Antes, el juicio final lo hacía Dios. Hoy, ese juicio es terrenal. El escándalo global que acaba de estallar con la filtración de los llamados ‘Panamá Papers’ nos expone al nuevo orden mundial: se nos juzga cada vez más desde cómo nuestros actos afectan a la sociedad en la que vivimos.
No es una cuestión de si lo que hacemos es legal; es cuestión de si es moral.
El mundo ha cambiado y sobre todo ha cambiado la gente. Hoy, la forma de concebir y “leer” la realidad es otra, y también lo son las expectativas que se tiene de organizaciones e individuos por igual.
El caso de Panamá es el ejemplo perfecto. Las sociedades offshore no son nuevas, pero nunca antes fueron tan peligrosas. Es como si, de un día para el otro, ignorar ese cartel de “pare” al que nadie le prestaba atención se hubiese transformado en una infracción imperdonable. A partir de ahora, todos los que no hayan respetado el cartel durante los últimos 50 años están en falta.
Las reglas han cambiado. Si no, pregúntenle al presidente Mauricio Macri, que acaba de ser imputado a pesar de que la empresa offshore en la que aparece como director no es suya, sino de su padre, que dice que fue declarada ante las autoridades fiscales.
Ante la filtración de los papeles del bufete panameño, la gente no está evaluando la legalidad del asunto sino su moralidad. Lo que ofende de las compañías offshore es su opacidad, el hecho de que sus dueños pueden permanecer en el anonimato. Nos preguntamos, ¿qué trapitos sucios tienen los que quieren mantenerse en las sombras? ¿Qué esconde el que quiere ser anónimo?
La falta de transparencia es vista como una prueba de inmoralidad. Lo dijo muy bien esta semana el presidente estadounidense Barack Obama: las compañías offshore son legales, “y ese es precisamente el problema”.
Esta filtración, la tercera de los últimos años después de los casos de Wikileaks y Snowden, nos recuerda que vivimos en un nuevo mundo, con gente que tiene atribuciones distintas y expectativas distintas. Las personas están empoderadas. Hoy ya nadie es pasivo.
Y en este mundo hiperconectado y en update permanente, en el que el acceso a la información y la velocidad a la que ésta se mueve han hecho que se pierdan los matices, no hay espacio para dar explicaciones.
Los filtros del pasado desaparecieron o están debilitados. La gente, desde sus teléfonos con acceso instantáneo a las redes sociales, se da por informada y en cuestión de segundos emite su opinión: si tiene empresa offshore es corrupto; si no la tiene, no lo es.
La era en la que podíamos maquillar nuestros defectos con estrategias de comunicación ha quedado atrás: seamos una organización o un simple individuo, la gente nos exige que seamos transparentes y conscientes de los intereses de los demás. Es una cuestión de vida o muerte.
Hoy, el juicio final es terrenal. Y retroactivo.