Un día como ayer, martes 30 de mayo hace 56 años  fue ajusticiado Rafael Leónidas Trujillo, dictador que manchó de sangre la historia de la República Dominicana.

¿Ciertamente se acabó la dictadura con la caída del generalísimo?

Se suponía que con la muerte del tirano, se recuperaría la democracia, pero recordemos que los 60 eran años en los que estaba en su apogeo la Guerra Fría entre el bloque comunista representado por la Unión Soviética  y el capitalista representado por los EE.UU a quienes Trujillo ya había dejado de interesarle, por lo que precisaban a cambio, una democracia controlada. Para ello ya tenían puestos sus ojos en un hombre manejable a quien solo le interesaba el poder. Joaquín Balaguer, quien luego de abortados los primeros intentos democráticos reales de Juan Bosch en diciembre de 1962 y de los constitucionalistas con la Revolución de abril del 65, iniciaría sus famosos “12 años” manteniéndose en el poder a base de extorsiones y fraudes en unas elecciones manipuladas para lograr un gobierno caracterizado por la ausencia de libertades en un sistema que asemejaba una dictadura disfrazada de democracia. Pero la esperanza de regeneración democrática con los gobiernos del P.R.D. entre 1978 y 1986 resultaría un nuevo fiasco, y si bien se recuperaron ciertas libertades, lo cierto es que la corrupción siguió campando a sus anchas. De hecho,  El presidente Guzmán terminó suicidándose y Jorge Blanco condenado a 25 años de prisión por malversación de fondos (aunque no la cumpliera).

Para los siguientes diez años  la democracia se “casó” de nuevo con Balaguer, esta vez, ya sin Guerra Fría de por medio, menos represivo pero protagonizando colosales fraudes electorales en los comicios de 1990 y 1994 y hasta hoy, sin importar si P.R.D o P.L.D, con  Hipólito Mejía, Leonel Fernández o Danilo Medina, nuestra democracia no es precisamente un ejemplo de pulcritud.

Pero analicemos cómo “de aquellos polvos vienen estos lodos”

Si enumeramos los 4 pilares de la ideología trujillista puede que comprendamos la fragilidad de nuestras democracias estableciendo conexiones y paralelismos. 

1.- Manipulación de la historia:

Trujillo tenía un discurso basado en defender la hispanidad y desaparecer de la historia los acontecimientos reales que formaron la nación induciendo a los historiadores a presentar un pasado nefasto en comparación con su gestión como benefactor de la patria nueva. En nuestra democracia se peyorizan gestiones anteriores y se magnifican las del gobierno de turno.

2.- Culto a su imagen para parecer imprescindible:

Uno de los ideales que desarrolló la dictadura era el mito de la necesidad de Trujillo.

Los medios de comunicación controlados por el poder persuadían a la población de la necesidad del “Jefe” para sacar el país adelante y que reinara la paz, tanto que él mismo llegó a atribuirse cierta divinidad acuñando comparaciones como “Dios y Trujillo”. Por eso no es de extrañar que a su muerte, a merced del bajísimo nivel cultural imperante, miles de personas lloraran desconsoladas seguros de que sin Trujillo el país iría a la deriva.

Ahora en democracia el unipartidismo propicia que el partido del gobierno incluso se alíe si conviene a la oposición para que no le haga sombra. Y no le parece indigno el paternalismo que ejerce con la gran masa pobre entregando tarjetas para conseguir un poco de gas o un poco de comida con la “lógica” pretensión de que el pueblo,  agradecido, le siga dando el voto. Y si entonces Trujillo se sirvió del apoyo incondicional de la Iglesia católica a cambio de tremendos privilegios, hoy, en pleno siglo XXI no nos extrañamos cuando Cardenales ultraconservadores dictan normas en asuntos sociales o intervienen en cuestiones de Estado.

3.-Antihaitianismo:

Es con Trujillo que el racismo se hace más latente en el Estado dominicano. Con el antihaitianismo se afianza su intención de  “blanquear la raza” desarrollando una política xenófoba. Su abuela materna, Luisa Ercina Chevalier era haitiana y él siempre la negó, utilizando solo los apellidos que le acercaban a España (Trujillo y Molina), e incluso se empolvaba la cara con Coralina para parecer más blanco. Exaltaba la herencia hispánica y rechazaba la africana hasta el punto de tomar medidas tan extremas como la matanza de miles de haitianos en 1937 en lo que se conoció como La masacre del Perejil.

En la democracia ha prevalecido esta ideología difundiendo el discurso barato de que los haitianos nos invaden, nos quitan trabajo y se llevan la economía de nuestro pueblo  propiciando la aversión. Se sigue negando la herencia africana cuando preferimos mil veces que en la cédula nos pongan indio y no negro. O  cuando el pelo afro es sinónimo de atraso o desaliño tal y como dijo una ministra el año pasado.

Si la matanza de 1937 causó cerca de veinte mil muertos, en nuestra democracia una decisión racista del Tribunal Constitucional con la Sentencia 168-13 provocó la “muerte civil” a más de doscientos mil. Y solo después de muchas presiones internacionales el gobierno se dignó a rectificar tan arbitraria decisión.

4.- Anticomunismo:

Todo aquel que se oponía al gobierno de Trujillo o que tuviera una forma diferente de pensar, era tildado de comunista y se le perseguía por la acusación de ser enemigos y opuestos al gobierno… eran acosados,  encarcelados, torturados o asesinados. Se enseñó a la población a denunciar a estos “apestados” a través de la Cartilla Cívica en la que rezaba “debes ver en cada revolucionario un enemigo de tu vida y de tus bienes. En una época de desorden, no hay garantía ni seguridad.”

En la democracia de hoy quien lucha por un país mejor, si marcha vestido de verde por la esperanza de un pueblo…es mal visto por el gobierno, le tilda de instigador revolucionario solo por pedir que se frene la corrupción y el fin de la impunidad. Ya no existe la Cartilla del trujillato, pero ahora intervienen los teléfonos, como llegó a confirmar sin pudor  el ministro de Interior y Policía.

Y aún sin haber conocido la dictadura, las nuevas generaciones podemos sentirla a través de ciertas “mañas” demasiado arraigadas en nuestra clase política, comprobando que ciertos rasgos del trujillismo lograron sobrevivir y trascender aún en democracia.