En la labor docente he encontrado jóvenes varones muy buenos lectores. Estos han sido un oasis en medio del desierto por el que atraviesa un profesor de Lengua y Literatura en estos días. Las diferencias con las chicas que leen es que estos mantienen sus lecturas como un secreto bien guardado. Hay un temor a ser la nota díscola entre pares ya que se asume que leer no es cosa de hombres. Hubo un momento, en una acalorada discusión áulica sobre la lectura y su importancia en la formación de un ser humano, en que un “no lector” afirmó que leer está sobrevalorado y que ya había otros medios más interesantes para adquirir cultura, sin tanto esfuerzo mental.

Ciertamente, los hábitos lectores son parte de una cultura y como tales se tienen representaciones, prejuicios, discriminaciones, esquemas o modelos mentales que filtran la comprensión y la ejecución de esta. Una persona en formación que no esté acostumbrada a ver libros en su entorno y que estos son tomados frecuentemente por alguien, en un espacio de silencio, difícilmente creará un hábito lector. Entiéndase que cuando hablo de hábito lector no me refiero a actividades académicas en las que se sugieren lecturas con mas o menos un carácter de obligatoriedad; sino a aquellas lecturas gratuitas como leerse un libro de poemas, una novela, una revista, un libro de historia, una biografía o autobiografía, entre otras cosas “inútiles”.

En los países en que se llevan estadísticas sobre los hábitos lectores de los ciudadanos estas muestran un predominio de las mujeres en aquellas lecturas más demandantes, pero que obedecen a dos aspectos básicos, esto es: los espacios de soledad y silencio y los intereses femeninos. En este sentido, prefieren lecturas de libros y revistas en comparación con los periódicos, blogs, webs y comics. Para ser honestos, no me atrevería a afirmar lo mismo en los hábitos de lectores de los jóvenes dominicanos de ambos sexos.

Lo que sí queda claro es que todavía hay un prejuicio de parte de los varones sobre la lectura que, en el caso de las hembras, no está presente o al menos es más atenuado. Hace años marcaba la raíz de este prejuicio del siguiente modo: “mientras los hombres prefieran sentirse machos por darse un jumo y no por leerse un libro aquí no habrá esperanzas de una cultura lectora”. Lo hice en un curso universitario sobre la masculinidad hegemónica y la violencia de género. El cual me fue vetado impartir por ser “hombre”, a sabiendas de que salió de mis lecturas personales y no de las mentes brillantes de las compañeras universitarias.

De todo lo anterior, lo que debe quedar claro es que hay un modo distinto de acercarse a la lectura como un hábito personal en el que se cuida de sí mismo. Lo que se ha impuesto para los hombres en términos de conductas y representaciones ha sido lo opuesto. La masculinidad se ha definido con relación a la actividad, a la acción pública y a la producción de bienes de consumo. En el caso de las mujeres, por el contrario, su dominio de los espacios en la vida privada las ha preparado mejor y las ha hecho más eficientes a la hora de apartar su tiempo de silencio y concentrarse en la lectura.

Fuera de las lecturas obligatorias que demanda la profesión, ese espacio de silencio gratuito, de cuidado de sí, a partir del cruzamiento entre un texto y la vida, entre el lenguaje y la vida, es poco usual en los varones dada las representaciones sociales sobre la masculinidad y las esferas de la vida humana.

Como siempre, toda regla tiene su excepción, cada caso es un microuniverso con múltiples razones de por qué se da. Tengo muy buenos amigos lectores, tengo también buenas amigas que son pésimas lectoras o no tocan un libro por más que se les insista en ello. Sin embargo, los planteamientos generales sostenidos anteriormente, por lo regular, encuentran buenas evidencias para su argumentación.

Aunque no soy bueno dando soluciones, me aventuro a ello: a medida en que la representación de la masculinidad se transforme, el acceso a hábitos de lectura en varones será más frecuente.