Sostengo lo siguiente: si hay algo que los dominicanos debemos agradecer a la revolución cubana de Fidel Castro, más allá de poblar el imaginario latinoamericano con la idea de que un cambio era posible y que podíamos oponernos rotundamente al imperialismo, es haber expulsado a un buen número de jesuitas de Cuba. Sobre todo, a los jesuitas ligados al sistema educativo cubano del momento. La razón es muy sencilla: hemos sido beneficiados de esa “migración” forzada y, me parece, que la sociedad dominicana no ha sacado balance de los aportes jesuíticos al pueblo dominicano en términos de educación, por mencionar solo un renglón de sus innumerables labores en suelo quisqueyano.
Los jesuitas es la orden religiosa (sacerdotes y hermanos consagrados) fundada por San Ignacio de Loyola quien nace el 24 de octubre de 1491 en el castillo de la familia Loiola en Guipúzcoa, Azpeitia. Hoy convertida en casa-museo y casa de ejercicios espirituales. El núcleo de la espiritualidad ignaciana está en el lema inscrito en sus obras: “En todo Amar y Servir” a Cristo Nuestro Señor. Es San Ignacio quien saca la vida religiosa de occidente del letargo con un renovado carisma de inserción en el mundo, dilatada vida académica e intelectual al servicio de los más pobres. Una de las expresiones más hondas de Ignacio es aquella de que “la amistad con los pobres, nos hace amigos del Rey Eterno”.
La primera incursión jesuítica en esta isla fue muy breve: una escala obligada en 1566 por la bahía de Manzanillo del padre Juan Rogel y el Hermano Francisco Villareal quienes estaban destinado a la misión de la Florida. En aquellos tiempos cuando un jesuita iba de misión, era lejos de casa y sin ninguna esperanza de volver a sus “aires natales” ya que se entendía a sí mismo como un soldado de Cristo al servicio de la Iglesia (el lenguaje militar es parte del modo de proceder ignaciano).
La segunda incursión de los jesuitas en nuestro país se remonta al siglo XVII y estuvieron hasta mediados del siguiente siglo. Un colegio y una residencia fueron sus misiones en esta tierra. En 1767 fueron expulsados del territorio español por orden del rey Carlos III bajo la acusación de ser los promotores del llamado Motín de Esquilache (1766). Nos pasamos el siglo XIX sin jesuitas.
Como la tercera es la vencida, los jesuitas retornan a suelo dominicano en 1936 en donde asumen la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Dajabón. Todavía en sus manos hasta el momento actual. Una década después destaca la figura del padre Antonio López de Santa Anna promotor de la fundación del Colegio Agrícola en 1946 en la frontera dominicana. Hoy recibe el nombre de Instituto Tecnológico San Ignacio de Loyola y está en manos jesuíticas. En 1948 surge la idea de crear una emisora para educar el campesinado cibaeño alrededor del Santo Cerro. Esta idea se materializa en 1956 con Radio Santa María, fundada por Wenceslao García sj. En 1952 se funda el Instituto Politécnico Loyola como una obra similar al Colegio de Belén en Cuba. Este último sería convertido en 1961 en escuela militar por Castro, expulsando a los jesuitas.
Desde entonces, los jesuitas han estado ligados al sector educativo en nuestro país y han fortalecido no solo la formación técnico profesional de millares de jóvenes dominicanos, sino que también dirigen las denominadas escuelas de “Fe y Alegría” con el afán de llevar una educación de calidad a los sectores más empobrecidos.
El 31 de julio es especial para los jesuitas porque Ignacio murió ese mismo día, en 1556. A partir de ese día inicia su legado a toda la humanidad a través de hombres de notables luces intelectuales y marcada fe que son animados a formar parte de los llamados “Amigos en el señor” que componen la Compañía de Jesús. Los Jesuitas no son solo religiosos con voto de pobreza, castidad y obediencia a sus superiores; también son notables intelectuales que han incursionado en todos los ámbitos del saber.
Su legado va más allá de una ascética cristiana y en nuestro país no podemos hablar de educación, filosofía y pensamiento social sin los jesuitas y sus instituciones. Felicidades hijos espirituales de Íñigo.