Los deficientes resultados del estudiantado dominicano en diversas pruebas nacionales e internacionales nos muestran la ineficacia del sistema educativo dominicano en capacitar para una serie de habilidades lingüísticas fundamentales que posibilitan el disfrute de una experiencia humana rica, creadora y civilizada.
Lo preocupante no son los resultados negativos "per seʺ en una prueba coyuntural dada, sino el hecho de que los mismos son constantes e indican males estructurales acumulados durante años a través de distintas administraciones. Y aún más preocupante es que los mismos no generan una actitud autocrítica en los principales responsables de la situación.
Pues si bien puede decirse que la deficiencia de un sistema educativo es responsabilidad de todos sus ciudadanos, hay quienes tenemos mayor responsabilidad que otros. Desde quienes sin verdadera vocación, talento y compromiso con la educación se han dedicado a la misma solo por un empleo, pasando por quienes hemos educado durante décadas a quienes debieron convertirse en los difusores del conocimiento y la tradición intelectual de nuestra cultura, hasta las autoridades responsables de dirigir la política educativa de la nación.
A mayor rango, mayor responsabilidad. Por esto, los principales responsables son los dirigentes de las políticas educativas y sus jefes políticos. Durante años, los estos han subordinado el interés común de tener una ciudadanía educada a sus mezquinos intereses grupales, a sus proyectos de poder y perpetuación.
Continuarán las excusas: que no es tiempo suficiente para evaluar los resultados del aumento en la inversión del sector educativo, que las pruebas no miden la calidad de la educación, etc. En el fondo son excusas para intentar ocultar lo inocultable: que no mejoramos, empeoramos; que un universitario dominicano promedio es incapaz de interpretar un texto y articular un discurso sobre el mismo con un mínimo de agudeza y criticidad; que nuestras experiencias culturales se van empobreciendo día a día producto de la desvinculación con la tradición de los clásicos.
En vez de mirar estos males, nuestras autoridades educativas están obsesionadas con la ideología del mercado y de la competitividad, con copiar fórmulas educativas extranjeras que no sirven para construir una mejor ciudadanía, sino solo para reforzar un orden mundial abusivo e injusto. Pero sobre todo, están obsesionadas por, sin importar los resultados de sus políticas educativas, perpetuarse en sus privilegios a costa de la pobreza y el embrutecimiento general de sus conciudadanos.