(Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)
¿Cuál fue la posición política de los personajes del Congreso de la Prensa durante y después de la intervención militar norteamericana?
Se vio, en la entrega anterior, la posición política de algunos de los más connotados intelectuales que pasaron del horacismo, el jimenismo, el republicanismo y el legalismo al trujillismo.
Salvo error de mi parte, de los miembros menos connotados de aquel Congreso anti-imperialista, en la biblia trujillista de Emilio Rodríguez Demorizi (Bibliografía de Trujillo, 1955) no figuran Armando Rafael Lamarche, Conrado Sánchez, Manuel Gil Martínez, Luis Ney Agramonte, Dr. Héctor de Marchena, Juan Salvador Durán, cronista social favorito de las damas, quien de la revista Pensativa pasó al Listín Diario con el seudónimo de Jacinto Silvestre; ni el Dr. Arístides Fiallo Cabral, hermano del poeta Fabio, que le aceptó un cargo a Trujillo.
José Ramón López, muerto en 1922, no alcanzó a ver los acontecimientos del 23 de febrero de 1930, pero si de Venezuela, exiliado de Lilís, volvió luego al país para apoyarle, por lógica interna del discurso y el sujeto, hay apuesta gruesa a que, con toda posibilidad, de no haber fallecido antes, hubiese apoyado a Trujillo. Su darwinismo social y la necesidad de un hombre fuerte para resolver los problemas del país le hubiesen llevado por ese sendero.
De Luis Conrado del Castillo, muerto en 1927, nada puede especularse, salvo decir que del horacismo pasó, junto con su jefe Rafael Estrella Ureña, a formar fila en el Partido Republicano, una escisión del horacismo a cusa del empréstito americano. Pero la pregunta que puede uno formularse, vista su conducta moral frente a la ocupación militar americana, es si habría apoyado a su jefe, Estrella Ureña, en la aventura del golpe de Estado de Trujillo el 23 de febrero de 1930.
Habría que iniciar una investigación acerca de la posición política del Club Unión con respecto a la ocupación militar yanqui. ¿Por qué iniciarla? Porque Rufino Martínez dice en su libro Hombres dominicanos. Rafael Leónidas Trujillo. Trujillo y Heureaux (SD: Del Caribe, 1965, p. 397) que a Del Castillo, abogado, en un balotaje, le negaron la entrada a dicho club y le informaron que cuando cumpliera treinta años de ejercicio sin tacha, se le admitiría. Y hace la comparación Rufino, tal un Plutarco, con Mozo Peynado, quien invitó a un limpiabotas a jugar billar en el Club Unión y fue el creador de la frase “Dios y Trujillo”. ¿No habrá pesado el ejercicio ético y sin tacha del abogado Del Castillo, defensor de “la evacuación pura y simple” durante la ocupación yanqui para irradiarle del Club Unión? Esa es la pregunta de la investigación.
Por otra parte, no figuran en el libro del Tucídides dominicano ni Aguiar, Agramonte, Fiallo Cabral, Durán, Casado, Conrado Sánchez, Delanoy, Lamarche y Marchena. Pero de esta lista, figuran en la biblia de don Emilio, con artículos trujillistas, Aguiar con 9, Casado R., con 2, Delanoy con 2, Prats Ramírez con 12, Morel con 14 Matos Díaz con 1, Juan Tomás Mejía con 9, Molina Patiño con 1, Daniel Henríquez con 15.
De todos estos caballeros, Juan Tomás Mejía Solière (1883-1961) pasó del horacismo al trujillismo y ocupó importantes cargos públicos en la judicatura, pero Néstor Contín Aybar en su Historia de la literatura dominicana (SPM: Universidad Central del Este, t. III, 1984, p. 44) higieniza de trujillismo a casi todos los escritores y poetas incluidos en su libro, por lo que no puede saberse cuáles altos cargos desempeñó en el horacismo y cuáles durante la dictadura. Murió a los cinco meses de decapitada la dictadura.
