En el beisbol, estrujarse la gorra puede ser una señal para que el bateador aguante los lanzamientos del pícher. López Obrador, que no en balde es fanático de este deporte, envió las suyas al graderío desde que era candidato, una de ellas hablaba de que Los Pinos, la residencia del presidente, se volvería un centro cultural abierto a todos.
Lo anterior tomó forma el sábado primero de diciembre. Mientras el tabasqueño rendía protesta ante el Congreso, la gente, celular en ristre, se preparaba a cruzar las puertas de hierro a ver cómo vivían los «titulares del Poder Ejecutivo», burocracia dixit.
Según los números, catorce presidentes pasaron por ese predio que en sus inicios se llamó Rancho La Hormiga. El primero fue Lázaro Cárdenas, que como no deseaba vivir en el Castillo de Chapultepec, ya que el lujo y el demasiado espacio chocaban con su austeridad, pidió le construyeran una casa sobria y céntrica.
En 1935 llegó a habitarla, rebautizándola Los Pinos, un guiño para quedar bien con su esposa, ya que así se llamaba la huerta donde se conocieron en el lejano y mítico Michoacán. Igualmente, se rumora que el general mandó construir una escuela para su hijo Cuauhtémoc y que para que no se sintiera solito, la llenó con hijos de obreros y campesinos.
El proyecto de una residencia sencilla se fue desdibujando con el paso de los sexenios, pues cada presidente ponía su ladrillo de frivolidad. Por ejemplo, Miguel Alemán, el llamado Cachorro de la Revolución (tenía otro mote más certero: el ratón Miguelito), quiso que le construyeran una mansión y en más de 1,500 metros cuadrados cabía todo. Hoy se le conoce como la Casa Alemán. Una de las visitantes del sábado, refirió que la cocina (para su sorpresa, para su rabia) era mucho mayor que toda su morada –y que la de cualquier ciudadano común, supongo.
Cuando Obrador enfilaba rumbo al Zócalo a seguir el AMLOFEST ya habían entrado a Los Pinoles unas veinticinco mil almas, ¿todas azoradas ante el exceso nada republicano que ahora, dice el nuevo gobierno, será remediado con austeridad?
Otro hecho memorable, ¿inusitado? fue la visita de Jim Morrison. No lo invitó el suavecito de Díaz Ordaz sino su hijo, al que su propio padre veía como un descarriado por dedicarse a la onda rockanrolera. Imaginen su disgusto cuando detrás de una nube olorosa, que no era de tabaco, sorprendió a ambos jóvenes…El vocalista de The Doors volvió de inmediato a California y la afición se quedó con las ganas de escucharlo cantar, cuenta José Agustín.
En el otro extremo está la visita del papa Juan Pablo II, que de acuerdo con las malas lenguas, incluso ofició una misa, pese a que los presidentes priistas solían ser masones, jacobinos y nada santos, aunque en eso último, el polaco no cantaba mal los salmos, sino, por qué habría solapado tanta pederastia entre su grey…
En los inmensos jardines está la Calzada de los Presidentes. Un despilfarro de bronce que «honra» a los que han dirigido la nación. La ocurrencia fue de López Portillo. Su mera estatua no bastó, así que para ocultar su megalomanía, ordenó se hicieran también las de sus antecesores…
Fox, que del mismo modo llegó con gran aceptación popular, no quiso vivir en la casota Alemán y le adaptaron unas cabañitas de los tiempos de Echeverría. Paralelamente la residencia se fue llenando de oficinas de esto y de aquello, que hoy casi llegan a cien, qué pasará con ellas, se pregunta el aficionado.
En fin, historias sobran, que si Kennedy, que si Mandela, que si las barbas de Fidel. Lo cierto es que noventa mil personas se aprestaron el fin de semana, y eso es mucha gente. Algunas crónicas señalan que los visitantes arrasaron con las plantitas de temporada: las Nochebuenas. Yo me pregunto si no se habrán contaminado del virus del político, que allí debe de estar robusto a más no poder; ese cuyo síntoma es el de agarrar lo ajeno sin vacilación.
Los críticos insisten en que no hay claridad sobre cómo van a utilizar las muchas hectáreas: ¿museo, casa de cultura, lugar recreativo, todas las anteriores? La verdad es que Obrador se anotó un batazo de cuatro esquinas con esa señal que nos sugiere que él es distinto: Mírenme, ni siquiera viajo en camioneta blindada, sino en un jetta muy normalito; ¿lo será?