Se acercan las elecciones y en la ciudadanía hay un temor que crece con los días. Los resultados determinarán si el país cambiará el rumbo y cerrará un capítulo de más de doce años de corruptela e impunidad; y si en última instancia demostrará lo hastiado que está de un partido de gobierno que ha tenido todas las instancias de poder y no ha hecho otra cosa que enriquecer a sus líderes.

Al menos eso es lo que podemos percibir a primera vista. Pero lo cierto es que estas elecciones traen consigo muchas artimañas ocultas y miedos generalizados, más allá de la inseguridad ciudadana y el gansterismo político. "¡Se está gestando un fraude!" gritan las redes sociales. Y por supuesto, existen todos los indicios de que es así. El PLD nunca ha sacado más de un 55 por ciento en unas elecciones junto a sus aliados; luego de doce años, pensar que poseen más del 60 por ciento del favor del pueblo cuesta mucho creerlo. De por sí, un gobierno que no se ha renovado y por el contrario ha mantenido a la misma gente circulando en los ministerios y cargos más importantes no puede sostener una imagen positiva en la opinión pública. El gasto exorbitante en publicidad no es suficiente para mantener una imagen pulcra y honesta. En especial la publicidad política no se utiliza en el país para fortalecer una imagen, sino más bien para vender una imagen. Imaginémonos a todos nosotros como empleados publicitándonos y hablando nosotros mismos bien de nuestras responsabilidades en las empresas que laboramos. ¿Cómo se vería eso en los ojos de nuestros empleadores? El trabajo que uno realiza debe hablar por uno, y ese no es el caso del PLD y sus 12 años continuos.

Querer crearle una imagen de más del 60 por ciento del favor del electorado recuerda al escritor y filósofo Maurice Blanchot, que utilizaba mucho en su escritura la creación de imágenes que eran capaces de establecer una nueva existencia, no una realidad, y así establecer otra a partir de lo irreal. Así el PLD quiere hacer creer que tiene un favoritismo enorme en el electorado, para entonces “supuestamente” ganar unas elecciones con el 50 por ciento más uno. Una imagen ficticia, seguida de una realidad inducida, pero a su vez irreal. Esto por supuesto por la trama que la gran mayoría piensa que se está gestando previo a las votaciones.

El miedo tiene varias ramas, ya que no sólo se teme a que el partido morado se mantenga, sino también a la forma en que lo logre. La Junta Central Electoral no ofrece ningún tipo de seguridad con sus improvisaciones disfrazadas de progreso. La utilización de los escáneres sólo ha generado mayores inseguridades tanto en la oposición como en la ciudadanía. Y no se debe nada más al hecho de que la JCE está colmada de militantes del partido de gobierno, lo que cual refleja una parcialidad estrepitosa. También se trata de que estos escáneres pueden ser manipulados fácilmente. Y no solamente por el operador o técnico que vaya escaneando las boletas, se pueden configurar con algoritmos para que esa persona que los opera ni siquiera lo note. ¿Conveniente no? Especialmente porque no se ha entrenado bien al personal que va a trabajar con estos aparatos.

Otro de los temores es lo que ocurrirá después de las elecciones. Gane quien gane, va a haber protestas. Los peledeístas que se sienten ganados no van a querer soltar tan fácilmente una industria que los mantiene viviendo como reyes. Y la oposición no va a aceptar una derrota que es muy difícil de justificar con el creciente descontento acumulado durante estos doce años. Un descontento que se siente hasta en el sector empresarial, aunque algunos lo disfracen para continuar favoreciéndose del gobierno que prácticamente no le cobra impuestos y los que cobra, no los pagan los dueños de las empresas porque –como en la cadena alimenticia- pagan los más débiles.

Por último está ese temor de la población a una nueva ola de alzas fiscales. Es inevitable, dado que el Estado se ha endeudado mucho más en cuatro años que en los ocho de Leonel Fernández y el gobierno de Hipólito Mejía juntos. Producto de políticas económicas malas y un gran derroche de dinero en clientelismo, corrupción y publicidad.

La manera autoritaria en la que se manejan tanto el gobierno central como la JCE y los peledeístas mantienen en vilo a una población que quiere cambio y lo necesita. Está por ver si la oposición aceptará una derrota luego de tantos indicios de fraude y absolutismo, y si, en última instancia, hará lo mismo la población que será al final la que pierda si vuelve a triunfar el Partido de la Liberación Dominicana.