Para visitar La Joya y su hermana siamesa Baracoa adopté la misma forma de desplazamiento y acompañamiento, debiendo destacar que la primera era entre las tres barriadas emblemáticas de Santiago la más peligrosa y violenta a mediados del siglo pasado, derivando su nombre de la corrupción de la palabra olla – en cibaeño decimos Jolla, Jollar -, que designa un área inundable donde se acumulan desechos al fundarse la misma a orillas del río Yaque.
Al residir entonces en la avenida Generalísimo, mi vía de acceso a este barrio era la calle general Valverde esquina Julia Molina – hoy Independencia -, no pudiendo ser más tenebrosa esa puerta de ingreso por lo siguiente: en el ángulo noreste vivían los Maldonado Díaz cuyo miembros dirigidos por Eudes asaltaron el Bank of Canada en noviembre del 1954, siendo posteriormente capturados y masacrados por la tiranía. Su casa fue desde entonces, y en adición a sus poderes de hechicería, un referente maldito en la ciudad.
En el ángulo noroeste estaba el bar “Rivadavia” regenteado por un señor de apellido Beato algunos de cuyos hijos – Fausto y Nando – habían sido asesinados en una mortal pendencia en los alrededores del Matadero. En el sureste vivían Víctor “La rola” y Romancito, el primero de los cuales fue ultimado de una pedrada en la cabeza. El suroeste estaba ocupado por el parque Ramfis. Tan funesto y aciago acceso me resultaba amenazador y grimoso.
Por tener mi padre una ferretería en la avenida Valerio – la Ferretería Yaque –, en los años ecuatoriales del siglo pasado, casi a diario tenía que pasar dos veces – ida y regreso – por esta tétrica esquina, recorrido animado en cierta medida al escuchar en las velloneras de los muchos bares circundantes a la plaza canciones de antaño como: “Imprescindiblemente “ y “Cabaretera” por Fernando Albuerne; los tangos de Gardel; “Cien años” por Pedro Infante; “Aunque me cueste la vida” por Alberto Beltrán y “Salomé” por Toña La Negra, entre otras.
En una ocasión y para satisfacer la infantil curiosidad de ver el sacrificio de los animales destinados al consumo de la población, me dirigí al Matadero de la ciudad – en pleno corazón de La Joya” – y los rostros patibularios vistos en sus contornos, la promiscuidad y hacinamiento predominantes, los numerosos prostíbulos allí establecidos y el ambiente barriobajero proveniente de siniestras y tortuosas cuarterías e infames domitorios, abortaron en lo adelante cualquier tentativa de aventurarme otra vez dentro de su perímetro.
Nunca más retorné hasta el miércoles santo pasado – más de 60 años – quedando deslumbrado por la anchura – el doble de las pepineras – e higiene de sus calles; la metamorfosis del antiguo Matadero en un moderno Centro Escolar; sin un plan de remozamiento programado, las fachadas de las viviendas originales lucen en aceptables condiciones, y algo además de un provincial y colorido pintoresquismo: solares vacíos cuya cerca callejera está conformada por planchas de zinc acanaladas enrojecidas por la herrumbre causada por el paso de los años.
Todavía acostumbran los vecinos al atardecer sacar sillas y mecedoras sobre sus aceras para mirar y ser vistos por los transeúntes y vehículos que transitan, y en no pocas puertas observé reclamos publicitarios de la actualidad como: se activan y reparan celulares, vendemos Viagra, tenemos WiFi, y por doquier algo inexistente en el Santiago liliputiense de entonces: paradas de motoconchistas, que no solo transportan a los mas apartados rincones de la ciudad, sino que facilitan informaciones sobre todo lo humano y lo divino.
Baracoa, cuya indígena denominación mucho me agrada, está separada de La Joya por la actual avenida Hermanas Mirabal derramándose por detrás y las inmediaciones de la iglesia San José de la Montaña, cercanías que transité por interés de conocer la calle “Arté” – no se si su odonimia corresponde al músico Rafael Emilio o al de su hija Antonia Magdalena mejor conocida con el apodo de Tontón, a quien conocí en Santo Domingo en el último tercio del siglo XX-.
