Porque pertenezco a una especie en sospechosa extinción, a la clase media o pequeña burguesía, tan vilipendiada por izquierdas y derechas, que me corresponde por ser un profesional aunque no ejerza, de la que tan orgulloso estoy de ser parte, al extremo de sostener que ya es hora de que nos definamos y tomemos el poder sin parapetarnos en ideologías obsoletas, sobre todo en Latinoamérica, porque somos la mayoría de la masa pensante, pero por falta de una ideología definida, sobre todo de nuestros indudables valores éticos y estéticos, servimos a mancos y cojos, entregando nuestras inteligencias y nuestros esfuerzos. 

Cuando en nuestra oportunidad fuimos infectados por el virus socialista extremo, aquello que el chileno Gabriel González Videla llamó “el sarampión de la política”,  pudimos recuperarnos y salir vivos, a pesar de las veces que nos privaron de libertad o sufrimos los rigores de las garras de la derecha extrema, nos quedamos ideológicamente siendo casi neutrales. No perdimos, gracias a que algo del virus nos quedó, nuestro fervor por lo social y la equidad, aunque mantuvimos por encima de todo, nuestro amor a la libertad y a la justicia en general; sobre todo a la libertad de expresión.

Eso ha producido una reacción amor-odio a muchas revueltas y revoluciones en otros países y a intentos armados en nuestro propio territorio. Amamos esto, pero…

Creo que lo único que no tuvimos fue conciencia de que la pequeñoburguesía, a la cual pertenecíamos por cuna o por esfuerzo intelectual, era una clase digna y meritoria.

Tanto se nos atacó de uno y otro frente, que hemos traicionado vilmente a nuestra clase: nos “encogimos” y medio nos avergonzamos de serlo, y seguimos acusándonos, como si se tratara de enemigos políticos, creyendo que así nos hacemos simpáticos a ciertos radicales, al extremo de que ninguna organización política se ha atrevido a proclamar que sigue algún lineamiento que coincida con nuestra clase.

¿Realmente somos tan malos, y las demás clases sociales, son tan buenas?

Hace tiempo que sé que nuestra hora no solo ha llegado, sino que se nos está pasando porque a pesar de que somos el grueso intelectual y “progresista” de casi el mundo entero y sobre todo de nuestros países, en vez de aprender del fracaso de las extremas, jamás ha aparecido en nuestras filas un pensador que haya delineado una ideología pequeñoburguesa potable y digerible, que despierte a nuestras masas y las haga entender, que tanto burgueses y oligarcas, como proletarios y gentes ignaras, usan y abusan de nosotros. Salvo, hay que decirlo, los proletarios y muchos de los ignaros que se han preocupado porque sus hijos adquieran conocimientos superiores o alcancen independencia como artesanos y tecnólogos, es decir, para que sean de nuestra clase.

El mito del “buen salvaje” y del explotado proletario ha tenido una consecuencia inesperada. Ni unos ni otros han sido los ideólogos, sino que la revolución que los llevó al poder, primero a los burgueses en el caso de la Revolución Francesa y luego al proletariado en el caso de la comunista, fue curiosamente, en unos y otros casos liderada y dirigida por intelectuales surgidos en su mayoría de nuestra clase, tan explotada y tan conformista, si pensamos en los nombres más connotados: Desde un Rosseau, Robespierre o de un Dantón, a Marx,  Engels, Fidel Castro, Lenin, etc. Y a pesar de la buena fe y de lo científica que se presentaba, en la praxis no satisfizo las expectativas y la sociedad sin clases sigue siendo una utopía, hasta ahora irrealizable a pesar de la enorme cuota de cadáveres, y de prisioneros que perdieron sus mejores años a lo largo y ancho de los países donde ha triunfado y de la pérdida de la libertad, individual, social y de todo orden.

Y lo mismo, o peor, ha ocurrido con los de la derecha extrema, apoyados las más de las veces en fobias, racismos, intolerancias religiosas, etc., de los cuales Hitler no fue el último ni lo será.

Aquí, si pensamos en Bosch y la mayoría de nuestros ideólogos, o en las gentes de acción: Caamaño, Manolo y la cantera de rebeldes que invadieron el país y los que se han levantado en armas pensando en resolver las necesidades de las masas, nos damos cuenta de que han venido de nuestra clase, se han formado con nuestros valores éticos y nuestras preparaciones. Pero ninguno ha pensado en tomar como modelo a nuestra clase ni ha escogido sus valores como paradigmas revolucionarios.

¿Por qué? Sencillamente porque nuestra clase era sensible a lo que esas ideologías proclamaban y porque aparecían dirigidos por personajes de nuestra propia extracción social.

Proletarios puros que ascienden al poder sin un bagaje intelectual los han sufrido en carne propia muchas sociedades del mundo. Derechistas con mucho bagaje, si pensamos en Báez, en Gaspar de Francia y en tantos más, también. ¿Qué es entonces lo aconsejable?

Es tan evidente, que hasta Perogrullo lo respondería: lo que hace falta instituir y probar es el término medio justo. Ni más ni menos. No creo estar equivocado si digo que en nuestra clase (con perdón de don Juan Bosch, sin distinguir entre media alta y media baja) están los valores morales, materiales e intelectuales para alcanzar el equilibrio social necesario y esperado.

