 mil con tendencia a continuar creciendo. Hay, sin embargo, quienes sostienen que la cantidad real pudiera rondar el medio millón.  Existe coincidencia en afirmar que su tasa de desempleo alcanza el 30 por ciento, duplicando la tasa promedio nacional.

De más significar todas las situaciones anteriores van asociadas en su gran mayoría a familias fragmentadas o inexistentes, hogares en orfandad y una realidad existencial envuelta en pobreza, muchas veces extrema, exclusión social, limitado nivel académico, baja calificación laboral, escasa o nula enseñanza en valores y un entorno de permanente violencia. La falta de oportunidades y  esperanza de mejoría constituyen una constante de vida y futuro.

No hay que ser sagaz para comprender que circunstancias tan desfavorables constituyen el caldo de cultivo para una temprana delincuencia y pertenencia a bandas barriales ligadas principalmente al microtráfico pero cuyo historial tiende a enriquecerse con la comisión de crímenes mayores.

Son penosas realidades que conturban y sobresaltan, pero a las que no podemos volver la espalda, ignorar ni desatender en tanto ponen en evidencia, una vez más, el profundo déficit social que arrastramos, originado en gran medida por la crisis de la institución familiar y la pérdida creciente de valores y principios éticos.

Ellas constituyen una clarinada de alerta que cada vez deja sentir sus notas con mayor sonoridad y urgencia, reclamando la aplicación de políticas eficaces de rescate y reencauzamiento.  O comenzamos a hacerlo desde ya mismo o seguiremos pagando cada vez más y en un futuro más pronto que tardío, las consecuencias de nuestra indiferencia e imprevisión.

No olvidemos que los polvos de hoy, serán el lodo de mañana.