Contrariamente a su hermana siamesa, Baracoa aun se distingue por servir de alojamiento a residentes reposados y apacibles; continuan ofreciendo sus servicios muchos negocios del pasado y como siempre, me provocó el echarle un vistazo al señorial estilo arquitectónico de la casa donde vivían Príamo, Yiyo, Tontón y Josefina Ramírez. Para ello nos dirigimos al final de la avenida para desgustarla nuevamente, aunque la ausencia de aquel blanco colonial que la caracterizaba y algunas significativas alteraciones han menoscabado su primitivo encanto.
Aunque supongo que ignoren mi nombre y sólo algunos de ellos me reconozcan personalmente, mucho me complacería tener informaciones o verles – si aun viven – a quienes semanalmente avistaba en el parque Ramfis, en desafíos de pelota en el Monumento o en las canchas deportivas del Partido Dominicano. Hablo de: Ito El Mono, Miguelito Revolución, Pappy La Niña, Chichi Patica, Platillo, Victor Hidrofobia, Nelson Beato, El Tojo Cerda, Mildred Almonte, Elfrida Vásquez, Bernardo el del friquitín “Elegante” y a Vinicio, Ondina y Serapio Hued. Para mi fueron personajes legendarios.
Pueblo Nuevo, a quienes los santiagueros nunca denominamos La Bahía o Ensanche Presidente Trujillo, fue la barriada que mejor conocí y más visité en la década de los 50 por: de niño y durante la Cuaresma iba a menudo al pequeño parque Imbert – a dos minutos de casa – a volar chichiguas, a cuyos pies se observaban las humildes viviendas que apretadamente lo conformaban distribuidas en manzanas o cuadras de igual tamaño.
También, en los contornos de este parque vivían algunos amigos de infancia – Galileo Rivas, Manuel Mena, Alejandro Canela – que al visitarles aprovechaba para ver desde lo alto al referido barrio. A inicios de la mencionada década y después de los juegos de pelota celebrados en el viejo Estadio Trujillo, acostumbraba llevarle el guante y otros utensilios deportivos al pitcher Tomás Gómez Checo que vivía en sus inmediaciones. Finalmente en 1954 cursé el sexto curso en la Escuela Peña y Reynoso localizada en el límite occidental de Pueblo Nuevo, incursionando con frecuencia en sus calles aledañas.
Más que los Pepines y La Joya, advertí en esta visita reciente que la fisonomía del barrio ha cambiado bastante ya que el frente de muchas viviendas ha sido rehabilitado y construido nuevas en reemplazo de las originales – es una inequívoca demostración de las remesas enviadas o el retorno definitivo de quienes emigraron a USA -, reinando un verdadero caos en la circulación vehícular puesto que las angostas calles de antes, concebidas para el desplazamiento de coches y carretas, ahora están pacialmente ocupadas por los carros de los propietarios entorpeciendo el tráfico.
La infraestructura vial no está señalizada debiéndose acudir a los residentes y viandantes, que por suerte ocupan siempre las aceras frente a sus casas para uno orientarse o encontrar lo buscado, siendo de rigor expresar que su afabilidad y vocación de servicio para sacar de apuros a los conductores desorientados no conoce límites, estando todo el tiempo en la mejor disposición de colaborar.
Una parte nada despreciable del tejido urbano de este sector lo constituían en aquellos años las barberías y los locales de reparación o fabricación de calzados, y en cada uno de ellos sus propietarios y empleados pegaban en sus paredes insinuantes y provocativas fotografías recortadas de las revistas Playboy, O´Cruzeiro y Life de las pinups girls mas espectaculares de la época, recordando ahora a : Marilyn Monroe, Jayne Mansfield, Mamie Van Doren, Sofía Loren, Tongolele e Isabel Sarli entre otras. En los actuales momentos muchos de esos negocios han desaparecido y con ellos aquellas eróticas reproducciones.
