La semana pasada transitaba, en bola, por una de las avenidas más concurridas de la capital dominicana. Iba en el carro de una joven amiga y nos acompañaba su hijo de seis años. Cuando llegamos a la intersección de la Av. 27 de febrero con Winston Churchill nos espantó el estruendo de una esponja sucia chocando con el cristal delantero del carro. Nadie se lo pidió, nosotros no lo necesitábamos y sin embargo el limpia vidrios se encabritó cuando mi amiga se resistió a pagarle. Solo Dios sabe qué fuerza alimentaba la virulencia de aquel hombre. Qué fue lo que no nos dijo y como si eso no bastara, hasta pretendió entrar la mano por la ventana del conductor que subíamos con susto mientras anhelábamos una luz verde que se dilataba demasiado en llegar.
Justo a tiempo el transito circuló y nos pudimos zafar de tan indeseable momento. Nos quedó el sobresalto, el desagrado y una profunda sensación de inseguridad. Con el paso de las horas amainó el pique y recuperé mis nervios. Repasé el lamento de mi amiga quien con una mezcla de indignación/resignación me reportó que aquello era algo común en las principales esquinas de Santo Domingo. De hecho, ella conocía de algunas damas que preferían dar vueltas más largas con tal de evitar esos malos ratos.
Me dije, cómo es posible semejante atropello en puntos tan concurridos, precisamente por donde transitan las "primerísimas" personas de nuestra sociedad. Estando en eso recordé la cara del guardia que conducía la jeepeta oficial de la señora que estaba al lado nuestro mientras pasamos tan amargo momento. El "servidor público", "guardián" de nuestra Constitución ni se inmutó. Quizás estaba demasiado cansado después de haberle empujado el carrito en el supermercado a la "jefa" o quizás los vidrios del vehículo oficial eran demasiado gruesos como para notar la consternación de dos mujeres en apuros. Realmente no sé, pero me resisto a creer que ver dos mujeres siendo atropelladas a plena luz del día por un bravucón es algo que en este país de enormes discursos, promesas incumplidas e históricas deudas sociales sea algo normal.
Pensándolo bien, en un ejercicio de objetividad, lo que yo creo que pasa realmente es que los "primerísimos" de nuestra sociedad, precisamente los que concentran recursos y poder político, no se dan cuenta de cómo vamos. Es decir, parece que no se valora el que vayamos dejando de ser un país dividido entre ricos y pobres para ser uno en donde todo el mundo está más o menos fuñido, salvo aquellos que habitan pequeños bolsones de prosperidad reservados para demasiados pocos. El "sálvese quien pueda ha relativizado" el valor de la decencia, la educación y el respeto. Se va colando la idea de que sentirse seguros deja de ser un derecho para ser un privilegio reservado a los que se puedan financiar un guardaespaldas. Tener un servicio estable de energía no es un derecho, ni siquiera para los que pagan, esto queda reservado solo para los que tienen generadores privados. Y así sucesivamente…
En lo personal siento y valoro profundamente la idea de la libertad. Cada pueblo puede elegir el tipo de país que entienda le convenga. Pero no me puedo zafar de mi calidad de trabajadora de la educación y en ese tenor promuevo en mis salones de clase la idea de un país de menos excesos para algunos y mejor para todos. Ese anhelo, con todo respeto, quiero compartirlo con ustedes.