(Una historia para ser aplicada a nuestra realidad de "Administradores y Administrados").
Los Enanos llegaron a una aldea donde los Gigantes se ponían ellos mismos la soga al cuello para castigarse por cualquier irregularidad que hubiesen cometido en su imperio. Los Enanos no podían creer que estaban pisando una tierra donde los Gigantes eran capaces de admitir sus errores e imponerse sanciones por sus faltas cometidas. Se pellizcaron entre ellos para verificar que no permanecían dormidos anestesiados por el sueño que resulta de una larga jornada de trabajo, y mientras se pellizcaban, a su lado rodaban las cabezas de los Gigantes y la sangre corría ensuciando sus pequeños zapatos de gamuza roja.
Lo increíble no era ver esas cabezas bailando por toda la aldea en búsqueda de su tronco y extremidades, lo asombroso era que en las guillotinas, los verdugos no eran Enanos, sino que eran Gigantes. Los Enanos solo llevaban la contabilidad de las cabezas cortadas y los cuerpos colgando por un tema estadístico meramente.
La aldea funcionaba mejor que la que los Enanos habían dejado atrás. Del otro lado de la carnicería todo parecía estar en orden, los Enanos caminaban airosos, los Gigantes respetaban las leyes igual que los Enanos, la aldea lucía en orden, limpia y sobre todo segura. Era la aldea que los Enanos habían soñado; donde los Enanos y Gigantes podían convivir sin privilegios más que los dados por sus talentos personales.
Los Enanos despertaron sin querer hacerlo. Miraron al techo con cara de quien desea que sus ojos fuesen sellados durante la noche. Fue un sueño perfecto pero ahora tienen que volver a trabajar. Cuando se alejan de sus hogares camino a cumplir sus jornadas de trabajo, miran hacia atrás extrañando su sueño y su cama, notando un largo camino de huellas de sangre que se detiene justo donde están parados.