Los excesos en los medios suelen ser tan dañinos para la moral pública y los derechos ciudadanos como las restricciones al ejercicio de la libertad de expresión. Hace un tiempo, me tocó escuchar por la radio un espectáculo vergonzoso, impropio entre profesionales del periodismo. Ocurrió en medio de una violenta discusión sobre las diferencias de criterio de funcionarios del área económica. Uno defendía al Secretario Técnico otro al gobernador del Banco Central. A este último le correspondió la peor parte. Le llamaron por cuantos epítetos uno pueda imaginarse, con vocablos groseros e insultantes.
El programa tiene fama de burlarse de los escuchas y en la citada oportunidad no se respetaron límites. Momentos hubo en que pensé que la discusión, cada vez más agria, con ofensivas referencias personales, llegaría a vías de hecho. Las malas palabras, pronunciadas en un tono que herían los oídos, se sucedían sin parar una detrás de la otra. Fue estremecedor escuchar todo aquello. Después vino una pausa y el programa continuó como si nada hubiera pasado. Como el asunto más natural del mundo.
Este fue un caso típico del uso irresponsable de un medio de comunicación, que por desgracia se da con frecuencia en el medio periodístico electrónico dominicano, en mayor y menor escala, dependiendo los actores. El problema es que se está convirtiendo en una norma de la radio nacional. Y los jóvenes, muchos sin necesidad, deseosos de alcanzar con rapidez sitiales en el ambiente profesional están viendo en ello una especie de modelo a imitar: el paradigma del periodismo de opinión en la radio.
La culpa, en primer lugar, recae sobre los propietarios y directores que ceden irresponsablemente a la tentación de los ratings en perjuicio del buen gusto y las normas elementales de decencia. A fin de cuentas, si esas barbaridades se dicen es porque ellos las permiten.