No obstante haberse transmutado el frontispicio de muchas casas y levantado otras nuevas, en nuestro tour, y como la cicatrices de viejas heridas, veíamos los vestigios de antiguas promociones propagandisticas, manuscritos o no, adosadas a la pared frontal. Las más recurrentes eran: se ponen inyecciones; se venden dulces y helados; se pasa la tenaza; se arreglan planchas y abanicos; Modista; se cura el pecho apretado etc. Las bancas deportivas, de lotería y los colmadones tienen una masiva representación en cada cuadra.
Antes de emprender el motorizado vagabundeo por los tres sectores santiagueros que vienen de ser evocados, temía que me ocurriera lo mismo que lo escritores Ernest Hemingway y el español Max Aub que al visitar – pasados muchos años – las ciudades de Italia y España que antes conocían, padecieron una profunda decepción, una crisis de angustia al comprobar, que luego de las reparaciones urbanisticas acometidas al finalizar los enfrentamientos bélicos, desconocían por completo lo que veían, todo había sido cambiado, renovado. Para mi suerte Los Pepines, La Joya y Pueblo Nuevo aun conservan muchos asomos del pasado.
En la generalidad de las ciudades que he conocido, las barriadas que en un tiempo fueron consideradas bravas, calientes, han dejado de serlo siendo en su agresividad reemplazadas por otras casi siempre mas periféricas. Constaté que en los presentes momentos – quizá no lo fueron tanto en el pasado – la violencia que le atribuía a las tres barriadas emblemáticas de Santiago hoy no se percibe o está reducida a su mínima expresión, nada comparable a los niveles delincuenciales y de inseguridad inventariados en otros sectores de cuyo nombre no quiero acordarme.
Conviene indicar que en base a su origen y desarrollo sería inútil encontrar dentro de las fronteras de estos tres barrios un monumento histórico de significación o viviendas calificadas de patrimoniales, pero no hay dudas de que en las últimas décadas han sido considerables sus aportes al folclore, deportes y cultura de la capital cibaeña, además, cualquier turista o compatriota que intente darse lo que se denomina un baño de pueblo, únicamente puede hacerlo si se aventura por sus calles, callejuelas y los lugares de solaz y esparcimiento que ellos ofrecen.
La ciudad de mi infancia por algunos llamado Santiago humano por lo manejable y pequeño, se extendía de Este a Oeste desde el Monumento hasta la barca del río Yaque, y de Norte a Sur desde el campo de aviación y el estadio Trijillo hasta Bella Vista y Nibaje. El resto, como se dice, era monte y culebra. Hoy aquellos límites están más que desbordados, al extremo de que una buena parte de los Pepines y de La Joya muchos munícipes la incluyen en el designado casco histórico, ya que geograficamente su antigua posición extrarradio se ha transmutado en central.
Si los residentes originales de Pueblo Nuevo y una parte de la Joya en un principio provinieron de la emigración rural, que atraída por la construcción del ferrocaril se asentó en torno a sus rieles, nos gustaría saber la procedencia de los domiciliados en las nuevas urbanizaciones, ensanches, repartos y barriadas de quita y pón que en la actualidad constituyen el Santiago demencial e inhumano, cuyo centro histórico nos recuerda a Bujumbura, Maputo y Tombuctú en Africa.
“Santiago, quién te vio y quién te ve”, no sólo es el título de un libro publicado a mediados del siglo pasado por Arturo Bueno el cual recoge anécdotas, personajes y estampas de su pasado, sino también, el lamento actual de muchos de sus residentes inconformes con los desastres urbanísticos de su crecimiento y desarrollo, y que como el autor de este artículo experimentan una sentida nostalgia al reconocer no pocas huellas del paso del tiempo en sus tres barrios mas representativos: Los Pepines, La Joya y Pueblo Nuevo.