Eternizar la negación de la existencia legal de los inmigrantes haitianos, las practicas de exclusión y el discurso xenofóbico que acompaña y reproduce esta exclusión, introducen un elemento muy peligro en nuestra vida social, ya que por más que queramos esta exclusión no puede hacerse nunca de manera total. Al margen de los mecanismos que la reproducen, se ocupan espacios y adquieren pequeños bienes, se construyen relaciones sociales y desarrollan estrategias de inserción individuales y colectivas.

La inmigración haitiana, originalmente recluida al batey, es de desde hace ya varias décadas un fenómeno urbano, una movilidad ocupacional y social se está produciendo. Los mecanismos de exclusión tampoco pueden impedir que aparezcan organizaciones étnicas de auto representación (más bien lo estimulan), se desarrollen solidaridades y se construyan identidades. Mas temprano que tarde, esto planteará un serio problema para un país donde predomina una ideología nacional unitaria, que no reconoce el rol de los inmigrantes en la constitución de la nación.

Se podría siempre reforzar los mecanismos de exclusión y hasta reprimir a estos migrantes, ojalá que esto nunca ocurra, porque provocaría tensiones y confrontaciones de lamentables consecuencias.

Cuando se calienta demasiado el bosque, la más mínima chispa provoca un gran incendio. En Francia, la muerte de dos jóvenes adolescente de origen inmigrante, el 27 de octubre 2005, provocó fuertes disturbios en un suburbio de París, Clichy-sous-Bois, tres días mas tardes, volvieron a producirse fuertes disturbios, pero ya no solamente en Clichy-sous-Bois, sino también en Montfermeil y Saine-Saint-Denis. Dos días mas tarde, toda Francia ardía como un polvorín en llamas, forzando al gobierno a declarar estado de emergencia por tres largos meses.

Francia que, a diferencia de Estados Unidos y Canadá, se ha pensado siempre como una nación unitaria, donde no se reconoce el rol de la inmigración en la constitución de la nación, desde las primeras olas migratorias del siglo XIX adoptó una política asimilacionista. Esta política no planteó grandes problemas para la integración y posterior asimilación de inmigrantes provenientes del sur de Europa (españoles, italianos y portugueses), de relativa fácil aceptación social, pero este no fue el caso de la inmigración árabe y africana, minoría racial, culturalmente visible y perteneciente a clases desfavorecidas que, además de sufrir el abandono del Estado, estuvo permanente expuesta al racismo y las etiquetas sociales, con frecuencia interiorizadas por los migrantes y luego exteriorizadas en forma de frustraciones, resentimientos, rebeldías.

En medio de las protestas del 2005, el destacado sociólogo francés Alain Touraine publicó un interesante articulo en el periódico Le Monde (7-11-05), titulado Le français piégés par leur moi national (los franceses atrapados por su yo nacional), donde planteaba que el esquema de nación que rechaza el comunistarismo y refuerza la ciudadanía (en la practica, esto último nunca fue el caso de los inmigrantes árabes y africanos, ni tampoco el de los haitianos en nuestro país), tenía el inconveniente de empequeñecer a aquellos que son diferentes, y proponía que ese rechazo al comunistariamo fuera combinado con un cierto reconocimiento de las diferencias.

Este planteamiento estaba bien en teoría, pero una vez llevado a la práctica, la aceptación de las diferencias implica el reconocimiento de las instituciones sociales y culturales necesarias para la reproducción de estas diferencias, y esto no es otra cosa que el comunitarismo que tanto la sociedad francesa como la dominicana ha evacuado de su idea de nación.

La cuestión migratoria es pues bastante compleja, además de mucho estudio, requiere de concertación, búsqueda de compromisos entre los actores, tanto de la sociedad receptora como de los migrantes mismos, y mucho esfuerzo dirigido a desmontar percepciones, ideologías, en la cabeza del ciudadano común y, en nuestro caso, también en la de los decisores políticos.

La complejidad del fenómeno no debe sin embargo condenar un país al inmovilismo, algo hay que hacer antes de que sea demasiado tarde. La fácil integración y posterior asimilación de “cocolos”, españoles, árabes, chinos, japonés y unos que otros judíos, nos muestra la vía.

Si de desde los años 70, cuando comenzó a ser significativa y visible en nuestras ciudades la inmigración haitiana, se hubiera resuelto la existencia legal de estos migrantes, establecido estrictos controles en la frontera para mantenerlos en un número manejable e implementado una política dirigida a desmontar viejos prejuicios, hoy no tuviéramos el más medio millón de haitianos que de acuerdo a la Segunda Encuesta Nacional de Inmigrantes 2017 residen en el país. Es muy probable que fueran tan solo dos o tres centenas de miles, ya más que integrados, asimilados y hasta olvidados de que son haitianos. Total, que ser negros y pobres no es lo que nos diferencia de ellos, y las diferencias culturales, ciertamente existentes, son mucho menores que las que tenemos con chinos, japoneses, árabes y judíos, todos tan perfectamente integrados que ya uno de los suyos es el presidente de la República, sin que esto haya destruido la nación, todo lo contrario, ha hecho de la República Dominicana un país mas diverso, inclusivo y próspero.

Si usted no tiene problema en admitir que españoles, árabes, chinos, japoneses, han hecho importantes aportes al desarrollo nacional, pero se está preguntando ¿Qué han aportado los haitianos? Pues he aquí mi respuesta: probablemente tanto como lo que hemos y estamos aportando a la humanidad los más de dos millones de dominicanos que nos hemos desperdigado por casi todos los rincones del planeta buscándonos la vida.

Si tiene usted todavía dudas, mire hacia atrás, lo que fue la República Dominicana en los inicios del siglo XX, justo ante de que comenzara a desarrollarse la industria azucarera y la inmigración haitiana que la acompañó. Admítalo usted o no, lo que hasta hoy ha logrado el país, es ciertamente el resultado del trabajo de los dominicanos, pero también del trabajo de haitianos, “cocolos”, españoles, árabes, chinos y demás.

Posponer la solución del estatus legal de los haitianos radicados en el país, seguir permitiendo como hasta ahora que la frontera siga siendo territorio de una mafia cívico-militar que opera con toda impunidad y hasta con la complicidad de personeros del gobierno, continuar escondiendo la cabeza como el avestruz frente a este problema, a lo único que conduce es (parafraseando a Alain Touranie en su citado artículo) a que el mundo siga enrostrándonos: les dominicains, toujours piégés par leur laisser-faire y, a lo que es peor aún, a que un día el cohete nos explote en las manos.