(Shyam Fernández Vidal y Roberto Medina Reyes)

“De vez en cuando, todos necesitamos un empujoncito”. Esta frase puede resumir una de las principales investigaciones del economista Richard Thaler, ganador del Premio Nobel de Economía. Para Thaler, existen anomalías del comportamiento (generalmente circunstanciales) que impiden a los agentes adoptar decisiones racionales basadas en un análisis costo-beneficio. Es decir que los agentes no siempre logran maximizar su propio interés mediante sus actuaciones, sino que en ocasiones toman decisiones sesgadas por conclusiones costumbristas, por un rechazo desproporcionado a la idea de perder,  por hacer determinadas cosas sólo porque “todo el mundo lo hace”, o simplemente por la forma en que se ven influenciados por su interacción social. Estos comportamientos “anómalos” en algunos casos son imprevisibles, pero en otros tipifican una desviación sistémica que puede ser predicha por los interesados en moldear las decisiones más sencillas del día a día, ya sea un órgano regulador de los sectores económicos o, en cambio, el ente legislador de un Estado.

En el segundo escenario, Thaler sugiere adoptar medidas que orienten a las personas en direcciones correctas sin proscribir ni coaccionar ningún curso de acción individual en específico (Sunstein & Thaler: 1161). Y es que, no todas las personas actúan de forma anómala en los distintos sectores, de manera que la implementación de políticas restrictivas para enderezar estas actuaciones genera costos injustificados para aquellos que toman decisiones por razones racionales. Es por esta razón que los científicos del comportamiento, en los cuales se enlistan Richard Thaler (economista) y Cass Sunstein (abogado), recomiendan alinear estos comportamientos con la aplicación de una dosis “suave” de intervención a fin de guiar a los individuos hacía mejores decisiones que permitan mitigar los efectos negativos de esas anomalías (Monroy: 222).

Pero, ¿cómo se puede lograr esto?, es decir, ¿cómo encaminar a los individuos que actúan irracionalmente sin coaccionarlos? La respuesta, a la voz de Thaler y Sunstein, recae en darles no más que un “empujoncito”. En nuestro día a día requerimos de empujones para realizar tareas o adoptar decisiones que mejoren nuestro bienestar. Desde una llamada matutina del entrenador, una desviación automática en nuestra cuenta de ahorro, una motivación de un coach personal, hasta la colocación de los productos en el supermercado al nivel de los ojos, constituyen pequeños empujones o nudges que nos encaminan a una dirección previamente determinada por aquellos que estructuraron la estrategia, atendiendo a la decisión que quieren que tomemos.

Según Thaler y Sunstein, un nudge consiste en estructurar el contexto, el marco, las opciones, y la denominada “arquitectura de la decisión”, con el fin de “empujar” a las personas hacia una dirección que es ex ante predecible y que mejora su propio bienestar, pero sin proscribir ni ordenar automáticamente ninguna opción en particular y siendo siempre posible que la persona se desvincule fácilmente de la medida si es que así lo desea. En otras palabras, se tratan de medidas que alteran el comportamiento de las personas de una manera predecible, sin prohibir una opción o coaccionar una acción individual en específico, influenciado en la toma de decisiones de los individuos a los fines de mejorar su bienestar.

En el ámbito regulatorio, los nudges están encaminados a optimizar las políticas públicas al permitir direccionar las actuaciones de las personas para la consumación de determinados objetivos. En palabras del Banco Mundial, se trata de “una política dirigida a modificar un comportamiento pero sin modificar el conjunto de opciones de decisión. Tal política no prohíbe, penaliza o premia ninguna opción en particular. En su lugar, guía a las personas hacia una elección en particular cambiando la opción por defecto, la descripción o el punto de referencia” (World Bank: 36). Por su parte, el Comité Económico y Social Europeo ha optado por integrar los nudges en las políticas europeas al considéralos como un instrumento de política pública que se suma a los ya utilizados por las autoridades europeas. Para este Comité, los nudges “se presentan como una herramienta especialmente interesante para responder a determinados desafíos sociales, medioambientales y económicos” (Decisión del Pleno de fecha 21 de enero de 2016). En vista de esto, es evidente que el fin ulterior de la aplicación de los nudges en los gobiernos, es (y siempre debe ser) mejorar el bienestar acumulado de la colectividad, dando “empujoncitos” individuales a cada ciudadano para que tomen pequeñas decisiones que, luego, repercutirán ampliamente a favor del interés general.

