A territorio norteamericano llegó ya la marea de los "indignados" iniciada hace unos meses en la primavera de la vieja Europa. Más de setecientos fueron, según reporta la prensa, los detenidos en las protestas que un grupo de descontentos hicieron frente a las puertas de Wall Street, el sagrado templo del mundo financiero.
Comentando la emergencia de este movimiento, que dio sus primeros pasos en marzo de este año en la capital de España y que rápidamente se extendió por otros países de Europa, llegando incluso a Israel y pasando por los Balcanes, señalaba en esta misma columna que los "indignados"carecían de propuestas y alternativas para revertir la situación social y económica que denuncian y por la que protestan.
En uno de sus comentarios de estos días el New York Times, reconociendo la legitimidad del descontento de los ciudadanos que se han manifestado, advertía también de la misma carencia de propuestas concretas de este colectivo que recoge el gran descontento popular norteamericano.
Los indignados de New York, agrupados en el movimiento Ocupa Wall Street, que tomaron posesión del distrito financiero de Manhatan, hasta que llegó la policía, protestaron directamente contra los "banqueros gansteres", como llaman a los magnates corporativos . Lo que comenzó como algo que parecía una broma y esnobismo hace un par de semanas, está tomando fuerza. Y, aunque no son multitudes los que protestan, su movimiento se expande acelerada y simultáneamente por Chicago, San Francisco, Los Ángeles y Washington.
A estas altura de la crisis mundial no es necesario dedica mucha tinta para justificar las quejas de los indignados. No es aceptable, por ejemplo, para la gente que los grandes bancos, demasiado grandes para dejarlos quebrar, socialicen, como han hecho, los riesgos de su gestión, y privaticen, como también han hecho, sus beneficios. Esto, no solo no es aceptable, sino que es realmente indignante y, repito, justifica estas protestas.
Con el paso de los meses he comprendido que pedir que los indignados, además de protestar y quejarse, propongan alternativas, es pedir demasiado. Dice el anciano Stéphane Hessel, autor de un pequeño folleto que ha proporcionado base ideológica a este movimiento de los indignados, que en un mundo tan complejo como el nuestro de ahora "las razones para indignarse pueden parecer hoy menos nítidas". En todo caso están ahí, "en la dictadura de los mercados insaciables en su codicia".
Cuando el enfermo va al médico tan solo tiene claro por dónde le duele el cuerpo y espera que sea el médico el que le marque la ruta de su recuperación. El silencio del cuerpo es la salud. No habla el cuerpo cuando estamos sanos, se hace oír cuando enferma y el dolor pincha en alguna parte de nuestra anatomía.
Esto mismo lo podemos trasladar a la situación actual. La gente siente que la economía está mal, que el sistema no funciona, que sus problemas no se resuelven y, lo que aún es peor, que sus esperanzas se están esfumando. La gente no domina los "intríngulis" de la ciencia económica y espera que sean los expertos los que encuentren la luz en este tollo.
Pero, ¿qué hacer cuando justamente es el doctor el que nos ha enfermado? Este es el punto justamente. La pregunta es: ¿Podemos confiar en los expertos? ¿Debemos hacerlo? ¡Tenemos otra alternativa? ¿Estamos obligados a confiar en ellos y resignarnos a cruzar los dedos para que sean buenos esta vez y cambien el diagnóstico y la terapia?
Concluye el comentario del New york Times diciendo que "una gran parte de los eslóganes de Ocupa Wall Street es bastante tonta; pero también lo es la retórica mojigata de Wall Street. Y si un grupo variopinto de manifestantes juveniles puede contribuir a traer una dosis de responsabilidad y equidad a nuestro sistema financiero, bien por ellos.