En un número reciente de Babelia, se reseña el libro de Yvonne Sherratt, Los filósofos de Hitler. El texto aborda los compromisos políticos de una parte de la intelectualidad alemana con el proyecto politico del Tercer Reich.
La reseña motiva a reflexionar sobre la tensa relación entre los intelectuales y los gobernantes. La naturaleza de la actividad intelectual implica el ejercicio del pensamiento crítico, lo que conlleva el cuestionamiento de las prácticas de los dirigentes. Además, con mucha frecuencia, el intelectual aspira a influir en el imaginario colectivo de su sociedad y por supuesto, a modificar el modo de pensar y actuar de los gobernantes, lo que genera una serie de fricciones que a veces desemboca en violentas rupturas.
Los dirigentes son recelosos de la crítica, pero a su vez, necesitan de individuos capaces de elaborar un discurso legitimador de sus acciones. Esto ha forzado con frecuencia a que intelectuales y gobernantes pacten un matrimonio por conveniencia.
En nuestra sociedad, dada las características de su desarrollo social y cultural, la importancia del intelectual siempre fue marginal. Si examinamos la relevancia histórica de nuestros intelectuales, la mayoría descolló a la sombra de un proyecto de poder o convirtiéndose ellos mismos en gobernantes.
Esto se convierte en un acicate para que el joven intelectual dominicano aspire a vincularse a un proyecto politico partidista. Es el único medio que ve para alcanzar relevancia en una sociedad que carece de la estructura social para permitirle ascender, destacar y justificarse como intelectual.
En la medida que el intelectual dominicano lucha por insertarse, abandona su compromiso con la creación de espacios abiertos que cuestionen los discursos de poder. Compromete sus discursos, poniendo precio a sus ideas. Y cuando ha adquirido su anhelado estatus social ya se ha convertido en un mercenario de la pluma. De este modo, se cierra el círculo de acriticidad que un sistema educativo mediocre y unos medios de comunicación alienantes conforman.
De ahí la necesidad de fomentar la creación de espacios abiertos para el debate y el cuestionamiento más allá de los estrechos círculos intelectuales que se conforman en torno a los proyectos politicos partidistas. De la construcción de estos espacios depende la sostenibilidad de un proyecto de sociedad abierta.