Uno de los nudges que más impacto ha tenido en el ámbito de la regulación de la salud, es el aplicado en Austria (y otros países posteriormente) para aumentar la cantidad de ciudadanos donantes de órganos. Al momento de elegir, por medio de un formulario, si ser donante de órganos o no, se debe marcar una casilla que indica explicitamente “No quiero ser donante” o en su defecto se presume tal condición. Como contraste, en Alemania (país con cultura y demografía muy similar a la austríaca), tal formulario hace la misma pregunta, pero de una manera diferente: cada ciudadano debe estar pendiente a marcar una casilla que dice “Sí quiero ser donante”. Como resultado de estas diferentes maneras de abordar una misma necesidad pública, el 99% de los austriacos son donantes, frente a solo un 13% en el caso de los alemanes. Otros interesantes ejemplos de “empujoncitos” regulatorios, sin abundar en detalles, son los siguientes:

  1. Aumento en la recaudación de impuestos en el Reino Unido, luego de que la autoridad fiscal agregara un párrafo a unas simples correspondencias que sirven de recordatorio para el pago de impuestos, en el cual se indicaba básicamente los nombres de los vecinos que ya habían cumplido con sus obligaciones tributarias;
  2. Disminución drástica de accidentes de tránsito en varias localidades, luego de que se agregaran pantallas con luces LED que denotaban una cara entristecida (en caso de ir en exceso de velocidad) o feliz (en caso de estar bajo el límite permitido) justo al lado de semáforos o indicadores de velocidad de los vehículos en tránsito;
  3. Aumento del monto dirigido a pensiones personales, luego de aplicarse una medida similar a la del formulario en el caso de los donantes de órganos en Austria (e.g., “marca con una X en caso de que NO quieras que cada año se aumente en un 7% el monto mensual que se te descuenta de tu sueldo a favor de tu pensión, y justifica tu respuesta);
  4. Reducción de accidentes de tránsito en Islandia, luego de que las lineas blancas que constituyen los pasos peatonales en las vías públicas se empezaran a pintar con un aspecto tridimensional que hacía denotar la presencia de bloques blancos de cemento en medio de la calle, produciendo una reducción de la velocidad de los conductores durante los pocos segundos en que se tiene dicha percepción visual;
  5. Aumento en la conciencia política, el deseo de informarse sobre candidatos y propuestas, y en la participación ciudadana en elecciones de varias jurisdicciones, luego de breves campañas multisectoriales sobre conciencia electoral y responsabilidad ciudadana, indicando las posibles consecuencias negativas de una baja asistencia a los comicios;
  6. Una reducción en un 20% de las multas por exceso de velocidad en el Reino Unido, luego de que, junto a la multa, se le entregara al infractor una carta con información relativa a la cantidad de muertes, heridas, niños huérfanos y viudas que se reportan cada año como consecuencia de conductores imprudentes (para ver éste y otros “empujoncitos” desarrollados durante el período 2016-2017 por la recién formada Unidad de Ideas Conductuales del Primer Ministro del Reino Unido, y aplicadas a nivel global en cooperación con, y a solicitud de, los gobiernos de múltiples naciones, favor ver http://www.behaviouralinsights.co.uk/publications/the-behavioural-insights-team-update-report-2016-17/).

En India, Reino Unido, Colombia, Chile, Japón, Estados Unidos, México y en otros  80 países más se han creado oficinas gubernamentales con especialistas dedicados a colaborar con otras instituciones en el desarrollo de políticas, procedimientos y normativas que tengan un mayor y mejor efecto al momento de ser aplicadas.

No hay dudas de que en la actualidad es impensable el desarrollo de los sectores sin un control prolongado, intenso y localizado de los órganos estatales. En palabras de Slavoi Zizek, “no existe algo así como un mercado neutro; en cada situación particular, las coordenadas de la interacción mercantil están siempre reguladas por decisiones políticas. El verdadero dilema no es aquel de saber si Estado debe o no intervenir, sino bajo qué forma debe hacerlo”. En efecto, la pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo optimizar las políticas regulatorias? Es evidente que no todos los agentes actúan de forma racional en la toma de decisiones, sino que existen individuos con comportamientos anómalos. De modo que no basta con la implementación de normas que coaccionen las actuaciones de los agentes, sino que es necesario “empujar” a esos individuos en direcciones que permitan asegurar el cumplimiento de las políticas regulatorias y que mejoren su propio bienestar.

En síntesis, es muy interesante (y casi siempre, muy socialmente beneficioso) el diseño de ciertos nudges para complementar las políticas públicas, por lo que debemos replantearnos la forma en que el Estado interviene en la vida de la sociedad y en los sectores económicos. Estos pequeños empujones permitirán optimizar las políticas regulatorias sin la necesidad de adoptar nuevas leyes que, -como los proyectos que prohíben el uso de celulares en las cárceles, el uso de la hookah y los uniformes domésticos en los espacios públicos-, sean a todas luces estériles e ineficaces. En definitiva, se trata de regular los comportamientos en base a empujones benévolos por parte del Estado, programa que pudiera perfectamente implementarse a través de una nueva institución en un país como el nuestro, que padece de innumerables comportamientos cuestionables en sendas áreas y actividades del quehacer diario del ciudadano dominicano.