Para mí, eso de poner nombres a los perros es un asunto que me lo tomo muy en serio puesto que una vez bautizados pueden durar con ellos diez, quince o veinte años pues ahora con eso de cuidarlos tanto, llevarlos a los veterinarios para que les hagan un ¨Tun up¨ cada cierto tiempo o porque estornudan un par de veces o tienen síntomas de gripe, o cagan flojo, los amigos del hombre viven una eternidad. Si es cierto que un año perruno equivale siete humanos con mucha frecuencia los canes pasan de los cien y ciento veinte, unos verdaderos Matusalenes de cuatro patas.

Los perros a veces reciben nombres más o menos serios y a veces ridículos o risibles, sobre todo si son pequeños como abundan tanto en estos tiempos. Hay chihuahuas por montones, los chiquitos dogos franceses con su diminuto y simpático cabezón están de moda, se ven hasta Lashas tibetanos con sus pelos tan largos y espesos que poniéndoles un palo atado a su espalda pueden usarse como ¨suapers¨, Pequineses puros nacidos en Villa Mella, los Yorkshire terrier, los Shih tzu, y muchas razas chiquitas más pues lo perros se han tenido que adaptar en su evolución a los cada vez más reducidos espacios de los apartamentos modernos que van siendo ya casi unas cajas de fósforos.

Si usted va a un parque frecuentado con perros paseados por su dueños y grita ¡Tobi! una docena y media de ellos se giran hacia usted respondiendo a la llamada. Si dice ¡Mimi! ¡Titi! ¡Chichi! o similares , sucede más o menos lo mismo, y creo que eso pasa por la falta de originalidad de sus propietarios que caen en el truco fácil de inspirarse en su diminuto tamaño. A mis perros les pongo nombres únicos, inconfundibles y sobre todo con un claro sentido de su significado. El anterior perro al que tengo actualmente, ya fallecido, era un rotweiler enorme, noble, bravo, cariñoso y respetuoso con los humanos y sus colegas fueran de la raza que fueran…siempre que también lo respetaran a él. Su nombre era Dingo Alberto Froilán de Todos los Santos, así como lo oyen o mejor dicho lo leen.

Seguro que no había ni habrá dos iguales en el país y en el mundo entero. Le puse Dingo por los perros salvajes de Australia. Alberto porque todos los príncipes europeos se llaman Alberto: Alberto de Mónaco, Alberto de Lieja… y mi perro era un auténtico príncipe canino digno de llamarse también Alberto, y Froilán de Todos los Santos porque así se llamaba -y se llama- el hijo de la infanta Elena, hija a su vez del anterior rey de España, Juan Carlos I, ahora conocido como el Emérito Fugado.

Mi perro tenía un largo pedigrí de sangre tan noble o más que ellos y no veía razón alguna para que no se llamara así. Froilán no es nada común, es extrañamente sonoro, y Todos los Santos era un paraguas bajo el que cabían cientos más de ellos: Luís, Fernando, Pedro, Arturo…

Actualmente tengo otro rotweiler, también grandote, que es un pedazo de pan recién horneado untado con mantequilla, no se mete con nadie, es amigo de todos los perros chiquitos, medianos, grandes, o enormes, también lo es de sus dueños a quienes saluda con mucho cariño y hasta es canchachán de los gatos porque convive a diario con varios de ellos. En sus diez años de edad nunca ha mordido o gruñido con mala intención a nadie. Su nombre ¡Agárrense ustedes! es: Messi María del Carril de Castelobranco y Arteche Segundo. Aún más distintivo que el del anterior de Dingo Alberto.

El de Messi, en honor hasta ayer el jugador estrella mundial del Barça pues es un perro que nació en Argentina, patria de Leonel Messi y por unas causas u otras después de ser importado a nuestro país rodó unos meses por un par de dueños en Santo Domingo hasta que un hijo mío lo compró y me lo trajo a casa de regalo.

Ya era adulto pero muy joven y de inmediato pensé en ponerle Gardel, como el genio de los Tangos, pero al oírle ladrar su tono no era ni arrabalero ni de barrio porteño, ni su voz era fané, ni descangallá, sino más bien juvenil y deportista, así que me decanté por Messi en el primer lugar seguido de María porque ambos combinaban bien, como José María o Pedro María, Arturo María en los humanos. Del Carril por el también famoso tanguero Hugo del Carril para reforzar su identidad argentina aunque como ya hemos señalado no tiene ni de lejos voz de cabaretero. De Castelobranco (Castilloblanco en portugués) suena a noble…el Vizconde de Castelobranco…el Barón de Castelobranco, y mi perro es ante todo un ejemplar noble, muy noble. Arteche viene porque es una marca comercial de dátiles malagueños que siempre me han gustado mucho, lástima que ya no los importan, y su sonido vasco Ar-te-che me suena bien agradable, y Segundo porque combina fonéticamente con el anterior y es mi segundo rotweiler con nombres sonoros y distintivos.

Ahora bien, el nombre que todos los perros sin excepción ya sean de pura raza o viralatas, grandes o pequeños, tontos o listos, responden sin pestañear es el de ¡TOMA! sobre todo si en la mano se les muestra un pedazo de muslo de pollo bien cocinado o una galleta de esas que fabrican especialmente para ellos.

Si alguien quiere poner un nombre especial a su can, de alcurnia, científico, esotérico o deportivo, puede llamarme sin problemas. El pago de este servicio es de mil pesos, una ganga si tenemos en cuenta el poder presumir de loquillos y creativos ante las amistades y desconocidos. Como decía el torero aquel refiriéndose al filósofo de José Ortega y Gasset por su profesión: ¨Tié que haber gente pá tó¨