Según los sociólogos políticos Raimundo Frei y Cristóbal Rovira Kaltwasser, la historia del concepto de populismo se podría condensar rápidamente en dos términos: imprecisión y ambivalencia. Sin lugar a dudas las confusiones conceptuales no han dejado de estar presentes a la hora de la puesta en común de las ideas. Sin embargo, habría que preguntarse si estas contradicciones e imprecisiones son casuales o son el resultado del rigor científico. Cabría la pregunta también de que si aquellos que demonizan el populismo son los mismos sectores que se resisten al cambio de paradigma y a los que pretenden que el  “Consenso de Washington” siga rigiendo la vida social, económica y política de América Latina.

El concepto del populismo no es un término nuevo en el vocabulario de las ciencias políticas. Por el contrario, este movimiento o lógica de acción política data entre finales del siglo XIX y principios del XX con por ejemplo en el caso de Europa los Naródnikis en la Rusia zarista y los bolcheviques en la Revolución Rusa de 1917, en el caso latinoamericano la Revolución mexicana de 1910 y el movimiento de elecciones populares con Hipólito Irigoyen en 1918 en Argentina y en Estados Unidos por su parte, los movimientos populistas de fines del siglo XIX que llevaron a la formación del People’s Party (Partido del Pueblo).

Desde la primera fase de este movimiento político a finales del siglo XIX, el populismo ha sido concebido como un movimiento que propone una mayor participación del pueblo en la toma de decisiones, en donde se favorezcan a los obreros, campesinos, pequeños emprendedores, sindicatos y que por su composición eminentemente popular se opone al elitismo y buscan reducir el poder de las élites políticas y económicas corporativistas.

El concepto del populismo ha sido utilizado como un calificativo peyorativo por parte de los sectores conservadores que propugna por el mantenimiento del status quo y del libre mercado. El auge de movimientos y partidos críticos de la economía de mercado y que notablemente tienen tendencias de izquierda y populares han provocado que los sectores reaccionarios utilicen el concepto del populismo para descalificar toda aquella corriente que pretenda transformar y subvertir un sistema social, político y económico  que, por ejemplo en el año 2008 con las protestas de occupy wall street, dio muestra de que no se enmarca dentro de los contenidos de la democracia material, en el entendido de que los representantes encarnan materialmente en la medida en que son sensibles y receptivos a los problemas de los representados.

La criticas demonizantes que se hacen en contra de los movimientos populistas que tiene como principal protagonista al pueblo, delatan su poca validez epistémica, ya que parten del desconocimiento casi absoluto del rol del populismo en la etapa de modernización y transformación de los pueblos latinoamericanos.

La solución a las dramáticas y graves consecuencias que produjo la crisis económica del 1929 para América Latina, la cual se vio afectada considerablemente para exportar sus productos, se debió en gran parte a la incidencia de estos movimientos populistas que fomentaron una participación creciente de los sectores medios urbanos, de las burguesías industriales y comerciales tanto en el mercado in­terno como en el sistema político, lo cual permitió la formación de un Estado de compromiso entre diversas clases sociales, que permitiera crear y concertar un conjunto de políticas estatales orientadas a enfrentar el clima desventajoso que se vivía en dicha época.

No cabe duda que el populismo como movimiento social y político tuvo y tienes las falencias que posee cualquier actividad desarrollada por seres humanos. Sin embargo, demonizar este movimiento o considerarlo como la enfermedad de los sistemas democráticos modernos,  sin partir de su historia, del contenido esencial que propone el mismo, de sus logros, sus derrotas y de los retos que tiene por delante, augura, en un porcentaje muy elevado, que se caiga en el error.

El populismo no es tiranía y atentado contra las libertades individuales. Es sino el reflejo de un déficit de representación, así como también del intento de articular demandas insatisfechas para modificar el orden existente. Es la justa medida del principio de la soberanía popular, como forma pura del orden democrático.

Este concepto es propio de la democracia, es una forma de complementar la noción de democracia representativa, la democracia material, más allá de la formal. Es la búsqueda de una democracia deliberativa en las que sus decisiones sean las mejores y aquellas que son tomadas como consecuencia de la reflexión de la ciudadanía, particularmente de esa que constituye la mayoría y que por el tipo de democracia elitista y proyeccionista del sistema capitalista que tenemos en Latinoamérica, favorece a los que más tienen y no responde a las más sentidas necesidades del pueblo.