A medida que va avanzando el año las opciones de candidaturas para las elecciones presidenciales del próximo año se van concretando, pasamos de comparaciones virtuales a la realidad de la competencia electoral y empezamos a ver el enamoramiento de los candidatos a los ciudadanos con propuestas maravillosas del paraíso que sería este país si son elegidos.

 Del mismo modo se activan las "disco-light", el desorden, los inoportunos bandereos y con éstos los insultos y diatribas entre las partes; con nosotros, los indecisos de las encuestas, en el medio. 

Desde la grada de la indecisión, resulta interesante ver cómo cada uno pretende obtener nuestro voto; porque al final de cuentas, entre los electores, dos tipos de ciudadanos contarán el año que viene: los indecisos pobres y ricos que dan su voto por un sobrecito o una fundita, una exoneración o un carguito; y los demás indecisos que damos nuestro voto por diversas razones, distintas a las anteriores, aunque a veces relacionadas. 

A los indecisos además nos pasa que recibimos insultos de ambas partes, pues cada vez que criticamos a unos u otros nos acusan de ser del contrario o simplemente nos dicen que no construimos nada, que estamos en contra de todo y que eso no es posible, que hay que definirse. 

¡Qué pena que no puedan ver la utilidad de la indecisión electoral consciente! ¡Qué pena que no puedan apreciar la crítica desde la objetividad que da no estar ni con uno ni con el otro! La verdad es que nuestro aporte a la construcción de ofertas electorales es más grande que el de aquellos que nadan a favor de tal o cual corriente; porque ¿qué puede aportar a la oferta electoral de un candidato un individuo que lo siga ciegamente? 

Aprovecho para contarles una anécdota: Resulta que una amiga me pidió una vez que le acompañara a elegir su traje de novia; me sorprendió que me pidiera tal cosa a mí que no me gustan las bodas, ni mucho menos los vuelos, los trajes "bizcochosos", los tules, las flores y los encajes. Mi amiga me explicó sus razones: quería sinceridad pura y dura, de esa que no gusta ni encaja, sinceridad incómoda y desagradable: quería estar  bella el día de su boda. 

Así que la acompañé, le di mi opinión de cada traje que se midió, objeté el exceso de encajes, la ridiculez de las tiaras principescas, en fin, que me gané la animadversión de la vendedora de trajes de novia y de dos o tres de las "damas de honor" que le hacían coro. No sé si mi amiga estaba linda el día de su boda, creo que sí, se veía sencilla dentro del espacio que una boda pueda permitir a la sencillez (que no es mucho) y yo me sentí feliz de haber contribuido a ello. 

El asunto es que si bien al principio de mi tarea odiaba las bodas, me parecían ridículos los trajes, las tiaras, el tul y los encajes; concluida ésta y al ver a mi amiga caminar hacia el cadalso, perdón, el altar; la ví preciosa y hasta – colmo de la ridiculez – lloré un poco, lo confieso. Es decir, que finalmente tomé partido de algo porque yo había contribuido a construirlo. 

No se trata esta vez de una boda, sino de un evento aún más importante, de interés nacional; el país se casará con un individuo y su visión para resolver las cosas, enfrentar problemas y plantear y llevar a cabo soluciones. ¿por qué descartar ciudadanos en la elección del traje que se pondrá después del 2012 simplemente porque critique con acidez los adornos y la demagogia propia de los períodos electorales? 

Es saludable encontrar críticas a las propuestas que vayan más allá de las comparaciones entre un partido y otro; o entre un candidato y otro; las propuestas deben enfrentarse al análisis de su factibilidad, a la posibilidad real de concretarlas una vez alcanzado el solio presidencial; el papel y el discurso aguanta todo, ya lo hemos visto. 

Nada nos asegurará que las propuestas sean cumplidas, pero debemos tener la capacidad de distinguir la demagogia barata de una oferta verdadera y factible. ¿Cómo hacerlo? Escudriñando, preguntando, criticando, averiguando qué hay bajo esa propuesta, el cómo, por qué, cuándo y sobre todo con quién. 

Si usted propone luchar contra la corrupción: cuénteme de qué corrupción habla, qué es lo que sabe, dónde está el problema, cuál es la clave para resolverlo, qué propone hacer para resolverlo en términos concretos, por qué cree que el otro no lo hará, cuándo se propone empezar y sobre todo, con quién cuenta para implementar dicho plan. 

Si me habla del 4% por ciento para la educación, dígame de dónde va a sacar el dinero, por qué el que está no lo hizo y dice que el dinero no aparece (o por qué no lo hizo usted antes); qué me asegura que usted sabe de dónde va a sacar el dinero; qué va a hacer con ese dinero, dónde y cómo lo va a invertir; y una vez más, con quién cuenta para ello. 

Y así con todas las propuestas. Que nosotros los indecisos no vamos a bandereos ni a mítines; estamos aquí fajados trabajando, construyendo la nación junto a los que hacen política partidista, con nuestro trabajo diario; y esperando que se nos respete, hablándonos con la verdad y no creyendo que somos estúpidos.