Hay quienes se apresuran a descartar a los partidos pequeños, juzgándolos solo en función de su peso numérico y no de su papel en el fortalecimiento de la democracia, como parte del abanico de opciones que enriquecen las ofertas electorales.

Si todavía existen y se mantienen vigentes, es porque indiscutiblemente tienen su ‘público’ y conservan su gravitación política en segmentos de la población que los valoran como alternativas atendibles.

Los partidos, en sentido general, tienen un gran espacio natural para ensancharse políticamente a todo lo largo y ancho de la geografía de la simpatía popular. Para crecer solo tienen como techo el cielo, sobre todo si no se pasmaron en su pequeñez. Porque si este fuere el caso, tendrían a su propia naturaleza conspirando en contra de su crecimiento. Si así fuere, también se podría decir que quedaron atrapados en un ciclo de su vida evolutiva que solo reproduce el congelamiento de su condición de minoritarios.

El enanismo estructural los condenaría por siempre a una incidencia marginal, sobre todo, si eso se combina con pobreza ideológica y anemia de propuestas y deficiencia de principios y calidad visionaria.

Todas las organizaciones comienzan siendo pequeñas, y pueden serlo por un tiempo, si no se quedan ahí. Porque ser pequeño no es una elección propia ni una aspiración sino una condición a partir de la cual uno se propone ser grande.

Su calidad de minoritario no los aprisiona porque esta condición puede ser una realidad temporal. Es cuestión de tiempo que una coyuntura o una  sucesión de hechos encadenados produzca el efecto de un bigbang político que detone todas sus potencialidades y capacidades de crecimiento

El Partido Revolucionario Dominicano, en sus comienzos fue una diminuta agrupación que con el tiempo y la sapiencia de su liderazgo capitaneado por Jose Francisco Peña Gómez, devino en un gigante político. Posición que se refleja en la ocupación de la casilla número uno en la boleta electoral por varios periodos consecutivos. Igual lo fue el Partido de la Liberación Dominicana, estructurado inicialmente como una entidad de cuadros políticos, que hoy se ha masificado monstruosamente.

Pero los partidos que surgen como oposición y negación de toda la podredumbre moral y política del sistema corrupto, llevan dentro el germen de su propio desarrollo: la representación del cambio, de lo nuevo que está llamado a sustituir a lo viejo y a sus continuadores que intenten ponerle un nuevo disfraz.

Su calidad de minoritario no los aprisiona porque esta condición puede ser una realidad temporal. Es cuestión de tiempo que una coyuntura o una  sucesión de hechos encadenados produzca el efecto de un bigbang político que detone todas sus potencialidades y capacidades de crecimiento si se ha trabajado con tesón para ese momento político. Como ejemplo, volvemos a citar al PLD, cuyos 18 mil votos en las elecciones del 1978 fueron el germen de su futura proyección hacia el poder.

Los partidos que han hegemonizado en los últimos tiempos la vida política y electoral de este país, si no se renuevan pueden adelantar la fecha de su caducidad, aunque ésta todavía no sea perceptible por el momento. Solo si son capaces de auto transformarse incluyendo nuevos contenidos y dimensiones ideológicas, a la par que revitalicen la disciplina, podrán mantener vivos los vínculos que los conectan al pueblo.

Los partidos pequeños con calidad para emerger, pueden prescindir de cualquiera de sus miembros, hasta de su presidente, si allí se han dejadopatrones de estabilidad que garantizan su conservación; pueden sobrevivir y crecer, si allí se ha dejado montada una estructura funcional con capacidad para interpretar los acontecimientos y responder a los requerimientos políticos del momento.

Al fin y al cabo lo que hace que un partido pequeño se convierta en grande o que un grande lo siga siendo, es su éxito en conectar con las masas, es su capacidad para navegar sobre las crestas de las olas del descontento popular con todo lo que represente el sistema putrefacto.