Robin Wiliams solía decir que “Los políticos deberían tener chaquetas como los pilotos de NASCAR con publicidad de la compañías que los patrocinan, así sabríamos quiénes son sus dueños.” Y a pesar de que los políticos tienen un deber mayor de transparencia por ser representantes de la sociedad, ellos no son los únicos que deben sujetarse a ella.
Con el auge del internet y las redes sociales, llegó el uso de éstas herramientas para la comercialización. Y hoy día parecería que todo el mundo aspira a ser comerciante virtual, fashionista o influencer, no importa las cantidades de seguidores que tengan. El “tanto tienes, tanto vales” luce referirse en estos tiempo a cantidad de seguidores, no necesariamente de dinero. Y de ahí deviene un posible peligro.
Atrapados por la mística de las fotos y los colores, cada persona con más de 10 mil seguidores se siente hoy en el derecho de bombardearlos con publicidad y encubrirla como opiniones imparciales, a cambio de favores y dinero. Existen casos sutiles y casos más exagerados, pero en casi todos se adolece de la transparencia de conocer si la opinión dada es sincera o paga.
La gente desarrolla o cree desarrollar una relación primaria con quien sigue en las redes, una ilusión alimentada por la cantidad de información continua que se comparte, a veces mayor que con familiares. Ves las fotos de tus amigos y te topas con la de un blogger, ¿por qué tendrías que ponerte a la defensiva y pensar que el llamado influencer te miente, si en la lógica de tu timeline no es más que otro de tus amigos?
A pesar de que no sabemos con certitud la eficacia de estas promociones ni la credibilidad de éstos, no es honesto ni ético vender publicidad sin diferenciarla de opiniones. Y esto no sólo se limita al aspecto puramente comercial, según un estudio realizado por la Universidad de Stanford alrededor del 82% de los estudiantes de secundarias no supo distinguir entre una noticia con contenido pagado y una noticia real. El estudio realizado con más de 7 mil estudiantes reveló que antes que preguntarse por la fuente de la noticia, ellos se validan en la foto o el detalle del texto leído. Peligro.
Por razones como ésta, la Comisión de Comercio Federal de Estados Unidos (FTC), como parte de su labor de protección al consumidor, les advertía mediante cartas hace unos meses a unos cuantos influencers que si existe una conexión material ($$$) entre ellos y el producto que están promocionando, la misma debe hacerse evidente y fácil de comprender a primera vista para el consumidor.
En su “Guía sobre Patrocinios”, la FTC también establece que aunque el contrato pueda ser aparente para algunos expertos en la industria, no lo es para todo el mundo que tiene acceso al blog. Por lo que la práctica entonces podría considerarse por ellos como engañosa, puesto que confundiría a una minoría significativa de consumidores, “Y por eso es tan importante revelarlo”. Siguiente esta línea de pensamiento, cabe destacar que nuestra Ley 358-05 de protección al consumidor prohíbe “la utilización de imágenes, textos, diálogos, sonidos o descripciones que directa o indirectamente, causen o puedan causar inexactitud o mensaje que pueda inducir al consumidor o usuario a engaño, error o confusión acerca de las características, el precio y las condiciones de compra o venta del producto o servicio ofertado o publicitado”. Por lo que podríamos entender que al igual que sucede en Estados Unidos, esa relación contractual de subordinación en la cual el influencer actúa como un empleado más de la compañía que promociona, es necesario evidenciarla más allá del terreno moral para todo consumidor nacional, puesto que puede conducir al engaño.
Ojalá Pro-Consumidor pueda seguir el ejemplo trazado por la FTC para educar a los influencers de nuestro país, pero sobre todo para proteger al consumidor local de sus ídolos, sus negocios y el engaño.