Decenas de libros yacen amontonados y cubiertos de polvo sobre los estantes. Llevan años a la espera de un comprador generoso que los salve, y nada. La soledad que impera en los salones principales de las librerías solo es comparable con la soledad perpetua de los cementerios. Libreros o enterradores. Tumbas o repisas. Da igual. Las diferencias poco importan.

En Cuba, cada día se venden menos libros y, de manera contradictoria, continúan las impresiones al por mayor. «La lista no juega con el billete», comentan algunos, mientras otros creen que ese irresponsable procedimiento emana de una política oficial para mantener callados y contentos a los escritores. Las imprentas, como casi todo aquí, pertenecen al multimillonario, caritativo y omnipotente señor Estado, el primer empresario de la nación.

Los precios de los textos resultan muy baratos en comparación con los existentes en el mercado internacional, pero son bastante caros en relación con los bajos salarios que devengan los cubanos. Cuando el dinero no alcanza para comer, la adquisición de libros se convierte en un lujo difícil de costear. Y las barrigas suenan demasiado.

El universo sin límites de las nuevas tecnologías ha influido, de modo gradual, en la disminución del hábito de lectura mediante el formato tradicional. Ahora, la gente consume materiales audiovisuales en exceso y queda, entre el trabajo diario y las presiones del hogar, poco tiempo para la lectura.

Los espectáculos musicales, las telenovelas mexicanas o las series televisivas made in USA, se roban el show y la preferencia del pueblo. De un puntapié, el equipo electrónico DVD y las computadoras personales desplazan de los roles protagónicos a los clásicos (y no tan clásicos) de la literatura nacional y foránea. Y hablamos de un país donde la Internet es limitada y costosa, y sin acceso a la TV por cable (para el cubano común, claro). De lo contrario…

En otro sentido, resulta favorable que se expongan al público títulos de diversas materias del conocimiento y de autores reconocidos. Sin embargo, todavía se imprime mucha pacotilla pseudointelectual de autonombrados «escritores» o «profesionales de la pluma». Cualquiera, con buenas influencias o lengua rastrera, garabatea cuatro palabras en un cuaderno y se presenta como escritor o poeta. Y recibe premios, condecoraciones y homenajes. Entonces, los directivos de las editoriales publican los garabatos del supuesto escritor y prometen, frente a las cámaras, que las ventas crecerán con el nuevo «best seller», y bla, bla, bla… Al final, el polvo cubre hasta las mentiras.

Otras creaciones de mayor calibre intelectual comparten el mismo destino polvoriento debido, en parte, a las desacertadas estrategias de promoción y al desinterés de las instituciones culturales. Los medios de comunicación de alcance nacional promueven el trabajo de los autores más jóvenes con escasa frecuencia y exaltan, en demasía, a los escritores residentes en la capital cubana. Tal parece que en el resto de las provincias viven primitivos de la Edad de Piedra.

Los jurados de concursos literarios están compuestos, en la mayoría de los casos, por personajes fantásticos o «animales prehistóricos del pensamiento». Allí comparten, entre sorbos de veneno y café, los últimos chismes del gremio y se ríen de las «barbaridades» presentadas en el certamen (perdón a los jurados capaces y honestos, pero son pocos). Y, para rematar, el premio recae en el adulador de moda o en alguien dispuesto a «pagar tributo» en eventos venideros. Usted sabe…

Pero en este mundo de libros que nadie quiere, lo que sobra es el humor. El escritor con bajos números en la venta y necesidad de reconocimiento encarga la compra de 15 o 20 ejemplares de su propia obra a los amigos del barrio. Después regala los textos en la primera tertulia que aparece y, ¡aplausos!, hay que felicitar al genio. Montañas de papel y ríos de tinta tirados por la borda, mientras la censura oficial prohíbe la difusión de libros de alta valía literaria e intelectual. Políticas editoriales vs. Economía y buen gusto. Sufren los bolsillos del país y el polvo continúa.