Tengo un miedo terrible al disfrute que tienen de las palabras los malabaristas del lenguaje. Escaso es el tiempo del decir, las frases tienen que viajar a través de la hoguera, quemando las pupilas del lector. Cada palabra debe tener un peso específico, una carga eléctrica capaz de electrocutar al más feroz de los búfalos. Eunuco es todo aquel escritor sustentado en los zancos de dos o tres palabras de una época: nihilista, posmodernidad, desconstrucción. Debemos evitar reproducir mecánicamente conceptos, ideas de otros escritores, sin aportar de nuestra parte el acento particular, la grieta temblorosa que nos marca y lacera y al mismo tiempo nos distingue frente a los demás.

En estos tiempos, existe un regurgitar del lenguaje abstracto. Está de moda el no decir nada, ser lienzo en blanco, dando la falsa impresión de que decimos algo nuevo, levantando castillos verbales con ladrillos pegados mediante salivas insustanciales, una sola piedra sacada del armazón derrumba el castillo. En ese juego de sombras, las frases son yuxtapuestas de modo inteligente, creando la errónea sensación de haber sido escrito un poema o un ensayo. En el fondo no es más que artificio del lenguaje, insinceridad poética, enlatado del alma.

La poesía nace de una sinrazón profunda, caótica, pero al mismo tiempo tiene una unidad interna de sentido armónico, un hilo conductor de inicio a fin. No hay en ella anarquía absoluta, como equivocadamente se piensa. El artesano no une las partes de manera caprichosa, regodeándose tan solo en el disfrute fonético y bello del verso. El poema es fuego ardiendo. En su centro los átomos volitivos se unen y separan ferozmente, lo que nuestros ojos ven, no es más que la expresión de esa lucha interna, que al salir de la hoguera llamamos o nombramos de algún modo como efecto poético. A veces, los falsos poetas, suelen distraer el ojo con bonitas frases, ensamblajes de versos, pero no nos dejemos engañar, eso no es poesía, son tan solo espejismos verbales.