No tengo respuesta para esa pregunta, aunque no puedo dejar de plantearme la interrogante. Como ellos, yo también soy portador de una marca de época que he vivido intensamente. En un ambiente hostil, conocí las difíciles condiciones de la pobreza, viví el batallar que sucedió a la poblada de 1984, viví la hermosa edad abierta a las ilusiones y al porvenir basado en ideales que representó el último tramo de la guerra fría.

Quedaron por siempre en mi memoria las jornadas triunfales de huelgas exigiendo algún servicio público o reclamando algún derecho. Me entregué de lleno a la tarea de construir lo soñado en el ámbito de la educación y la cultura a través de los clubes sociales. No fue un lecho de rosas. Afronté contradicciones, pero en el hacer obra encontraba instantes de plena realización personal. Así fue creciendo una mentalidad hecha en el enfrentamiento a realidades concretas, en la conquista de nuevos saberes, en el crecimiento de un modo de pensar y sentir.

Mirarme hacia dentro, explorar mi origen y mi formación, dilucidar de dónde vengo me ofrece herramientas para entender al otro, paso indispensable para tender puentes hacia el diálogo necesario. A pesar de las coincidencias epocales, mi generación no fue homogénea. Ninguna lo es. Y no me refiero tan solo a las inevitables fracturas ideológicas.

Mi generación vio nacer la televisión chatarra. En aquella etapa inicial, el surgimiento del medio introdujo un elemento novedoso en el modo de vivir, pero no cambió en lo sustancial las costumbres. En las noches del barrio, se mantenía el intercambio entre vecinos. El arte de la conversación era una práctica generalizada por la que transitaban los comentarios sobre las noticias del momento, las preocupaciones compartidas y el inevitable chismorreo. Los más jóvenes se desentendían del hablar de sus mayores. Se iban agrupando según afinidad de intereses. Algunos se incorporaban al trabajo desde temprano. Otros, tenían la posibilidad de seguir estudiando e iban tejiendo sus propias redes de relaciones.

Poca relación había entre los contextos de un trabajador capitalino y el abismo insondable de la miseria rural, acosado por las amenazas de desalojo y la muerte temprana de los hijos. Tampoco era homogéneo el ambiente universitario. Muchos estudiantes acudían tan solo motivados por el deseo de lograr el título que les viabilizaba la manera de ganar el sustento. Un sector minoritario aspiraba a cambiar el mundo mediante la participación en la política y en la cultura. Fue una vanguardia que se constituyó en mayoría cuando el triunfo de las Revoluciones de los abriles, abril del 65 y abril del 84, demostraron que los sueños podían conquistarse con el esfuerzo mancomunado de todos en la lucha por la independencia y por el desarrollo. Muchos antiguos valladares se derrumbaron. Las oportunidades se abrieron. Hijos de campesinos se convirtieron en reputados científicos.

Este contexto epocal nos pone ante la realidad una nueva juventud de la que seguiremos conversando en la próxima semana.