Hay una considerable dosis de contribución de los medios al creciente pesimismo que se observa en amplios sectores de la sociedad, cuando se escucha constantemente decir que el país “está jodido”, “se jodió” o va a “joderse”. El problema radica en que el estado de ánimo resultante podría hacer que en situaciones muy adversas el mal augurio se cumpla, porque el derrotismo pulveriza las fuerzas con las que es posible y absolutamente necesario hacer que una nación se mantenga en pie o se levante cuando las rodillas le flaquean.
Cuanto se escucha en la radio o se ve la televisión, especialmente en las mañanas e incluso en el espacio en que participo, es carga demasiado abrumadora para gente que vive saltando de un problema a otro. Con ese legado diario, hay que ser en extremo optimista para ir al trabajo con deseos, o de confiar que el porvenir nos reserve cosas buenas. Al pasar balance de lo que se escucha o ve, tiendo a preguntarme muchas veces si no hay nada positivo que valga la pena resaltar, si los aportes de quienes trabajan desde sus hogares, más ahora con la pandemia, los centros laborales y las oficinas públicas, para tratar de hacer lo mejor para el país carecen de valor noticioso, o simplemente tienen menor impacto en las mediciones de audiencia que un caso de difteria en la frontera o un ahogado a causa de las lluvias, convertidos frecuentemente en insumos de dramas mediáticos cotidianos.
También me pregunto si no estaremos arrastrando una atrofiada interpretación del concepto de noticias importado de un periodismo más exótico, aquél que nos metió en la sesera la idea de que la mordedura de una persona por un can no es de interés alguno, pero en cambio sí lo es cuando un hombre muerde a un perro. No olvidemos, sin embargo, que mientras sigamos obstinados en continuar mordiendo al animal, por más doméstico que sea, podríamos equivocarnos un día y meterles dientes a un pitbull que acabará dejándonos sin pellejo.