El Internet y la osadía de periodistas independientes salvan cada día la libertad y reducen la capacidad de los gobiernos para imponer la censura, ahora que la propiedad de medios por grupos económicos la ha hecho más vulnerable a la intolerancia oficial.

En nuestro país siempre ha conllevado un alto riesgo cuestionar la vida privada de los presidentes y demás funcionarios públicos cuando éstos últimos gozan de “prestigio” social, dinero y poder político. Por eso, los clanes gobernantes se adueñan del presupuesto y el patrimonio estatal, como si tratara de propiedades privadas, sin necesidad de rendir cuentas y seguros de la total impunidad que el secuestro de las instituciones por las logias políticas les tienen asegurada, a despecho de cuanto hagan.

En este país se ha aceptado la idea de que la prensa está obligada a respetar la vida privada de los gobernantes, figura que no existe. Una cosa es el derecho a la intimidad, es decir la libertad que tiene un líder político o congresista de bañarse desnudo en la piscina de su residencia porque ello necesariamente no ofende la moral social. Pero otra cosa es que se exhiba así en público o ante terceros o maltrate a su esposa e hijos en el interior de su hogar. Las excentricidades de los líderes son secretos a voces y algunos medios rehuyen la responsabilidad de informar sobre ellas o el deber de publicar las malas conductas de las figuras públicas, sean del gobierno o del sector privado. Pocos diarios publicarían aquí, por ejemplo, el arresto de un hijo de un presidente por conducir ebrio, como sería normal en otros países, porque además no hay autoridad capaz de incurrir en el error de detenerlo.

La democracia dominicana es una caricatura que ha servido para proyectar mediocridades y permitir acumulaciones de fortunas pecaminosas. La proliferación de diarios digitales fortalece la libertad de prensa y dificulta la censura.