En el estudio que realicé de la relación entre religiosidad, irreligiosidad y ateísmo, publicado en el periódico digital Acento.com en fecha 5 de agosto de 2016, demostramos que no hay una correlación lineal y unívoca entre el incremento de la religiosidad y la disminución del crimen.
La criminalidad constituye, como lo han establecido la mayoría de los estudiosos del tema, un asunto complejo y pluri causal.
Se trata de un fenómeno sistémico. Sin enfocar la criminalidad dentro de esta perspectiva holística no será posible incidir sobre ella y producir una disminución de su incremento.
Como son múltiples los factores, es una simpleza expresar, como lo hizo el presidente Danilo Medina que hay que producir una reforma de la justicia: más bien, si quisiéramos percibir un entronque pertinente sería entender que se requiere de una policía nacional eficiente, una fiscalía que no sea el amparo de los delincuentes, y una judicatura que ejerza sus funciones de establecer la justicia e imponer sanciones que impidan la corrupción que en estos niveles ha predominado. Es necesario que haya un régimen de regulaciones y consecuencias. En la mayoría de los casos cuando estas existen los ciudadanos ni las asumen ni las autoridades las hacen cumplir.
Pero no debemos olvidar que la principal causa de la criminalidad en nuestro país es el régimen de injusticia social que impera, donde el desempleo, la falta de acceso a los sistemas de salud, seguridad social y alto índice de miseria constituyen el principal caldo de cultivo para el crimen de jóvenes que viven excluidos y padecen del sistema de desigualdades imperantes.
Un país donde el 33% de los jóvenes ni estudia ni trabaja, donde hay un sistema de salud en crisis, donde la alternativa que se le busca a esta situación es la promoción de la Promypime, supuestos emprendedores con un débil financiamiento, que colapsan o quiebran sus iniciativas entre un 72 y un 75 por ciento, y las remesas del exterior sustentan a una gran parte de la familia; al tiempo que vivimos inmersos en una sociedad donde la opulencia del pequeño grupo de ricos le enrostra a pobres y jóvenes de la clase media la opulencia y el excesivo consumismo de la dolce vita. Este pequeño sector que tiene acceso a la mayoría de los recursos económicos de este país, estatus social y privilegios de disfrutar de las presentaciones de cantantes y orquestas internacionales que cada vez mas se promueven en el país, en caros resorts, en espléndidos restaurantes y lujosas discotecas, se convierten en un espejismo que la promoción televisiva, de prensa y la comunicación en general, traducen en un efecto demostración para los jóvenes pobres y de clase media que no están culturalmente formados.
En un país como el nuestro, en el cual los narcotraficantes, los corruptos estatales, los macro y micro traficantes, las capeadoras, las megadivas, etc. son las destacadas y atractivas figuras sociales del país ¿Cómo puede pensar un joven proveniente de la clase pobre, muy pobre, e incluso de la clase media, mejorar sus condiciones de vida si ha asumido la ideología predominante en el ámbito en que se mueve?
Claro que no todos piensan en ser criminales, porque de ser así en este país no fuera posible la convivencia ni la funcionabilidad social.
Suerte que por una tradición que viene de nuestros aborígenes y taínos, no somos nosotros como pueblo una etnia que haya asumido la beligerancia o la inmolación por sus ideales como lo han hecho las sociedades orientales, incluidos los árabes, las cuales han desarrollado el método de lucha terrorista que hubiese complicado mucho más otras salidas a la condición de extrema opresión a la que está llevando este sistema al país.
El incremento de la criminalidad no solo genera un temor y desasosiego que inmoviliza a la población a desplazarse en los espacios públicos, a utilizar los medios de transporte, a realizar una vida nocturna ni a sentirse seguros los enfermos en un lugar tan sagrado como los son un hospital o una clínica.
Que este pueblo no cese en luchar por mayores espacios de lucha democrática, que no pierda la esperanza, que se empantalone para luchar por sus reivindicaciones, y que en un futuro podramos alcanzar nuestros ideales de libertad, progreso e igualdad.
Siempre se ha dicho que en la juventud descansa la lucha por alcanzar los nobles ideales, la equidad y la soberanía de la Patria.
La juventud, independiente de cual sea su posición filosófica, su sentido de la vida, sus ideas religiosas, su ateísmo consciente, su agnosticismo, su panteísmo, o cualesquiera de las múltiples existencias de pensamientos y creencias, siempre y cuando éstas constituyan los elementos de su formación moral, en los jóvenes está la esperanza de esta Patria dominicana, si es que luchan para nuestra transformación hacia una sociedad donde reine la igualdad, el respeto a los derechos humanos y predomine la justicia social.