Todos sabemos que el proletario desea ascender socialmente y que por falta de formación intelectual o educativa, en el hogar o en la escuela, sueña con alcanzar el escaño de la pequeñaburguesía de cualquier forma, y la ilegal es una de ellas, pero la parte sana, que existe, y se preocupa por la preparación de sus hijos para que un día pertenezcan a nuestra clase por méritos propios, y que mañana, si son agradecidos, le permitan una vejez sin sobresaltos económicos y en un marco decoroso.

Lo malo, lo perverso, lo terrible, es la ambición del hombre, tan desaforada que no calcula ni mide las consecuencias de sus actos para traspasar fronteras sociales con el sueño de que el dinero todo lo resuelve y por sí mismo da la felicidad.

No quiere decir que no haya avaros y desaforados en nuestra clase. Son seres humanos, son ciudadanos de este planeta, pero, si revisamos y somos justos, ecuánimes y precisos, observando la conducta y la cotidianeidad de los elementos de nuestra clase, sobre todo aquellos que han sido formados en ella y han mamado en el pecho de su madre la rectitud y la decencia y han tenido ¡oh dicha de los mortales! una educación doméstica aceptable, diríamos que hemos gobernado en la sombra, que hemos dirigido todos los gobiernos de nuestras repúblicas.

Las universidades, los institutos, los talleres artesanales, han sido la fragua donde se han ido preparando para servir a los gobiernos y a los países los que luego han sido burócratas excelentes, buenos secretarios y ayudantes, profesionales liberales, etc., de modo que sin esa clase media, sin esos burócratas decentes, sin esos técnicos medios que alargan la vida de los artefactos modernos ¿qué seríamos?

Hemos sido el motor del vehículo ideológico de burgueses, oligarcas, y proletarios, pero nadie nos ha respetado como lo que somos: los imprescindibles sociales.

En 1991 acompañé a unos amigos de New York que iban a vacacionar en ocasión de las fiestas patrias norteamericanas a una región de Pennsylvania llamada Los Póconos, y allí se me ocurrió trabajar en un proyecto ideológico de la pequeñaburguesía.

Comencé exponiendo que nuestra clase ha sido poco menos que esclava, no solo por la desconsideración de que hemos sido objeto por los dos extremos, por servirles y poner a su orden nuestro talento por un salario injusto la más de las veces, sino, además, por haber sido desconsiderados por nuestros empleadores públicos y privados.

Luego presentaba lo que históricamente hemos hecho para superarnos y llegar a ser masas hoy en día y no solo minorías burocráticas que fuimos en un momento determinado, por ejemplo en Haití, luego de su gran revolución negrista, necesitando a los mulatos que tenían en sus venas la odiada sangre blanca, gracias a la cual habían tenido la oportunidad de estudiar, pero que no dejaban de ser nativos haitianos por la sangre de sus madres, que era una vinculación telúrica sagrada, se afiliaron muchas veces a las hordas nativas y lucharon por la independencia, pero fueron menospreciados precisamente por considerarlos indispensables, dada la ignorancia y la falta de letras de los líderes que antes habían sido esclavizados. Esa mancha indeleble jamás ha sido borrada en el vecino país y los mulatos siguen siendo tenidos al menos o despreciados sin importar que hayan sido famosos o alcanzado el éxito económico.

En nuestro país, los que seguían a los líderes de las montoneras pagaron muchas veces con sus vidas. Esos mismos intelectuales les sirvieron a todos los dictadores, y la mayoría no hizo fortuna. La hicieron los montoneros que carecían de escrúpulos.

Cuando Arturo Uslar Pietri definió a la gente honesta y buena de Venezuela, los llamó con orgullo: ‘los pendejos’. Pero llamarnos “pendejos” aquí, tiene otras connotaciones populares (en su origen eran los vellos púbicos femeninos, aditamentos inútiles hoy, al parecer). Sin embargo, ¿dónde está esa masa dócil, trabajadora, culta, que acepta vivir en la estrechez, que tiene concepto de la honradez, de la decencia y de la ecuanimidad, que se endeuda pero no roba ni mendiga? No tengo que responder que está en nuestra clase. Somos los pequeñoburgueses los contables, las secretarias, los jueces, los fiscales, los oficiales de las fuerzas armadas, que cuando somos serios y honestos, merecemos en la sociedad pícara, el apodo que orgullosamente usaba Uslar Pietri (cuya madre nació en este país, dicho así de pasada).

Mis investigaciones me llevaron al conocimiento de que por falta de unión y de concepto de clase, no nos adueñamos del poder en todas partes, porque nosotros somos los gobiernos y somos los que mantenemos las industrias y las empresas, bastaría que un día dijéramos: Ha llegado nuestra hora y le digamos a los que no sean de los nuestros: Tenemos el poder y lo vamos a ejercer. ¿Quién podría contra nosotros?

Pero no tenemos conciencia de nuestra fuerza: Hemos sido sumisos: Hemos soportado hasta hambre y desnudez por mantener en alto nuestros nombres en una época donde el orgullo mayor es ser un gran ladrón ostentando públicamente lo mal habido.

Dejé de seguir investigando y escribiendo sobre nuestra clase, porque un político amigo a quien le propuse mis olvidados apuntes, me dijo: “Manolito, en estos tiempos ya nadie cree en ideologías.”  Y él, como la mayoría de los que nos traicionan,  venía de nuestra clase.

Yo sigo creyendo en ella. Creo que es hora de que “los pendejos”  expongamos nuestra ideología, para que surjan gobiernos dirigidos por gentes imbuidas de nuestros valores, porque por encima de nuestras debilidades y nuestros defectos, si queda algo noble todavía en nuestros pueblos, se encuentra en nuestra clase.