En un artículo periodístico titulado “Pensamiento crítico”, el Dr. Ramón Albaine Pons comentó un estudio realizado en los Estados Unidos sobre la carencia de pensamiento crítico en estudiantes de las universidades norteamericanas.

Por pensamiento crítico se entiende en este contexto, la habilidad para razonar por sí mismo, con fundamento y logicidad.

Subscribiéndose al planteamiento de la profesora Rebecca Goldin, de la George Mason University, el Dr.  Albaine Pons sostiene como remedio para la acriticidad: “estudiar más matemática y ciencias de lo que se exige y tomárselo en serio”.

Promover los estudios de matemáticas y de ciencias para desarrollar el pensamiento crítico es razonable. Lo cuestionable son dos planteamientos que el Dr. Albaine Pons infiere del estudio señalado.

El primero consiste en afirmar que la falta de habilidad para procesar información cuantitativa, propia de los estudios de ciencias, puede llevar a la inferencia de conclusiones que no se relacionan con los hechos, sino con nuestros prejuicios.

Tomando las evidencias de las investigaciones empíricas sobre los sesgos cognitivos, abiertas hace décadas por la obra de Daniel Kahneman y Amos Tversky, este planteamiento es incorrecto. Los errores relacionados con las falacias de correlación, el sesgo de la confirmación, la apelación emocional, entre otros, no son la conseciencia necesaria de falta de conocimiento científico. Si así fuera, los practicantes de la ciencia nunca incurrirían en falacias y sesgos cognitivos.

Muchas veces, los sesgos cognitivos y los errores de razonamiento se relacionan con hábitos de pensamiento arraigados en nuestra memoria evolutiva y necesaria para nuestra sobrevivencia como especie. Por esto, resulta tan difícil erradicarlos.

El segundo planteamiento del Dr. Albaine Pons es todavía más cuestionable. Sostiene que “la pretensión de que el pensamiento crítico puede ser el resultado del análisis de historias y narrativas sin cuantificación” es una de actitudes que más han contribuido al error humano.

En la afirmación hay una crítica implícita a la cultura de los estudios humanísticos, una puesta en entredicho de que el análisis de los textos filosóficos, literarios, históricos sirva para promover las habilidades del pensar. Esta idea se basa en el prejuicio de que los estudios humanísticos promueven la especulación sin fundamento y la defensa emocional, más que racional, de nuestras creencias.

Pero ninguno de estos supuestos con correctos. La especulación no apoyada en evidencias y la defensa emocional de nuestras creencias no son características de las humanidades, sino atributos humanos en los que pueden incurrir científicos, filósofos y gente ordinaria.

Por otro lado, los estudios humanísticos promueven la crítica de los fundamentos que el estudio de las ciencias muchas veces obvia porque, si no lo hiciera, sus estudiantes jamás se convertirían en practicantes competentes de una especialidad científica.  Esta crítica es básica para socavar los principios, criterios y valores que sostienen, en un momento determinado, una cultura científica, religiosa, artística o simplemente, cotidiana.

En conclusión, promover estudios que potencien nuestras habilidades críticas es un fin loable. Pero creer que dicho propósito se logra abandonando los estudios humanísticos es simplemente una superstición.