Los frecuentes casos de corrupción, de componendas oscuras y desapego a la ética que cotidianamente escandalizan a la opinión pública plantean la necesidad de que los partidos se autoexaminen con fines profilácticos,   lanzándose con tiempo una mirada hacia adentro antes de presentar sus candidatos a cargos electivos. Sin duda que eso sería saludable, no solo para el fortalecimiento de nuestra democracia, sino también para la propia imagen de las organizaciones partidarias, las cuales se verían menos estremecidas por los efectos telúricos de la desconfianza y el cuestionamiento público.

Esto que planteamos como provechoso para la salud interior de los partidos políticos también es extensible a todos los órganos de la sociedad, la administración pública, empresas, instituciones sociales, policiales, militares y todas aquellas entidades privadas cuyas actividades repercuten en el día a día de la gente que la compone.

La ausencia de la práctica de la pulga ética a nivel interno, ha permitido que en los partidos convivan los mansos con los cimarrones, las manzanas podridas con las lozanas, y esto, con el consecuente peligro de que potencialmente las malas contaminen a las buenas a través del traspaso y la multiplicación del gusanillo de la corrupción.

Mientras algunos partidos mantienen la falsa apariencia de mantener una unidad monolítica sobre la base de barrer hacia adentro su propia basura, escondiéndola debajo de las alfombras, hay otros que han decidido barrerla hacia afuera

El hecho de que las entidades políticas no se auto limpien como debieran de sus individuos malsanos, está provocando la percepción de que hacer política sea cuanto menos una actividad sospechosa y poco elogiable. Esta situación ha llegado a un grado tal, que ya la ciudadanía ha perdido la presunción de inocencia en la clase política dominicana.

Bien es sabido que un alto porcentaje de quienes hacen vida política ni son corruptos, ni se entregan al indigno propósito de llenarse los bolsillos, pero los desafueros de algunos han llevado a la desconfianza, la desafección y al hartazgo de la sociedad dominicana.

Cada vez que se ha visto pulgas en los partidos la mayoría de las veces obedecen a la irrupción de conflictividades internas y no a un proceso consciente y controlado de saneamiento interno para extirpara los elementos dañinos sin los traumatismos de las divisiones forzosas.

Por eso sería positivo que los responsables políticos pierdan el miedo a enfrentar internamente a quienes no ven la política como un ejercicio de servicio público inspirado en la búsqueda del bien común sino como un medio para escalar social y económicamente a cualquier precio. A estos especímenes no resulta tan difícil identificarlos. Aunque traten de camuflarse, su verdadera naturaleza lo traiciona y los pone en evidencia.

Estos individuos nunca están en la defensa de las causas nobles y justas y si lo están, se mantienen de “lejito” solo tratando de aparentar. No tienen conciencia ideológica, formación doctrinaria ni principios que moderen sus apetencias. Se mueven a lo interno pisoteando a cuanto pueden o consideran un obstáculo en los “caminos de cadáveres” que alfrombran el logro de sus ambiciones desbordadas. Trafican con todo y se venden al mejor postor.

Los feroces conflictosintrapartidarios que estallan en las instituciones políticas no surgen de la noche a la mañana. Se vienen incubando con el tiempo, al calor de las permisividades de actos e individuosa los cuales se les deja crecer hasta que se convierten en cánceres cuya única solución es la drástica aplicación del bisturí extirpador de los tumores malignos.

Quizá la situación interna del Partido Revolucionario Dominicano tenga mucho que ver con esto. Se dejó que la indisciplina, el desorden, la falta de respeto a los estatutos, el anarquismo y el caciquismo plantaran sus reales dentro de las bases y organismos direccionales hasta el punto que se convirtieron en males estructurales, los cuales demandaron las medidas correctivas que fueron dolorosas, pero necesarias para que tuvieran el efecto ejemplarizante que se buscaba. Para ello tuvo que recurrirse, lamentablemente, amecanismos legales, institucionales e intrapartidarios para rescatar al PRD del caos.

Y es que desaparecida la “varita mágica y las fórmulas salomónicas” con las que nuestro eterno líder histórico, José Francisco Peña Gómez, hacia desaparecer las contradicciones de los sectores enfrentados, ahora debe prevalecer la verticalidad de la disciplina para mantener la cohesión interna ante la ausencia de su sabio arbitraje.

Aunque la diversidad de grupos provenía de la propia y turbulenta historia de la principal fuerza política opositora, se llegó a un punto insostenible en que la persuasión ni la autoridad estatutaria resultaron efectivos para contener y disciplinar a los que conspiraban contra la unidad interna.

Mientras algunos partidos mantienen la falsa apariencia de mantener una unidad monolítica sobre la base de barrer hacia adentro su propia basura, escondiéndola debajo de las alfombras, hay otros que han decidido barrerla hacia afuera. Flaco servicio le rinden a la sociedad los compañeros o dirigentes que tapan a los suyos sólo por demagogia y electoralismo. Lo más conveniente es aplicar una política de tolerancia cero con la indisciplina y los profanadores de los buenos principios.

La salud interna de cualquier organización, que pretenda avanzar hacia la consecución de sus objetivos reduciendo al mínimo los obstáculos, exige que así sea.