Las leyes son el producto del egoísmo, del engaño y de los prejuicios de partido. En ellas no se encuentra ni puede encontrarse la verdadera Justicia.

L. Tolstoi.-

Despacito, quizás más de lo debido, me quede contemplando la pequeña taza de aromoso café y mientras sorbía a cuenta gotas su contenido, me traslade  no sé dónde,  pero sí sé que mientras mi cuerpo permanecía estático mi mente viajaba sin rumbo fijo, tratando, tratando de acompañar al humo que en el espacio se esparcía mientras el aroma deleitaba mi paladar.

Nada del otro mundo. Solo un ligero divagar cobarde tratando de encubrir frustraciones y quizás temores que se anidan dentro de mí de manera tal que hasta descubrirlas me cuesta. Pero de repente vuelvo a la realidad y por igual surge la furia del tigre que mora en mi interior, cual si estuviera ante la presencia del impúdico y cobarde cazador.

En estos momentos recuerdo el comentario del intelectual Luis Sepúlveda, sobre el también escritor Ernest Hemingway y su libro “El Viejo y el Mar”, al decir que en sus páginas descubrió que la vida alcanzaba verdadera categoría si la asumíamos decididos a llegar al final de las empresas, sin que importase si estas eran o no trascendentes para los demás.

Así de simple es la vida si queremos darle algún valor, sin importar si nos hacen caso o no, luchar por encima del desaliento y las amarguras que nos produce la impotencia para detener o cambiar el cauce morboso de la impunidad y el descaro que como rio sucio e infectado nos arrastra como pueblo, al lugar siniestro donde mora la nada.

Ese lugar donde en vez de Nación nos convierten en una recipiente de harapientos hasta de vergüenza, esa nada donde desaparecen los principios que una vez nos hicieron soñar con el orgullo de poseer un gentilicio honroso, no vergonzoso y que hoy, en verdad, ya no sabemos si somos un sucio mercado de todo o que.

Porque la democracia no es que el ciudadano haga o deje de hacer lo que le venga en ganas, sino todo aquello que está regulado o no es prohibido por las leyes. Pero esto es igual para quien o quienes están llamados a obedecer y aquellos que supuestamente poseen el monopolio de la violencia para hacerlas cumplir, es decir, El Estado. Y esto es así, porque tanto uno como el otro, si las violan están sujetos a una sanción, un castigo. En verdad así debería de ser, pero no lo es. Como es posible que por más de una década, los gobiernos hayan violado la ley de hidrocarburos, disponiendo de cientos de miles de millones de pesos, sacados de los bolsillos del ciudadano por medio de impuestos, sin que hasta ahora haya ocurrido acción penal alguna.

Y lo peor lo constituye que de este dinero no se sabe nada, siquiera la cuantificación del mismo del cual solo se sospecha en que ha sido y es utilizado, aunque tampoco ningún político-abogado, opositor o no, ONG de esas que se autoproclaman de como defensoras de los mejores intereses del país, se han dignado llevar este caso a la justicia, ninguno de estos verdaderamente se ha querido casar con la gloria.

Y que no me vengan con el san Benito de que ha sido empleado en “obras”, porque la ley no lo autoriza, siquiera para clientelismo o ser “solidarios”, ya que además, las obras importantes que desde hace año se ejecutan en este país, son por medio de préstamos y cuestionadas empresas. A todo esto, agreguémosle hasta el presupuesto nacional.

En conclusión: O cumplimos todos, ciudadanos y gobierno o lo más prudente entonces seria… ¡Romper las barajas! ¡Si señor!