El militante tan solo le exigió a la cúpula de su partido el derecho de competir internamente por una candidatura a un cargo de elección popular. Pero ni siquiera sus notables méritos partidarios fueron suficientes para ser complacido. Entonces, empujado por la más amarga de las decepciones, abandonó la organización a la que le entregó parte de su vida y aceptó convertirse en candidato del partido contrario.

Este es el típico comportamiento de las élites de los partidos políticos, quienes se presentan ante el electorado como defensoras de los valores democráticos mientras internamente les niegan los más elementales derechos a sus militantes. 

Sin lugar a dudas, cuando las élites partidarias le dificultan a sus militantes el acceso a los cargos de dirección partidaria y de elección popular, mediante maniobras antidemocráticas, con el doble objetivo de perpetuarse en la dirección de los partidos y de monopolizar los cargos de elección popular para repartirlos, convenientemente, entre sus más cercanos colaboradores, incentivan y justifican el transfuguismo.

Originario de Inglaterra, este término fue empleado para describir el cambio de los miembros de la Cámara de los Comunes, cuando alguno cruzaba el recinto para sumarse al grupo de representantes de otro partido que estaba sentado en el extremo opuesto. Sin embargo, en la actualidad, el tránsfuga es aquel miembro del parlamento que se desliga de su partido político para unirse a otro o convertirse en un representante independiente. No obstante, en nuestro país el término se le aplica a aquellos dirigentes políticos que, sin importar que sean o no legisladores, se pasan de un partido hacia otro. 

Esta práctica tiende a impactar más sensiblemente a los sistemas parlamentarios que a los presidenciales, como el nuestro, debido a que puede llegar a modificar la correlación de fuerza en el parlamento y provocar, producto de ello, el cambio del gobierno afectado.

Uno de los grandes debates que ha generado el transfuguismo es el relativo a la titularidad del escaño.  En algunas legislaciones, sobretodo las correspondientes a muchos de los países que son gobernados por regímenes parlamentarios, los escaños les corresponden a los partidos, quienes tienen la libertad de sustituir a los representantes, cuando estos renuncian o son expulsados de los mismos.  En ese mismo orden, en otras, como por ejemplo la nuestra, el escaño le corresponde al representante, quien se lo lleva hacia donde valla. Por último, está el escaño que no le corresponde ni al partido ni al representante, por lo que queda vacante hasta su sustitución en las elecciones.

Ahora solo queda preguntarnos, ¿qué es lo que ha provocado este transfuguismo desbordado que pone al desnudo el desapego de los militantes y dirigentes por sus partidos?  ¿Quién debe sentirse más avergonzado por su comportamiento, el partido político que no ha cumplido, al momento de elegir a sus candidatos, con el mandato constitucional de respetar la democracia interna o el tránsfuga que abandona su partido en medio del proceso electoral? 

Lo que no está en discusión es que en el actual proceso electoral todos estamos siendo testigos de la más grande manifestación de transfuguismo que se haya registrado en nuestra historia, con el consecuente deterioro de la credibilidad de los partidos y la democracia.