Por su parte, Enrique Aguiar (1887-1947), autor de la conocida novela Eusebio Zapote, fue discípulo de Hostos. Del horacismo (cónsul en Marsella en 1925) pasó al trujillismo como director del Protocolo en 1934, según Contín (p. 66), pero el jurista no nos permite saber qué otros cargos ocupó en la administración pública o en la diplomacia entre 1913 y 1929, áreas donde fue actor.
De Arístides Fiallo Cabral, al morir en el umbral de la dictadura (1877-1931), aunque joven todavía, no tuvo tiempo de hacer galas de sarasatismo político, pero queda, según Contín (p. 130) el desempeño de “la cartera de Sanidad y Beneficencia en uno de los gobiernos de Rafael L. Trujillo” como uno de los timbres de orgullo de esta familia horacista de los Fiallo Cabral. Contín debió escribir “en el primer gobierno de Trujillo”. ¿Qué oculta con este uno de los gobiernos de Trujillo? La confusión, porque el premio de esa Secretaria de Salud y Beneficencia fue por la labor de Fiallo Cabral como juez electoral que apañó el fraude de Trujillo en las elecciones del 16 de mayo de 1930 (documentado por Víctor Medina Benet en Los irresponsables. Santo Domingo: Arte y Cine, 1974, p. 439).
Con Juan Salvador Durán (1885-1930), de padre venezolano y madre patricia de los De la Concha, sucede lo mismo que con Arístides Fiallo Cabral: Jacinto Silvestre no tuvo tiempo de demostrar su sarasatismo político, aunque a sus 45 años debutó en la Era como director del Protocolo, aunque por la fecha de su nombramiento como secretario de la Legación dominicana en Venezuela en 1913 puede saberse si era jimenista, horacista o bordista.
El hecho de que alguien no aparezca en la Bibliografía de Trujillo, de Rodríguez Demorizi; en el Álbum simbólico. Homenaje de los poetas dominicanos al generalísimo Trujillo Dr. Rafael L. Trujillo Molina, Padre de la Patria Nueva (Ciudad Trujillo: Librería Dominicana, 1957); en los tomos de los merengues para loar a Trujillo, recogidos por el músico Luis Rivera; o, en las páginas del suplemento literario del periódico El Caribe donde, sin falta, cada 24 de octubre, fecha onomástica y natalicio del Benefactor, muchos poetas de la corte vaciaron en molde de plomo sus poemas a la gloria del insigne Jefe, no significaba que no fuera trujillista en razón de tal ausencia, sino que en la acción política, deudora del análisis semiótico, semejantes intelectuales cumplían su rol gramsciano.
Este puede ser el caso de Armando Rafael Lamarche, de la revista Renacimiento; de Manuel Gil Martínez, de La Bomba; de Luis Ney Agramonte, de La Hora; de Conrado Sánchez, de El Pueblo y del Dr. Héctor de Marchena, de La Conquista, todos firmantes en 1920 del manifiesto del Congreso de la Prensa durante la intervención norteamericana de 1916-24.
Los años más intensos del trujillismo llegan hasta 1955 con la Feria de la Paz y la “decadencia” comienza a partir de ahí. De modo que la inflación de artículos trujillistas para defender el régimen ante el peligro de disolución, se acrecienta exponencialmente frente a la expedición del 14 de junio de 1959; el asesinato de Marrero Aristy; el atentado a Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela y la consiguiente condena de la dictadura en 1960; el debelamiento del movimiento clandestino 14 de Junio y el asesinato de las hermanas Mirabal en enero y noviembre de 1960. Todo esto acrecentó el fervor trujillista en la prensa y la necesidad de defender el régimen, aislado internacionalmente. Si algún investigador emprendiera la labor de continuar el levantamiento de la bibliografía trujillista de Rodríguez Demorizi, haría un servicio a los demás estudiosos de este período nefasto de la historia dominicana.
Veremos, por último, en la próxima entrega, el documento de la Academia Colombina en contra de la ocupación militar yanqui, todavía de mayor contundencia y peso intelectual que el manifiesto del Congreso de la Prensa Dominicana.