En el gobierno de Trujillo –nos referimos a la instalación de la dictadura–, no se produjo una pandemia como la que conocemos hoy. Sí tuvo que enfrentar un huracán, y la devastación que venía con él. Esto ocurrió a solo dos semanas de instalarse el nuevo régimen.

Los huracanes pasan todos los años y nos dejan una amplia secuela de desastres. Lo mismo ocurre en otras islas del Caribe. Podemos citar las de Barlovento: a Granada, Martinica, Santa Lucía, Trinidad y Tobago, Barbados, Guadalupe y Martinica, Antigua y Barbuda, San Cristóbal y Nieves. Se ha aprendido a vivir –como nosotros–, con los huracanes que pasan cada año.

Desde el plano político, es de entender que la dictadura trujillista dijera que lo había solucionado todo, y que Trujillo tenía un poder sobrehumano para arreglar los males que produjo San Zenón, el 3 de septiembre de 1930. El dato de los muertos es de cuatro mil y en el caso de los heridos, 20 mil. 

Como era de esperarse, ante la población apareció el fenómeno del hombre y la tempestad, un hombre que se levantaba –con poderes taumatúrgicos–, por encima de los desastres naturales.

Los huracanes devastan montes, y destruyen ciudades, pero el aspecto material es recuperado por los gobiernos que tienen las habilidades –en su personal–, para enfrentar estos desastres. En fecha de huracanes, –la temporada comienza el 1 de junio–, la población dominicana está lista para enfrentar las largas lluvias y los vientos devastadores.

Las arduas lluvias del huracán David –el 31 de agosto de 1979, 280 km por hora–, nos dejaron una secuela de muertos (2,068), y se estima que 1,540 millones de dólares en daños. Pero hemos tenido otros huracanes: la tormenta Federico, Flora, la tormenta Noel, y el huracán Georges, recientes en nuestra memoria por su gran poder destructor.

De acuerdo a la lista publicada por el Centro Nacional de Huracanes, los huracanes del Atlántico se llamarán para este año 2020: Arthur, Bertha, Cristóbal, Dolly, Edouard, Fay, Gonzalo, Hanna, Isaías, Josephine, Kyle, Laura, Marco, Omar, Paulette, René, Sally, Teddy, Vicky, Wilfred. 

No todas las tormentas mencionadas llegarán a un nivel cuatro con vientos máximos sostenidos de 209, a 251 km por hora en la escala Saffir-Simpson, o cinco como en el caso de David, con vientos de al menos 250 km por hora. Durante años, la gente ha aprendido a manejarse: cuando se anuncia la llegada de un huracán, tiende a ir a un lugar de abastecimiento público, para llenar la despensa. Lo mismo ocurría con el proceso de cuarentena producto de la llegada del coronavirus. 

En el caso de los huracanes, se sabe que después de unas cuantas horas, el país es liberado por el mismo huracán que marcha hacia delante en busca de otras poblaciones que destruir en su camino. Muchos argumentan que algunos huracanes no hacen tanto daño con los vientos en sí, sino con las lluvias que traen, que hinchan los ríos a su paso con las inundaciones que esto provoca. Tal es el caso de la muerte de muchos pobladores en la Mesopotamia –en la región de San Juan de la Maguana–, con las aguas que dejó el huracán Georges que alcanzó la categoría 3 en 1998 e hizo destrozos por 6 millones de dólares.

En los gobiernos de Lilís (1887-1899), en el gobierno de Ramón Cáceres (1906-1911), Horacio Vázquez (1924-1930) y en los demás gobiernos, –como en el caso del gobierno de Balaguer en los doce años, y en el gobierno de Salvador Jorge Blanco–, es de entender que también haya habido huracanes, y enfermedades como la varicela, y el dengue.

A diferencia de una pandemia, se entiende que la gente está preparada para enfrentar un huracán. Los niveles de predicción de estos fenómenos son muy seguros. Como ha mostrado National Geographic, existen aviones cazahuracanes que permiten el análisis del fenómeno: por ejemplo, la presión barométrica y la velocidad del viento.

Como dijimos antes, no solo Santo Domingo ha pasado por duros huracanes, de manera reciente, como lo demuestra el paso de María por Puerto Rico con resultados que todavía hoy se viven, un huracán que tuvo efectos devastadores.