Si Costa Rica es la Suiza de América Latina, nosotros somos Grecia. Pero no la Antigua. La de ahora.
Es cierto que contamos con Alejandrina Magna. Pero mientras su tocayo heleno construyó un imperio desde Macedonia hasta la India, la nuestra se contentó con una mansioncilla muy menor en Jarabacoa y se embolsilló el menudo en una de sus carteras Louis Vuitton.
Es verdad que aquí también hay un Euclides, pero sus teoremas se limitan a cómo robarse la luz impunemente y a denostar a quienes se lo recriminan.
Tenemos a un Temístocles, que antes se llamó Leónidas, pero el nuestro no es un brillante general, sino un sombrío burócrata que arma desfalcos fiscales para quitarnos los chelitos.
Tuvimos a otro Leónidas, padrino del último y empleador del primero, quien para algunos fue el más grande general (más aún: el Generalísimo), pero para otros (la mayoría) fue un tirano sanguinario.
Tenemos a ministros que admiran a Solón y a Licurgo, pero no siguen su ejemplo.
No tenemos a ningún Hipócrates (aunque sí muchos hipócritas).
A pesar de que tenemos un Arístipo, y que el nuestro es también un hedonista, no somos los antiguos griegos: Al nuestro le falta el acento.
No somos los antiguos griegos. Ellos practicaron la democracia. Nosotros, la demagogia. Ellos levantaron el Partenón. Nosotros, el gorila de Roberto. Ellos presenciaron comedias y tragedias en los anfiteatros. Nosotros, en el congreso.
Somos los griegos de América Latina, pero los modernos. Los de los chanchullos, los de las botellas, los de los hoyos financieros.
Ante los desafueros de nuestros políticos, coreamos nuestras angustias, protestamos, vociferamos, nos quejamos, nos indignamos, reprochamos, criticamos, pataleamos, berreamos, mientras éstos impávidos como los dioses del Olimpo, esperan pacientemente a que se nos pase la rabieta: Nunca pasamos a los hechos.
Habría que concluir que no nos disgusta, como, según dicen, tampoco a los griegos – ni a los antiguos ni a los modernos,– que el gobierno, vestido de Príapo nos ataque por la zaga.