A medida que la modernidad avanzaba, que surgían los nacionalismos, los proyectos republicanos y se proyectaba la democracia como el ideal de dicha etapa, se venían asentando una serie de procesos que exigían un segundo salto cualitativo en la vida de los museos.

Como ideal social de la modernidad, la democracia ha pasado por tres estadios: primero, el político, llamado el de la democracia política, que comienza a finales del siglo XVIII y abarca casi todo el siglo XIX.

En el transcurso del siglo decimonónico (adjetivo usado para aludir al siglo XIX- 1 de enero de 1801 al 31 de diciembre de 1900)  se ve con mayor claridad que no basta la democracia política; sino que es necesario ir detrás de la democracia económica. Todo el proyecto socialista, que surge en la década de los cuarenta del siglo XIX, va exigiendo e impulsando procesos que conlleven a cristalizar la democracia económica. Surge el sindicalismo, el cooperativismo y muchos otros fenómenos de carácter político y social que reivindican esta democracia económica.

Ya en el siglo XX, se generaliza poco a poco una conciencia de que la democracia, como sistema de vida social en la modernidad, exige superar la concentración y la centralización propias del sistema político en boga. Los procesos de desconcentración y descentralización se tornan como demandas sociales para llevar las democracias a nuevos estadios superiores.

Finalmente, se visualiza con mayor claridad que la democracia no solamente tiene un componente político y económico, sino también cultural. Entonces comienzan los debates por desentrañar lo que queremos decir con democracia cultural.

Es aquí donde se inicia una trayectoria de acciones, prácticas sociales y pensamientos innovadores acerca de la democratización de la cultura. Y comienza entonces a ponderarse el tránsito del tutelaje estatal en materia de cultura, a la autonomía cultural de las instituciones sociales que tienen que ver con el desarrollo de la cultura en una sociedad determinada.

Muchos comienzan a entender que el Estado debe superar su rol de ser el gran empresario cultural de la sociedad y convertirse en un árbitro cultural que pone las reglas de juego de la dinámica cultural, que debería estar ahora en manos de las instituciones culturales, que comienzan a crecer con autonomía económica para ser verdaderos sujetos e instituciones adultas de la sociedad moderna.

Es ya a finales del siglo XX y en lo que va del siglo XXI cuando comienza a plantearse un tercer salto cualitativo en las instituciones culturales, específicamente en los museos, que es el tema concreto que mueve a estos comentarios.

En la tercera y última entrega en esta fase presentaré un tercer salto cualitativo: el paso del tutelaje estatal económico de los museos a la autonomía institucional económica.