CADA VEZ que piensas que hemos llegado al límite, algo más aparece y los límites se desplazan.

Uno podría haber pensado que la historia de Hitler-Mufti era el límite absoluto de la locura. Pero aquí viene Uri Ariel, y demuestra que estamos equivocados. Los gatos de Ariel superan al mufti de Netanyahu.

Ariel es un ministro del gabinete. ¿Ministro de qué? Casi nadie lo sabía muy bien, hasta ahora. Ahora parece que él es el ministro de Agricultura.

Como tal, es el ministro de los gatos. Sí, sí. No estoy bromeando. Incluso en Israel, los gatos no son animales agrícolas. No halan el arado y no ponen huevos. Sólo los castran.

Y ahí radica el problema. Israel está lleno de gatos. A la gente le gustan. Pero cuanto más se multiplican, tienen menos que comer. Así que desde hace algún tiempo, el Gobierno ha patrocinado un esfuerzo para atrapar gatos sin hogar y castrarlos, con el fin de reducir la población de gatos y permitirles llevar una vida decente, digna de los gatos.

¿Quién paga por esto? El Ministerio de Agricultura, por supuesto. ¿Quien más?

(¿Por qué? Nadie lo sabe. Debe haber alguna razón oculta.)

Y AQUÍ hace su entrada Ariel. Es un político de extrema, extrema derecha. En otros países podría haber sido llamado un fascista, pero en Israel no gusta la palabra que empieza con “f”.

Nació en un kibutz religioso (hay algunos), se unió a un asentamiento y se convirtió en un líder en el movimiento de los asentamientos. Cuando Rehavam Zeevi, apodado Gandhi, el santo patrono de la extrema derecha, fue asesinado, él ocupó su asiento en el Knesset. Con sus seguidores fanáticos, Ariel creó un partido muy extremista, se unió a otro gran partido de derecha, se separó de él, y se unió a otro partido de extrema derecha. En la actualidad es un subgrupo del partido “Hogar Judío”, y Ariel un ministro. Como dijimos anteriormente.

Ariel es una persona seria. Nunca lo he visto sonreír. De hecho, tengo la sospecha de que su labio superior se paralizó. No es uno de los demagogos comunes y corrientes, hombres o mujeres, con los que el actual gobierno tiene abastecimiento en abundancia. Él es seriamente serio.

El año pasado fue ministro de la Vivienda, un trabajo eminentemente apropiado, ya que su función principal es proporcionar viviendas para los colonos. Pero después de la reciente elección se convirtió en un simple ministro de Agricultura y parecía vegetar de manera muy apropiada.

Los colonos se asientan en un montón de tierra agrícola árabe, pero en realidad no se dedican a la agricultura. Su principal actividad agrícola parece ser la de arrancar los olivos árabes vecinos.

Hasta ahora.

ENTRA DIOS en escena. El Señor creó a todos los seres vivos y les dijo que fueran a multiplicarse. Este es el primero de los innumerables mandamientos de Dios. Por lo tanto, la esterilización está estrictamente prohibida.

Poco a poco el nuevo ministro de Agricultura, Ariel, descubriría con horror que su oficina estaba prestando dinero para castrar a los gatos. ¡Terrible! ¡Un pecado flagrante a los ojos de Dios! 

Así que el ministro emitió un decreto para poner fin a esta práctica atea de inmediato. ¿Pero qué hacer con los gatos? Ariel lo pensó profundamente y le vino su palabra favorita: “transferir”.

Cuando los fascistas israelíes utilizan esta palabra, por lo general significa la trasladar a los árabes. Varios partidos de los consecutivos de Ariel hablaban de “transferencia” (utilizan la palabra del inglés ‒transfer‒ también en hebreo) ‒transferir de Cisjordania, transferir de la Franja de Gaza, transferir de Jerusalén Este, transferir desde el propio Israel‒. Así que, pensando profundamente sobre los gatos, llegó de inmediato a la solución obvia: ¿Por qué no transferirlos también?

