Me impresiona ver como muchas personas se dedican a sembrar y en el arte de su oficio de agricultores van conociendo la naturaleza de cada tipo de tierra y de cada semilla. Y se da lo que yo llamo la filosofía del agricultor, pues éste vive de tal manera, que cultiva no sólo la tierra, sino también la confianza en aquello que planta, y jamás veremos a un agricultor remover la tierra para ver si la semilla que ha plantado está germinando o si el germen corresponde a dicha semilla, sólo confía y eso es todo.
En tal sentido, la semilla reproduce aquello que corresponde a su especie, de tal modo que, si siembro tomates, cosecharé tomates, y si planto cebollas recogeré cebollas. Entonces queda claro que dependiendo de lo que sembremos eso mismo cosecharemos.
Mt 7,16 “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”
El libro bíblico es un texto religioso, al mismo tiempo es un libro de ética y moral, y se puede aplicar a muchas dimensiones, situaciones y realidades de la, así cada persona, familia, comunidad o sociedad puede utilizar el sentido que tiene este versículo de Mt 7,16.
En tal sentido es muy importante planificar, diseñar, desear, recordar y soñar los frutos que queremos recoger y dependiendo de ello será entonces lo que vamos a plantar. No todas las semillas son útiles, no en todos los tiempos las semillas producen igual fruto, por ello es bueno seleccionar el tiempo y diferenciar las semillas, aquí no valen los golpes de suerte de que sembré limón y coseché mango.
Al aplicar el texto bíblico a nuestras vidas podemos inferimos que a nivel personal, familiar y social o estamos esperando la suerte de sembrar vientos y recoger calma, o no nos estamos dando cuenta de que es lo que estamos plantando.
Cada persona en estado saludable de todos sus cuerpos ha de desear ser conocido por sus frutos, y en ese sentido, los esfuerzos que vamos haciendo para mejorar la versión propia cada día ha de ir de la mano de lo que quiero mostrar, mis actitudes van diciendo muchas cosas de mi propia persona, y mis actos son el fruto, por tanto, será muy fácil conocerme. “Pues el árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos” Mt 7, 17. En tal sentido, cada árbol produce su propio fruto.
Qué estamos sembrando como sociedad, persona o familia?
Muchas veces oigo personas quejarse y decir: esto está perdido, nadie hace nada, ya no hay nada que hacer, esta situación es imposible, en fin… pero queda la gran pregunta: como individuo que estoy haciendo? Pues no hay que perder de vista que cada persona somos responsable de lo que vemos, vivimos y recogernos a nivel social.
Recuerdo una vez, que la madre de un niño de 7 años me dio la querella de su hijo en el colegio, y me dijo “no puedo con este niño”, sin embargo, el niño estaba empezando su vida y la adulta no podía con él. Si en la familia, los niños y niñas son los que llevan las riendas, los frutos serán muy precarios.
Por otro lado, recordar que cada realidad individual y familiar es lo que nutre la sociedad y esto nos puede llevar a preguntarnos, es este el fruto que quiere nuestra sociedad, si el fruto que estamos viendo corresponde a lo que soñamos, o si es que hasta los sueños ya nos han desaparecido, todo eso son cuestionantes importantes para avanzar hacia donde nos queremos mover a no ser que ya los sueños se hayan alejado de nuestros planes. Es muy importante que nos detengamos un poco como individuos, familias y sociedad, pues los frutos que vemos en cada momento resultados que nos dejan espantados y muy desolados, pues nos gustaríamos ver finales más felices y situaciones más justas y equilibradas.
Los frutos siempre nos dirán la calidad de lo sembrado y qué estamos haciendo para que seamos más eficientes en lo que plantamos, regamos o recogemos.