A Wilfredo Rijo, un culto y devoto renacentista del séptimo arte.

“El cine es liturgia y ha de verse en las salas, que son sus iglesias. Ver cine en casa es ateísmo. Allí dentro (…) me siento protegido de la fealdad del mundo”. Manuel Vilas

La velada fue sencilla, memorable, elegante y austera la puesta en escena, sentidos los discursos, Nada consiguió deslucir una ceremonia brillante en su propuesta y rica en contrastes. Frente al comedimiento gestual y la economía de palabra -casi espartanos- de los que hizo gala el escenario del Teatro del Soho CaixaBank de Málaga y cuantos invitados pasaron por él para entregar los premios de manera simbólica y telemática, se impuso la alegría desbordada, la espontaneidad, la celebración exultante de cada galardonado que compartió el triunfo rodeado de los suyos, la mayoría de ellos en la intimidad del hogar. La tecnología y el buen hacer de muchas personas hicieron posible la magia. Todos ellos lograron acercarnos, quizás como nunca antes, el lado más auténtico de una noche festiva, que pese a la ausencia de los nominados se volvió, al mismo tiempo, más humana gracias a una naturalidad difícil de alcanzar cuando brilla la platea. Los premiados, cada uno de ellos y de ellas, fueron el contrapunto perfecto en una jornada que se volvió cálida y pródiga en emociones.

El cine español dejó este seis de marzo clara su intención de no dejarse amilanar por los malos tiempos, asumió con gallardía los nuevos desafíos y no dudó en plantar cara a la maldita pandemia que asola el mundo. No debe ser sencillo organizar una ceremonia en momentos de adversidad y no perder la esperanza en el intento, sin embargo se logró el objetivo y con creces. Muchos la recordaremos como una de esas noches especiales e  imborrables que suceden para permanecer en la memoria. A la gala de este año una siente la tentación de vestirla de lentejuelas, nominarla para el premio y ofrecerle su propio Goya. Hay ocasiones en que se conjugan los astros para crear algo realmente hermoso y algo así ocurrió el pasado sábado. Una conjunción afortunada fruto del esfuerzo de muchos y del buen hacer sobre el escenario -el escenario de sus sueños- de un Antonio Banderas, absolutamente impecable de principio a fin y dueño absoluto del mismo, acompañado,  magnifica en su labor, por la periodista María Casado.

Nunca antes el cine en nuestro país – tampoco fuera de él- se había enfrentado a un reto semejante como el vivido a lo largo del último año. La industria cinematográfica, en general, ha atravesado a lo largo de su historia no pocas vicisitudes, pero el año de la pandemia ha sido desafortunadamente clave y funesto para el sector. En España más del 70% de salas han estado cerradas, pero aún más doloroso es aceptar que algunas de ellas nunca más volverán a abrir sus puertas. El resto se mantiene en difícil equilibrio, con aforos que no llegan a cubrir gastos, sobreviviendo a duras penas por puro amor al arte y la cultura. Las cifras de recaudación en taquilla se han desplomado a lo largo de este período sin estrenos de importancia que ofrecer al espectador y sin nuevas películas por proyectar. Han sido estos unos meses dolorosos y extraños, asolados por imprevistos de devastadoras consecuencias para un colectivo que ya estaba muy tocado en su línea de flotación. La gente ha sentido un inevitable miedo al contagio, muchos de los rodajes ya iniciados quedaron en suspenso y algunas de las películas que optaban a los premios Goya ni siquiera llegaron a ser estrenadas en pantalla grande. Las plataformas de pago suplieron en este caso a las salas de cine y lograron que algunas de ellas vieran la luz. No parece sencillo pronosticar, después de todo esto, un regreso fácil a lo ya conocido, y tampoco parece que vaya a serlo para el mundo del séptimo arte, pero si algo nos permitió atisbar la ceremonia, y lo hizo con fuerza, fueron las ganas de seguir adelante, la ilusión de muchísima gente por seguir haciendo buenas películas que llenen los cines de nuestro país y el propósito firme de todos ellos de no tirar la toalla, de no rendirse jamás cuando de contar buenas historias que conmuevan al público se trata.  Y es que este maravilloso universo, aunque no nos demos cuenta, es mucho más que los rostros conocidos como nos recordó Banderas «No hay mayor pesadilla que la de las salas vacías porque cientos de personas viven del cine y no podemos permitirnos que sean invisibles ni anónimos. Uno tiene la sensación de que sólo se atisba la punta del iceberg de la familia cinematográfica, pero hay muchos más que no caminan sobre las alfombras rojas, no posan ante las cámaras, no salen en prensa y no reciben premios»

El cine es una gran industria al servicio del ocio que pone en marcha muchos puestos de trabajo, pero asimismo y conviene tenerlo siempre presente es cultura en mayúsculas, expresión artística cuyas raíces se hunden y absorben su sustento de lo más profundo de cada país, “Los auténticos actores son esa raza indomable que interpreta los anhelos y fantasmas del inconsciente colectivo” decía esa magnífica actriz y dramaturga que fue Ana Diosdado. España se narra a sí misma en una inmensa muestra de películas imprescindibles para conocer quiénes fuimos, quiénes somos, qué nos duele y al mismo tiempo nos permite comprender que éste es también lugar de necios que se atreven a calificar de “españolada” a nuestro cine, menospreciándolo solo porque la estupidez es atrevida, corta de miras y escasa en entendimiento. España es y ha sido durante mucho tiempo un país cainita, sin paños calientes ni píldora que edulcore el paladar. No nos es posible escapar a tal estigma ni negar la evidencia. Todo aquí sirve para perpetuar la lucha y que una mitad enfrente a la otra mitad, por supuesto también el cine. Mostrar o no tu adhesión a él te sitúa en uno u otro bando en eterno bucle. Tenemos un cine de buena factura y del que enorgullecernos en ocasiones, sabemos narrar bien y con bajo presupuesto, pero acumulamos y no hay que negarlo, en nuestro haber – exactamente igual que en cualquier otro lugar – cientos de películas absurdas y absolutamente prescindibles. Para hacer grandes cosas solo es necesario talento, imaginación y mucho ingenio y yo que soy poco sospechosa de albergar el menor sentimiento chauvinista, reconozco que de todo ello aquí se va sobrado, pero igualmente reconozco que muchas veces no se sabe aprovechar. Pero que no les despisten las malas intenciones que pueblan el planeta, miren atentos la pantalla y déjense llevar tan solo de la magia del buen cine, sea este del lugar que sea. Y si de una buena película española se trata apuesten siempre por ella, no les va a defraudar.