Genio puro. Pero, ¿Transferirlos hacia dónde? El ministro, por supuesto, no podía ser molestado con esos detalles. Trasladarlos a cualquier lugar. Para cualquier país africano. ¿Mozambique? ¿Zimbabue? Muchos de los países africanos los recibirían por un buen dinero (proporcionado por EE.UU., por supuesto). Al no ser judíos, podrían neutralizarlos y matarlos a gusto.

Pero, al igual que Netanyahu y su mufti, Ariel y sus gatos levantaron una tormenta. Israel está lleno de amantes de los animales, de luchadores por los derechos de los animales y otros defensores. Todos se alzaron al unísono para protestar contra este nuevo Holocausto.

Ariel tuvo que echarse atrás. No se transfieren. Entonces, ¿qué hacer con los gatos? Por el momento, nadie lo sabe.

(Una confesión: Yo soy un amante de los animales, me encanta especialmente los gatos. Una vez traje a una pequeña gatita a casa, y en muy poco tiempo mi apartamento de tres habitaciones contenía 13 gatos, además de sus dos subarrendatarios, mi esposa y yo. Ahora no hay, pero los gatos de mi calle participan de todas mis comidas.)

EL PAÍS está ahora lleno de chistes, pero esto no es cosa de broma. El Gobierno de extrema derecha se encuentra en plena fase de manía legislativa real que alcanza nuevas alturas cada semana.

Miembros de la coalición ‒ministros y diputados simples‒ compiten entre sí en la presentación de proyectos de ley, ridículos, atroces, o ambos. Hay un verdadero baile de San Vito de legisladores del Gobierno.

Esta semana, el Knesset promulgó una ley que obliga a los jueces a condenar a los que arrojan piedras ‒incluyendo niños de 13 años de edad‒ a una pena mínima de prisión de dos a cuatro años, dependiendo de las circunstancias. En Israel, los niños menores de 14 años no tienen responsabilidad penal, pero se encontró el remedio para eso: los abogados del Gobierno sólo tienen que arrastrar sus casos judiciales hasta que el acusado alcance su cumpleaños número 14.

Los padres de los niños condenados perderán por eso los pagos de seguridad social por el mismo tiempo (de la condena), y también son susceptibles de una multa de 10,000 shekels, más de US$2,500.

Otro nuevo proyecto de ley establece que a los activistas por la paz y los derechos humanos no se les permite entrar en el edificio del Parlamento sin tener una “etiqueta” especial. Es cierto, sin embargo, que esto sólo se aplica a los miembros de asociaciones que reciben dinero de gobiernos extranjeros.

A muchos israelíes esto les recordó la orden nazi de que los judíos tenían llevar una estrella de David amarilla en todo momento. Algunos incluso propusieron que la etiqueta sea de color amarillo y con la forma de una estrella de seis puntas.

Las mismas asociaciones (incluidas las de renombre, como B’Tselem, que incluso el Ejército respeta también deben declarar sus fuentes externas de financiación en toda la correspondencia.

El truco que respalda esta propuesta es que las asociaciones de extrema derecha no necesitan la ayuda de los gobiernos extranjeros, debido a que están nadando en dinero proporcionado por judíos extranjeros. Sheldon Adelson, por ejemplo, es más rico que muchos gobiernos, y es sólo una de los múltiples multimillonarios que abiertamente financian a Netanyahu y el partido Likud.

La Unión Europea y algunos gobiernos europeos individuales apoyan a algunas asociaciones de paz y de derechos humanos (por desgracia, no a Gush Shalom), para disgusto de los miembros del Likud. De ahí la idea nueva.

Otro proyecto de ley nuevo va a cambiar la ley en contra de la “sedición”. Hasta ahora, para condenar a alguien (es decir, a los árabes) de sedición, uno tenía que demostrar que había un peligro directo e inmediato de que sus palabras conducirían a acciones terroristas. Ya no. Dado que todos los árabes dicen y escriben que se oponen a la ocupación, prácticamente cualquiera puede ser condenado en virtud de esta ley.

