¿Cómo se entretienen sus hijos o nietos cuando no están en la escuela, por ejemplo en los días feriados o durante las vacaciones? Cuando yo era una niña, en los suburbios de ambos, Chicago y Denver, a menudo jugaba fuera de la casa, en el patio, en los solares yermos del vecindario o, en lugares más distantes que estaban sin urbanizar.
Esa era una gran aventura para mí. Recuerdo aún el cangrejo que salía de su cueva cuando llovía. Yo chillaba cuando un saltamontes aterrizaba en mi vestido o, cuando una humilde abeja me zumbaba al oído. Otras veces recogía guisantes verdes o fresas en el pequeño huerto que mantenía mi madre.
Mi madre me sobreprotegía pues era hija única y ella no quería que me alejara demasiado de la casa. Sin embargo, como era una niña naturalmente inquisitiva o, una “traviesa” como ella me llamaba, a veces me escapaba a sitios bien lejanos. Una vez en Chicago, cuando tenía más o menos 7 años de edad, encaminé mis pasos hacia los rieles del tren, atraída por la curiosidad de ver lo que había allí. Encontré un escondite asombroso labrado entre el follaje, donde alguien había apaleado las hierbas y cortado las ramas, dejando solo un espacio donde una persona pudiera descansar, comer algunos alimentos, y quizás dormir.
Más tarde me di cuenta de que este sitio secreto era probablemente un sitio de escala para los vagabundos del ferrocarril, los mismos que acostumbraban a viajar en los vagones de carga de ciudad en ciudad. Mi mamá me habría matado si ella lo hubiese sabido. Irónicamente, en Ranchito recientemente encontré un lugar similar entre los matorrales en el campo vecino. Quién o qué pudiera estar escondiéndose allí, me pregunté. Quizá un venado, o un cerdo salvaje. Tal vez algún pavo silvestre o una grulla gris. Ni siquiera los lugareños tuvieron idea de lo que esto podía ser.
Cuando tenía más o menos 10 años de edad, en el área de Denver, acostumbraba a salir inadvertidamente fuera del vecindario y me encaminaba hacia los campos distantes donde podía ver vacas y una casa rural. Una pequeña quebrada separaba nuestra casa de la zona rural. Para cruzar el arroyo gateaba por encima de un tronco redondo de madera que habían colocado, sin duda alguna, los otros jóvenes de la vecindad. Al principio yo era una cobarde miedosa, pero pronto me forcé hasta ponerme de pie y cruzar sobre el tronco. Imaginé que lo peor que podía suceder era que pudiera resbalar y, caer en las aguas poco profundas de la cañada.
Cuando evoco esas aventuras mías en el campo, me sorprendo de que esta bella muchachita rubia pudiera ser tan atrevida. Esa valentía no la heredé de mi madre que era muy tímida y hogareña. Y aún cuando yo era una adulta, mi padre me desalentaba todas mis riesgosas exploraciones, hasta los viajes a los mercados de pulgas, visitas a vecindarios desconocidos y viajes a las zonas del interior. Por lo tanto, rara vez les dije lo que iba a hacer. Ja, ja, en efecto, soy una traviesa.
Por esto, me sorprendí cuando descubrí que algunos niños de hoy día rara vez se aventuran en los bosques o en las áreas inhabitadas. Algunos niños que han visitado Ranchito han encontrado los campos alrededor no solo aburridos, sino hasta un poco intimidantes.
En una ocasión, un muchacho joven prefirió permanecer en la casa y jugar con sus programas de IPod. Otra niña, de más o menos 7 años estuvo asustada hasta de caminar en el campo colindante detrás de Ranchito y, lloriqueó y se quejó para que su mamá la tomara en brazos.
Se han escrito algunos libros acerca de cómo los niños en las áreas urbanas sufren del “trastorno deficitario de la naturaleza”, que significa que los niños pasan menos tiempo fuera de la casa y, lo que eso ha tenido como resultado en una amplia gama de problemas de conducta. Se sostiene que algunos programas televisivos sobre la naturaleza, así como las coberturas periodísticas en Internet han ahuyentado literalmente los niños de los bosques y los campos. Los niños a los que no se les pone en contacto con la naturaleza parece que son más propensos a la ansiedad, depresión y a los problemas de déficit de la atención.
Según un estudio hecho por la Universidad de Illinois, la interacción con la naturaleza ha probado que reduce los síntomas de déficit de atención con hiperactividad en los niños. La falta de exposición a la luz al aire libre en los niños puede contribuir a la miopía, debido esto a la falta de señales químicas que previenen la elongación del ojo durante la fase del crecimiento.
Hoy, los hijos adultos de personas como mi esposo y yo tienen sus propias familias, y tenemos nietos que ocasionalmente nos visitan. Mi esposo y yo pensamos acerca de cuánto nuestros nietos pueden disfrutar en Ranchito. Ellos pueden correr en los campos, trepar en los árboles y, hacer las locuras que los niños hacen. Pueden atrapar mariposas, ranas, culebras, caballitos del diablo y abejas. Puedo enseñarles como lanzar piedras de coral en la laguna del vecino para saber si hay allí tortugas o peces, o quizá hasta un caimán. Me escondería con ellos bajo el árbol de tamarindo silvestre (Lysiloma latisiliquum), del modo en que lo hacen los conejos de los pantanos, de manera que nadie pudiera encontrarnos. Aquí podrían los niños probar las frutas y las hortalizas de nuestro huerto y descubrir las plantas comestibles que crecen naturalmente en la tierra.
Los nietos de más edad pueden ir con el abuelo a un paseo en un bote impulsado por hélice de avión en el lago Okeechobee, o en una excursión en canoa en una reserva forestal o, hasta visitar el campo de tiro de la policía local. Mi esposo puede llevar los nietos a una exhibición de autos antiguos, algo que a él le encanta hacer o, ir con ellos a presenciar el rodeo a Brighton, la reservación de indios seminolas.
Tenemos grandes esperanzas de convertir nuestro Ranchito en un lugar mejor donde los niños puedan explorar y jugar. Sueño con construir una casa en el árbol de roble (Quercus virginiana) tan pronto como este alcance el tamaño adecuado. Sueño además con colocar allí sogas que cuelguen de sus ramas para que los niños se columpien en ellas, y quizás para que los adultos lo hagan también. Esto es muy posible que se realice en el futuro pues tenemos ocho árboles de cedro sembrados por nosotros que se encuentran en varias etapas de crecimiento.
Hay que admitir que Lakeport tiene su lado salvaje. En la terraza trasera hemos visto culebras de diferentes tipos. Varios tipos de avispas pueblan nuestra terraza delantera. Las avispas albañiles que se encargan de hacer colmenas en las vigas exteriores, a veces hacen ataques en picada contra mí, como si la casa fuera de ellas. Las hormigas bravas me atacaban constantemente, hasta que el año pasado fueron eliminadas por las mansas hormigas bobas del Caribe. Hasta he visto caimanes en la laguna vecina. Algunos de los lugareños aseguran que han visto una boa fugitiva en las cercanías de un canal situado en el pueblo. Ah, no pregunten por los mosquitos en época de lluvias.
Nos encanta nuestro Ranchito. Es un regalo al que todavía estamos descubriéndole nuevos secretos. Me encantaría narrar a todos las historias del Ranchito, sin importarme la edad de quien las oiga. Ruego a Dios para que me permita compartir este amor con las futuras generaciones.