Las sociedades comunistas, en extinción, se han caracterizado por las enormes desigualdades sociales entre la elite gobernante y el resto de la población y esas enormes diferencias han superado las existentes en el sistema capitalista, en cualquier momento de la historia desde el triunfo de la revolución bolchevique en 1917.
Los dos más patéticos ejemplos los tenemos en las gerontocracias de Corea del Norte y Cuba, donde todo asomo de disidencia es castigado con la muerte, la cárcel o el exilio. En sociedades tan cerradas como esas, un poema, una novela crítica, un artículo o un comentario inocente, son suficientes para ser enjuiciados por traición, el mayor de los delitos bajo esas tiranías.
El anacronismo castrista cumplió en enero 58 años, dos generaciones, y su dirigencia es tan vieja y arcaica como ella. Cuando Fidel Castro celebró sus 85 años de edad un grupo de artistas latinoamericanos le ofreció una “serenata”, en un acto bochornoso de adulación, muy propio del culto que lo alimenta aun después de muerto. Su hermano y sucesor, Raúl tiene 87 y la edad promedio de los ocho dirigentes que le siguen en jerarquía de los 115 miembros del Buró Político del Partido Comunista de Cuba oscila entre los 75 y más de 80 años.
Al igual que el de Corea del Norte es el régimen donde menos movilidad social y política existe. Un verdadero Parque Jurásico, digno de un museo antropológico. Existe en Cuba lo que se conoce como “los hijos de papá”, los descendientes de la clase gobernante, cuyos privilegios envidiarían las familias más acaudaladas de Inglaterra, Estados Unidos, España y Francia.
Juan Almeida, hijo del fenecido comandante de la revolución del mismo nombre, dice que esos jóvenes serán la “próxima generación” en la Cuba posterior, los hijos y nietos de “papá”, que viven como reyes, consumen cocaína “ y se aparean con prostitutas de moda” en eso que él llama “feria revolucionaria”.