Luego está la “ley nacional”. Se dice que Israel es el “Estado Nación del Pueblo Judío”. Esto, por supuesto, es bastante tonto: una “nación” y un “pueblo” son dos conceptos muy diferentes.

Bajo la fórmula legal existente, Israel es “un estado judío y democrático”. Ambos conceptos son iguales. El nuevo proyecto de ley dice en su versión original que cuando existe una contradicción entre el carácter “judío” "y el “democrático” del Estado, “se tiene que ceder el paso al ‘judío’”. En palabras simples: Israel dejaría de ser democrático.

Hubo una protesta pública, y estas palabras ahora se eliminaron. Pero aún así, el proyecto de ley discrimina al 20% de los ciudadanos de Israel que son árabes, y tal vez van contra otro 5% que por motivos religiosos no son reconocidos como judíos.

Y además, ahí está Ayelet Shaked, el ministro de Justicia, quien es el principal enemigo de la Corte Suprema. Esta venerable institución es uno de los pilares de la ocupación, pero en caso individual obstruye con frecuencia al Gobierno. El ministro (¿la ministra?), que confía en su buena apariencia para decir y hacer las cosas más atroces, ha encontrado un remedio para esta molestia: crear un tribunal paralelo.

Este tribunal, el Tribunal de Seguridad Nacional, sería competente para conocer todos los casos en los cuales el Gobierno no puede esperar que el Tribunal Supremo juzgue a su favor. Tribunales como este existen en muchos países totalitarios.

EL CELO de los ministros me recuerda una broma que era corriente en nuestro ejército:

Hay cuatro categorías de funcionarios: (1) el inteligente y diligente, (2) el inteligente y perezoso, (3) el estúpido y perezoso y (4) el estúpido y diligente.

Se clasifican en el siguiente orden: Los inteligentes y diligentes son los mejores: lo hacen todo, y todo lo que hacen es bueno. Luego vienen los inteligentes y perezosos: hacen poco, pero lo que hacen es bueno. Después vienen los estúpidos y perezosos: todo lo que hacen está mal, pero gracias a Dios que no hacen mucho. La cuarta categoría es la peor: hacen mucho, y todo lo que hacen es catastrófico.

TODO ESTO sucede en un país que todavía se conoce como la “única democracia en el Oriente Medio”. Uno sólo puede preguntarse cuánto tiempo esta denominación será aceptada por el mundo civilizado.

Recientemente, Netanyahu dijo algo que podría haber conmocionado al mundo, si el mundo hubiera estado escuchando. Pero Netanyahu ha dicho tantas cosas que incluso muchos israelíes han dejado de escucharlo.

Una de las frases más famosas de la Biblia es una pregunta dirigida por Avner a Yoav. Avner era jefe del ejército del rey Saúl; Yoav era el comandante bajo David. Después de una larga guerra civil, que fue ganada por David, Avner (nombre del que proviene el mío) preguntó a Yoav: “¿La espada devorará por siempre? ¿No sabes que esto traerá amargura al final?” (2 Samuel 2,26) Yoav no lo escuchó, y al final, mataron a Avner.

En el hebreo antiguo, el texto dice literalmente: “¿Vas a comer siempre de la espada?”

Esta semana Netanyahu respondió a la antigua pregunta. Le dijo al pueblo de Israel: “¡Siempre vamos a comer de la espada!"

Para decirlo en lenguaje moderno: Sí, vamos a vivir por la espada eternamente. Nunca habrá paz.

No es que a Netanyahu le guste la guerra. Él sólo sabe que con el fin de lograr la paz, tenemos que devolver los territorios ocupados. Pero ni él ni la gente que lo rodean están dispuestos a hacerlo.

Ese es todo el problema en pocas palabras.