“Los humedales han sufrido el odio y desprecio de muchos en todo el mundo. Estos lugares inundados, a menudo fangosos, han sido acusados de ser fuentes de “pestilencia”, mala calidad de aire y enfermedades. Secarlos, destruirlos o reducirlos a su mínima expresión era visto hasta hace poco como “progreso”. Sin embargo, hoy sabemos que esto fue un error, por el cual todavía estamos pagando” (Yolanda León).

Dentro del muestrario sapiencial de políticos y empresarios de estas demarcaciones geográficas, hemos sido testigo de conductas cavernarias y expresiones lapidarias como aquella de que “los manglares no se comen”. Con ellas, sus sofistas, ya se inscribieron en la historia del basurero de la ignorancia, con lo cual quieren justificar los proyectos mercantiles y baconianos en los que están cifradas las aspiraciones de amasar fortunas y bienestar, siguiendo sin vacilaciones  los pasos del caballo de Atilas, rey de los Hunos.

En el imaginario de esos personajes, no cabe lo de “nicho vital”: espacio para la vida, refugio de múltiples formas de vida que pasan inadvertidas a las preocupaciones económicas. Ellos no saben ni lo imaginan, sería mucho pedir, que Según el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, en la República Dominicana existen  55 áreas de manglar, que ocupan una superficie total de 274 kilómetros cuadrados, que no dejan de ser amenazadas constantemente por “los planes del progreso”.  La Bahía de Luperón, tiene unos 3 kilómetros de bosques de manglar, y es de los pocos lugares del país donde cohabitan las cuatro especies identificadas, que son portadores de una restauración ecológica natural de más de un 600%. Cito Mangle rojo (Rhizophora mangle), mangle amarillo (Avicennia germinans), el mangle blanco (Laguncularia racemosa) y mangle botón (Conocarpus erectus).

Como esfera de vida, el manglar nos permite una pesca productiva y rentable, porque son el criadero, refugio, el banco natural en donde se reproducen la mayoría de especies de peces, cangrejos, camarones, moluscos (ostiones), anfibios, anidamiento de aves migratorias y otras especies, que luego en sus etapas juveniles van a otras áreas a culminar sus ciclos de desarrollo.

Yolanda León, especialista del grupo Jaragua, apunta que “los manglares son el ecosistema que más carbono almacena (casi cinco veces más que cualquier otro tipo de bosque!), ayudando así a mitigar los gases de efecto invernadero responsables del cambio climático”

Como barrera natural de protección  y amortiguamiento de las comunidades costeras, el manglar actúa  contra la erosión del suelo, marejadas, inundaciones, tsunamis y huracanes. Y para nosotros como país es vital, somos parte núcleo de la ruta de los huracanes, que cada año nos superan en números  e intensidad. Nadie debiera entender mejor esta realidad que los dominicanos, que padecemos la incertidumbre de las tormentas. Según la BBC  News (julio 2021), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), apunta que el 70% de la población de República Dominicana es vulnerable de sufrir inundaciones y tormentas, mientras que Aqueduct Global Flood Analyzer -una herramienta online que cuantifica el riesgo global de inundaciones- estimó un riesgo de inundación equivalente a US$262 millones en 2020 que aumentará a US$334 millones en 2030.  Sin la protección natural que ofrecen los bosques de mangles, apunta National Geographic, 18 millones más de personas sufrirían cada año los impactos de las inundaciones; sólo Vietnam, China, Filipinas, Estados Unidos y México ahorran 57,000 millones de dólares en daños a la propiedad gracias a los manglares que tienen en sus territorios.

Sin lugar a dudas, el principal enemigo del manglar en nuestra zona es la avaricia. En otras áreas pueden ser la avaricia y la extrema pobreza, disfrazadas por el asentamiento humano avalado con el permiso de síndicos y políticos de los gobiernos de turnos, la agricultura, la ganadería y las inversiones turísticas. Punta Cana-Bávaro, Puerto Plata, Estero Hondo, son algunos ejemplos donde se han desarrollado proyectos turísticos sobre la base del corte del manglar y relleno de humedales.

Ellos deben saber que el manglar es innegociable a sus apetencias y a su ignorancia. El manglar debe ser parte esencial del desarrollo. Debe estar integrado en él; no fuera de él.

Nuestro país es signatario de la convención de Ramsar, que lo protege, firmado en Irán en 1971. Y, a saber,  ningún Estado que se respete puede jugar a la ruleta rusa con la vida de sus comunidades, dejándolas a la suerte,  ante el avance indetenible de un enemigo tan cierto como el cambio climático.