En la lengua y sus usos cotidianos nos vemos en situaciones delicadas en las que deseamos salir bien parado del embrollo y limitamos nuestra expresión discursiva al qué dirán los demás; nos constreñimos en tanto que enunciadores de expresiones consideradas feas o indelicadas en un contexto público. Para evitarnos estos malos ratos tenemos un recurso retórico de gran popularidad en las culturas: el eufemismo.

Etimológicamente el vocablo eufemismo proviene del griego y literalmente se entiende como “buen habla”. En realidad, este recurso retórico debe tratarse siempre como un disimulo cortés que por nada debe caer en la sorna o la socarronería en donde el aspecto irónico y burlesco están presentes.

En los eufemismos queremos ser considerados y respetuoso con el interlocutor, pero a la vez queremos decir aquello que al decirlo de un modo directo sonaría chocante, pero tenemos intención de decirlo y que el discurso tenga el efecto querido en el otro, aunque haciendo el máximo esfuerzo de salvar la buena compostura en el decir y el hacer. En este sentido, el uso de los eufemismos demuestra nuestra capacidad de querer llegar al punto que queremos y causar en el otro el efecto deseado, pero guardamos las apariencias y el decoro, por decirlo de alguna manera. Quien recurre al eufemismo de ningún modo pierde el pundonor lingüístico o la nobleza en el habla, todo lo contrario, muestra su inteligencia al recurrir a estos efectos retóricos comunes en el buen decir.

En todos los órdenes de la vida humana usamos el eufemismo. De memoria señalo el pasaje bíblico en el que “Adán conoció a Eva y tuvo a su primer hijo Caín” y luego, “conoció a Eva y tuvo a su segundo hijo, Abel”. Como advertirá el lector, la expresión “conocer” es un eufemismo para no decir de modo explícito la relación sexual entre las parejas. Lo mismo sucede en Levítico (18, 23) en donde se habla de “ayuntamiento” con algún animal para hablar de la zoofilia en términos de abominación pecaminosa.

El lenguaje políticamente correcto no es otro caso sino el eufemismo en las relaciones de poder. Así preferimos decir “adulto mayor” a viejo, “daño colateral” a muerte de civiles, entre otros ejemplos. Lo mismo sucede para situaciones de índole privada como “dar del cuerpo” por defecar o exceso de licor por borrachera. En fin, los ejemplos de eufemismo abundan por doquier y nos resultan fáciles no solo de emplear, sino también de entender. Más aún, resultan atractivos por su elegancia a la hora del decir, lo que denota en nosotros cierta preocupación y cuidado por el otro y por nosotros mismos.

Así que dejando a un lado la hipocresía moral con la que regularmente juzgamos la vida sexual de los demás, no veo nada de malo en que un chico tenga la “brillante” idea de regalarle un “condón” a una joven y, delante de un buen número de compañeros, colocar en una pancarta la paroxística expresión de “te lo quiero meter”.  Aquí no ha fallado en modo alguno la educación moral ya que se carece en absoluto de ella, lo que ha fallado es la educación literaria y el buen gusto que ofrece el sentido común. En al menos el segundo caso, porque en el primero es claro que el indigno autor de tan angelical propósito no tuvo el reparo en recurrir a su frenético y pobre lenguaje para obtener el fruto anhelado, olvidando de este modo este maravillo y, tal vez, más efectivo redondeo por la retórica que es el eufemismo.

No sabemos el final de la escena, pero al juzgar por la risa de la afortunada del despropósito ella también carece del recato de una dama, como ha mostrado la tradición del amor cortés y romántico, que esconde con cierto dejo de hipocresía la satisfacción por el lisonjero discurso del amante. En consecuencia, ella también carece del más mínimo conocimiento de retórica, literatura y sana expresión amorosa.

El arte amatoria sufre las transformaciones que traen los nuevos modos de vivir y de convivir en un mundo cambiante y falto de referentes culturales, de los cuales podemos aprender a ser no solo mejores, sino también personas educadas y cultas que domestican la ruda animalidad instintiva.