La narrativa histórica oficial sostiene que Caonabo, cacique rebelde que se oponía a la continua expansión del dominio español en la isla, fue capturado por un engaño que tiene tanto de jocoso como de ingenioso y penoso. El español designado para eliminar a Caonabo fue el capitán Alonso de Ojeda. Ojeda ideó un plan para evitar tener una lucha directa contra el cacique. Para los indígenas de la isla, el turey era la sustancia divina. Cualquier objeto de latón o de hierro, era considerado turey. Ojeda, sabiendo esto, ofreció regalarle un turey a Caonabo en nombre de los soberanos de España. Sin embargo, el regalo resultó ser un par de grilletes que impresionaron tanto al cacique que se dejó poner los grilletes en sus muñecas, pasando así de ser el líder de la rebelión a prisionero y víctima de los colonizadores. ¿En qué se relaciona esta historia con el aborto? La cuestión está en que Alonso de Ojeda sacó provecho de un aspecto falso de la religiosidad de los indígenas. Hoy en día ¿No seguirán muchos obispos y líderes de las distintas iglesias desempeñando el papel de Ojeda, mientras que el pueblo de Dios padece como Caonabo?

Al igual que Alonso de Ojeda, muchos prefieren devorarse a la oveja antes que ser bálsamo para sus heridas o luz para su camino. Cinco siglos después de la colonización, ya no nos encontramos en una colonia, pero sí en un país que sigue bajo el dominio del cristianismo. Esta es la principal razón por la que el aborto bajo las tres causales no ha podido aprobarse en el Congreso. Muchos obispos y líderes de distintas iglesias se oponen a la regulación del aborto y llaman no creyentes o de fe falsa a las personas que no piensan de la misma manera. En mi opinión, no debe sorprendernos que esto suceda, pues ¨Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres y se echan a perder los odres y el vino¨ (Marcos 2, 21-22). Todavía seguimos teniendo odres del tiempo de la colonia. Ni el Evangelio, así como tampoco el Concilio Vaticano II y las distintas exhortaciones apostólicas terminan de calar en el corazón y la mente de los llamados líderes de la fe. En la Evangelii Gaudium, Francisco decía: ¨Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a la a la fuerza¨[1]. De la misma manera, en uno de sus discursos a un grupo de nuevos obispos, insistía que la fuerza renovadora del Espíritu Santo no se debe domesticar, sino más bien dejarla ¨trastornar constantemente sus vidas¨[2].

El Jesús de los Evangelios no es el de los dogmas, sino el de la apertura a lo nuevo. El que cree en ese Jesús entiende que el verdadero atropello contra la dignidad humana acontece en la carnicería que está presente en la clandestinidad. Es necesario seguir denunciando que se busca mantener una estructura social en la que el cuerpo de la mujer es objeto de control, dominio y de violencia. Muchos se siguen aferrando al Génesis o a las cartas paulinas para continuar la jerarquía milenaria de opresión. Se les olvida lo que hace más de medio siglo afirmó la constitución Dei Verbum sobre la interpretación de las Sagradas Escrituras: ¨Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a los géneros literarios (…) Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época¨. Por lo tanto, hay que recordar que estamos en un momento histórico en el que se necesita de verdaderos pastores que dialoguen y guíen a los seguidores de Jesús; en tiempos en los que ya hay herramientas para distinguir el turey de los engaños. Pero, en definitiva, estamos en un momento histórico en el que es necesario que se respete el límite entre la libertad de las personas y los dogmas de fe.

[1]Evangelii Gaudium, N. 35.

[2]Francisco I, Discurso a los nuevos obispos nombrados durante el año, 2015.